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Antes de zambullirse de lleno en la memoria, Hipólito García 'Bolo', artista y promotor, recuerda cuando Willy DeVille encargó dos docenas de rosas rojas sin espinas para su actuación en La Casilla, en 1994. «Solo al ver cómo las enroscaba alrededor del pie del micrófono entendimos para qué nos había pedido las flores así... Claro, no quería pincharse». Aquel fue uno de tantos conciertos celebrados en el pabellón que está en puertas de ser renovado para impulsar la zona y darle nuevos usos. Pero la etapa musical de este recinto, cuya demolición se acaba de anunciar como parte del plan urbanístico para la zona, había sido inaugurada casi dos décadas antes, al parecer con la Electric Light Orquestra (ELO) el 5 de abril de 1975.
«Junto a la Plaza de toros y la Feria de muestras, era el único local con aforo suficiente, unas 4.500 personas, para albergar grandes conciertos internacionales o de bandas estatales importantes», recuerda Bolo, implicado en muchos de los shows que se disfrutaron allí. Ya sin Franco, «tocaron allí bandas muy, muy relevantes; poco después de la ELO estuvieron Blue Öyster Cult (noviembre del 75), Tangerine Dream (enero del 76), y Rick Wakeman y Uriah Heep (junio de ese año). Y sucedió que había habido un vacío de conciertos internacionales en nuestra ciudad y ni los vecinos ni la Policía ni nadie estaban acostumbrados a recibir tanta gente. Entonces hubo problemas de orden público, se produjeron algunas peleas, broncas, y automáticamente se dejaron de hacer conciertos». Ahí tomó el relevo San Sebastián, recuerda el promotor, y no fue hasta años más tarde que el pabellón de La Casilla retomó su actividad musical con fuerzas renovadas.
Tristemente, la imagen del pabellón ha quedado marcada en los últimos tiempos por su uso como 'vacunódromo'. Pero en los 80, la Transición y la Movida, y durante los 90, brilló como nunca musicalmente hablando, llegando a acoger importantes conciertos cada dos meses. Por allí pasaron grupos españoles como Radio Futura, El Último de la Fila, Héroes del Silencio, Celtas Cortos, Jarabe de Palo, Los Suaves, Extremoduro, Joaquín Sabina... Y muchos internacionales: Leonard Cohen, Joe Cocker (con Doctor Deseo de teloneros), Frank Zappa, Neil Young, Van Morrison, The Cure, Supertramp...
Y aquí entra en escena el promotor José Pascual Otalora 'Spasky', de Dekker Events, hoy organizador entre otros del festival BBK Bilbao Music Legends que se celebra en el Bilbao Arena de Miribilla y responsable de muchos de aquellos conciertos en La Casilla: «Sí, empezamos cuando estaba José María Gorordo en el Ayuntamiento. El primero al que trajimos fue a Frank Zappa, el 13 de mayo de 1988, un gran concierto», rememora en referencia al show que ofreció ante 3.000 personas y que acabó con el 'Bolero' de Ravel y con el excéntrico cantante agitando la bandera del Athletic. Muy cerca de allí estaba el ya desaparecido pub Trapi, que contaba precisamente con la imagen de Zappa como logotipo y que era el lugar donde recalaban antes, después y durante los bolos tanto los aficionados como los propios músicos; muchos aún recuerdan la visita al local de los de Franz Ferdinand.
Preguntado por alguna anécdota con Robert Smith, líder de The Cure, banda que tocó en 1987 a 2.000 pesetas la entrada, Spasky sonríe: «Sabíamos que le encantaban el coñac y el vino. Y era un tipo cojonudo, así que les llevamos al Iruña, que tenía un bodega impresionante, con bebidas del 1.800, y le pedimos un coñac de los buenos. Le sacaron una botella y se la sopló. Habían dado un magnífico concierto». Era la primera vez que la banda británica actuaba en Bilbao y lo hizo con sonido 'cuadrafónico', con altavoces en el frente y en los lados, para crear un sonido envolvente durante las 3 horas más bises que duró su show, cerrado con el tema 'Why Can't I Be You'.
En La Casilla actuó también Nirvana, fue el 4 de julio de 1992, para presentar su 'Nevermind' a 3.000 pesetas el ticket, en un concierto al que muchos lamentaron no acudir y que se vivió, tal y como contaba el allí presente José Mari Reviriego (ahora Jefe de área de Bizkaia en EL CORREO), «entre olas humanas y el griterío del respetable, agudizado cuando los miembros de la banda destrozaron los instrumentos. Cobain se empleó a fondo con un taladro en su guitarra, mientras su mujer, Courtney Love, le aguardaba pálida y descalza entre bambalinas embarazada de la única hija del cantante grunge». Al parecer, la también vocalista, en la banda Hole, acabó en el hospital aquejada de dolores y contracciones, sin mayor repercusión. El sonido, dicen, fue «horroroso».
