Bilbao es la bomba: Alberto te hace blusas con telas de paracaídas
El Bilbao de Luis Gómez ·
Y chaquetas, abrigos y vestidos con colchas y cortinas viejas. Pero, sobre todo, concede una segunda vida a ropa que la gente se resiste a tirar, algo único en España
Bilbao es la bomba: Alberto Etxebarrieta lo mismo te hace blusas con telas de paracaídas de la Segunda Guerra Mundial, regalo de un amigo suyo, que confecciona vestidos con retales de viejas colchas y cortinas. Como lo oyen. ¡Viva el reciclaje! Stop al consumo desmesurado e irracional. Sin Patrón, nombre de su firma, aunque también lo emplee de apellido, se distingue, sobre todo, por dar una segunda oportunidad –quién sabe si la última– a prendas que muchos se resisten a tirar a la basura. Por un sinfín de motivos: porque están elaboradas con tejidos de ensueño «que ya no se encuentran en ningún sitio», por apego familiar, porque desean, sin más, conservarlas... Por lo que sea.
Alberto es un manitas. Puede que no tenga «ni idea» de patronaje. De hecho, trabaja directamente sobre maniquíes. Es un «autodidacta» que jamás ha pisado una escuela de diseño. Siempre se lo ha montado a su manera. Pero tú le llevas una prenda y él te la «reinventa». Da igual que sea de los años 50, 60, 70, 80 o los 90. No distingue épocas. Lo mismo da que uno herede la pelliza de borreguito de su difunto padre o que le entreguen un vestido de «seda pura» de su madre para transformarlo en una chaquetita. A todo le da una vuelta Alberto.
Exalta la atemporalidad y la vigencia de los diseños clásicos. Le pierde el lado nostálgico, pero evita caer en ñoñerías. Tampoco le puede el miedo escénico cuando tiene que retocar, como ya le ha pasado, «¡un Versace de los 80 cuando la firma italiana era lo que fue!». También ha metido mano a algún traje de chaqueta y falda del también ochentero Claude Montana para reconvertirlo en un chaqué con una largura especial por la parte trasera.
Uno puede ir a la última, aunque Sin Patrón no sea precisamente muy amigo de las tendencias. Todo lo contrario. En realidad, los clientes salen de su tienda de Carnicería Vieja con un aire entre «nuevo y distinto», aunque sin castigar la visa. Los precios fluctúan entre los 65 euros «más IVA» que supone convertir un vestido en chaqueta o los 180 que cuesta 'rehabilitar' un abrigo que, a primera vista, le venía grande a su dueño pero luego le encaja a la perfección. Desde el corazón del Casco Viejo, Bilbao vuelve a marcar tendencia al garantizar una segunda vida a ropa que, de lo contrario, se hubiese muerto de pena (o risa) por la falta de puestas. De paso, la capital vizcaína mira, una vez más, a través del espejo retrovisor para homenajear el trabajo de las modistas de antaño.
En busca de lo antiguo
Desde hace cuatro meses su tienda, que funciona también como taller, se ha convertido en un centro de peregrinación por donde desfila gente de todo pelaje. Sin Patrón oficia de diseñador y resucitador. Conviene aclarar que su trabajo nada tiene que ver con las tiendas de moda vintage tan al uso. Etxebarrieta, para empezar, no vende prendas de segunda mano. En todo caso, compra tejidos antiguos. Por eso es habitual verle en busca de retales en fábricas levantadas en los años 40 o a la caza de muestrarios históricos. Algunas de las zapaterías que han bajado la persiana en los últimos años en Bilbao le han enviado de recuerdo cremalleras que luego él reutiliza en sus creaciones.
Reactualiza con mimo las prendas porque hay clientes, muchos más de los que pensamos, que desean que se las retoquen para corregir únicamente las taras que presentan pero sin restarles un ápice de su esencia. Mucha gente me dice «añádeme un poquito a las mangas de esta pieza que me quedan cortas». Para mí, esto es un juego y «me gusta divertirme», reconoce.
Y para los clientes «ni te digo. Hay quien me llega llorando con abrigos de sus padres que les quedaban muy grandes, pero no querían tirarlos por el cariño que les profesan. Deseaban recuperarlos a toda costa porque decían que volvían a sentir a sus aitas dentro de ellos cuando se los ponían de nuevo. Otro chico me vino con la colcha con la que su madre le tapaba todas las noches de niño antes de quedarse dormido. La tenía mogollón de cariño e hicimos con ella un abrigo. Estas historias me dan vida», confiesa emocionado.
A primera vista cabría pensar qué diseñador en sus cabales querría vivir de la venta de lo viejo en tiempos en los que lo nuevo pierde vigencia al cabo de pocas semanas. Por ahí, Alberto Sin Patrón, uno de los personajes más singulares de la moda vasca, tiene todas las de ganar. Tampoco él quiere pegarse un tiro en el pie. Entre otras cosas, porque no puede dedicarse a grandes producciones en serie y realiza colecciones limitadas. Trabaja «a medida y por encargo» la mayoría de las veces. «Hay que comprar menos y mejor, porque no sabemos ni lo que tenemos», esgrime.
Las historias en Sin Patrón se suceden sin cesar. «Otro joven me encargó que le hiciera un vestido con los cortinones de hilo a vainica que colgaban en el baserri de sus abuelos que se derribó con más de cien años. La nostalgia puede mucho en este negocio», admite.
Alberto disfruta también desmontando las prendas para tomar nota de «cómo se hacían. Por desgracia, hoy en día nada se hace para que dure toda la vida. Con mi trabajo provoco una conciencia social de no generar por generar, pero lamentablemente seguimos mirando para otro lado. Hacemos como que no pasa nada, pero el mundo no se lo merece», reflexiona. Y sí que pasa. Y lo que está pasando en Bilbao es único cuando Sin Patrón se pone a rediseñar prendas propias y ajenas. Todo lo que cae en sus manos. Pero con una condición: siempre dialoga con el cliente para consensuar por dónde hay que meterle mano a estas 'viejas-nuevas' prendas.
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