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Ana Barandiaran
Martes, 5 de mayo 2015, 00:03
Suiza es el país más feliz del mundo. Así lo proclama un reciente estudio publicado por el Sustainable Development Solutions Network (SDSN), que sitúa a la Confederación Helvética por delante de Islandia, Dinamarca, Noruega y Canadá, los siguientes en la lista. El análisis utiliza los ... criterios definidos por Naciones Unidas para medir la felicidad, que incluyen variables como la esperanza de vida, la renta per cápita o el sistema sanitario. Suiza destaca por su riqueza y por un salario medio de 74.500 euros anuales, que casi triplica el español. En esta envidiable prosperidad tiene mucho que ver el que ha sido y es uno de sus principales motores económicos: una banca blindada por la confidencialidad, que atrae a fortunas opacas del mundo entero. Pero las presiones para su apertura son cada vez mayores y ya hay un compromiso serio para intercambiar información de forma automática a partir de 2018. El final del secreto bancario se acerca.
Aunque ahora se considera una aberración que ha servido para esconder sus fechorías a toda una retahíla de defraudadores Rato, Bárcenas, Pujol, Urdangarin, Granados..., su origen es supuestamente noble. La versión más extendida sostiene que el Gobierno suizo estableció en 1934 el derecho al anonimato de los titulares de cuentas bancarias para proteger el patrimonio de las víctimas de la persecución nazi, fundamentalmente alemanes judíos. Pero la nobleza pronto se perdió. Suiza aprovechó su neutralidad en las guerras para captar y ocultar dinero de todos los bandos, sin atender a sus ideologías.
Al calor del secreto bancario, en el país se ha desarrollado un sector financiero y asegurador que aporta el 10,2% del Producto Interior Bruto (PIB), un porcentaje superior al 9% de Reino Unido y su poderosa City, pero que queda lejos del 23% que alcanza en Luxemburgo. Suiza cuenta con 283 entidades que dan trabajo al 6% de la población y aportan entre el 12% y el 15% de la recaudación fiscal. UBS y Credit Suisse son las principales firmas de una banca que está volcada en una especialidad, ricos extranjeros; gestiona el 26% de los activos transnacionales (esos patrimonios que van de un lado al otro buscando máxima rentabilidad y mínima tributación), a la cabeza de un ranking en el que le siguen Hong Kong y Singapur, con el 14% de cuota.
Estrechando el cerco
Los ciudadanos europeos, sobre todo alemanes, y los norteamericanos han sido tradicionalmente sus principales clientes. Pero eso está cambiando. Muchos están aprovechando amnistías u oportunidades similares en sus países para regularizar su situación, ante los golpes asestados al secreto bancario tras la avalancha de escándalos descubiertos en la crisis. "De mis clientes, todos han vuelto porque tener el dinero allí ya no interesa y sale caro", señala un asesor fiscal vasco. Bruselas y Washington han estrechado el cerco en torno a la hermética banca suiza, aunque ha sido el Gobierno de Obama el que ha roto su silencio.
Estados Unidos comenzó a presionar en 2008, cuando un directivo norteamericano del UBS residente en Suiza fue acusado de colaborar en la evasión de impuestos. A partir de ahí se desencadenó una guerra judicial que llegó incluso a forzar el cierre de una entidad, Wegelin, y ha derivado en multas millonarias. Acorralada, la Confederación Helvética se avino a buscar una fórmula para aplicar en el país la ley norteamericana FATCA, que obliga a declarar las cuentas y transacciones de clientes con obligaciones fiscales con EE UU.
A todo ello hay que sumar, además, la filtración en 2012 de la lista de defraudadores recabada por el informático Hervé Falciani, exempleado de la filial suiza del HSBC. Al final, Suiza aceptó el pasado noviembre sumarse al intercambio automático de información aprobado por más de medio centenar de países y que, según los más optimistas, será el final de los paraísos fiscales. En su caso lo aplicará en 2018. Jose María Mollinedo, secretario general de Gestha (sindicato de técnicos de Hacienda), no se deja llevar por la euforia. "Yo creo que solo es un primer paso. Todavía solo hay una declaración de intenciones. Falta conocer la letra pequeña", dice.
En cualquier caso, la banca suiza está forzada a reinventarse. "No tengo duda de que lo conseguirá. Ahora está centrada en captar las fortunas de Ámerica Latina, Asia, África... donde no se exige transparencia. No tienen escrúpulos. Hacen lo que sea para mantenerse a flote", dice un gestor de patrimonios que ha trabajado nueve años en el país.
Su aportación es vital para una economía que ha resistido bastante bien la crisis. Quizás este año sea el más complicado, después de que el banco central suizo eliminara por sorpresa en enero el techo cambiario de 1,2 francos por euro. Ahora cotiza a 1,05, lo que supone una apreciación de la divisa del 40% desde el inicio de la crisis. La atracción por el franco como moneda refugio es demoledora para la industria helvética, muy fuerte en las ramas farmacéutica (con compañías como Novartis), relojera (Swatch y Rolex) y alimentaria (Nestlé). Habrá que ver la evolución en los próximos años. De ello depende que sus ciudadanos se mantengan como los más felices del mundo.
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