Coinciden ambos promotores en defender en parte la reputación del pabellón en cuanto a su acústica. Bolo: «Todo el mundo comentaba, o había un rumor generalizado de que las cosas sonaban mal siempre, casi siempre las críticas eran contra el sonido. Yo no voy a decir que el sonido era muy brillante, pero eso también dependía del personal técnico y humano. Por ejemplo, el sonido de El Último de la Fila fue impresionantemente bueno, porque tenían un técnico inglés excepcional. Pero, claro, también es verdad que estamos hablando de un pabellón de deportes muy difícil de sonorizar, así que yo he escuchado conciertos excelentes y excelentemente horribles, pero como en muchas partes. Recuerdo que también sonaron muy, muy bien Leonard Cohen, Sabina y Radio Futura».
Lo corrobora Spasky, que asegura que cuando llegaban grupos extranjeros sonaban «como un cañón». «Así fue con Cohen, al que trajimos nosotros en los 90 y se oía como en el disco. Y Neil Young, que sonó que te mueres, fíjate que se nos estropearon los generadores y al final acabó cantando dos temas a capela. Son anécdotas entrañables, como que luego acabamos con él y su grupo, los Crazy Horse, en el Hotel Villa de Bilbao hasta las cinco de la mañana, con él tocando en el piano que casi ni se veía de las cervezas que tenía encima... Nos deleitó con unas cuantas exquisiteces, un privilegio al alcance de muy pocos. A Neil le propuse cambiar mi chamarra de cuero por la suya de cuadros... Y no coló».
Pero algo había de cierto en la mala acústica, reconoce Bolo: «Era por el eco del pabellón, por los materiales. Había mucho, mucho ruido, mucho eco al fondo. Era un fondo, digamos, bastante corto, con lo cual se podía generar una especie de efecto bumerán que se traducía en un sonido a veces deficiente. Y si lo combinabas con un abuso de vatios, se producía un ruido poco atractivo».
La Casilla no dejaba de ser un pabellón de deportes, con lo que cuando llegaban los músicos, además de hacer virguerías para combinar conciertos con veladas deportivas y entrenamientos varios, había que disfrazar o decorar unos vestuarios viejos y depauperados para satisfacer a artistas que pasaban mucho tiempo fuera de su casa en giras maratonianas, es decir, convertir aquello en camerinos lo más bonitos y cómodos posible. «Sin llegar a esas cosas que cuenta la gente, de caprichos que suelen ser mentiras, como lo de 200 toallas de diferentes colores -explica Bolo-. No solo había que protejer la cancha con una alfombra roja, sino transformar aquellos horribles vestuarios. A El Último de la Fila le colocamos un paracaídas abierto para decorar y quedó muy bonito. Había que hacer fuegos de artificio». Se acuerda también de Van Morrison, «que no quería que le viera nadie antes del concierto y había que dejar todo libre para que él pasara por cualquier sitio sin ser molestado». Y cuenta de paso cómo aprovecharon el pabellón para jugar al futbito con los miembros de la banda Deacon Blue.
Spasky tuvo que hacer igualmente magia para reconvertir aquello, «decorarlo para tenerles contentos. Les preparábamos unos camerinos brutales, flipaban. Teníamos unos amigos que se dedicaban a eso y si venía una banda heavy les hacían una decoración con mucha tachuela, muy heavy. Poníamos telas, alquilábamos sofás, mesas, para que las bandas se sintieran en un lugar lo más acogedor posible. Y luego nos felicitaban. Mira, vinieron los Pogues, y el cantante, Shane MacGowan, tenía tal borrachera que se quedó dormido en un sofá que le pusimos; estaban los miembros de su banda ya en el escenario y él no aparecía por ningún lado... Pues estaba en el sofá y no había forma de despertarlo, jajaja».
Se ríe también el promotor de Dekker Events al rememorar el tapiz con el que cubrían la cancha: «Se fumaba, se bebía y se caían las cosas a aquella cutre moqueta, que menos mal que era ignífuga, y claro, aquello olía a lo que huele un concierto. Yo creo que aquel 'aroma' ya permanecía en el ambiente siempre...». Incluso cuando le pidieron desde el Ayuntamiento que organizara una discoteca infantil y juvenil, sin alcohol, que él recuerda como un éxito: 'Lo llamamos el 'Bilbo Dancing' y lo hacíamos todos los sábados o domingos por la tarde y estaba muy bien, con los críos reunidos, allí bailando, a un precio popular, y era como un concierto de verdad, con un DJ, gente de seguridad, estaba muy bien organizado, ¡cuidábamos de sus hijos!».
Bolo echa de menos el pabellón como sitio de conciertos y se alegra de que la ciudad pueda recuperar este papel, como al parecer prometen desde el Ayuntamiento con la reforma de la plaza de La Casilla y la construcción de un recinto más moderno. «Cubre un hueco en Bilbao, el de un recinto con capacidad media, más grande que el Antzoki, pero sin serlo tanto como el BEC o Miribilla, que a mí me resultan bastante fríos. ¡Ojalá que podamos disfrutar conciertos de nuevo en La Casilla!».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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