El efecto Trump ha activado las alarmas mundiales y en particular las de los dirigentes de países europeos que encaran en breve sus comicios generales: para estos el magnate americano es el sinónimo de una nueva catástrofe. Simultáneamente, un indisimulado alborozo cunde en líderes políticos ... como Putin en Rusia, Nigel Farage en el Unido Reino, Victor Orban en Hungría, Geert Wilders en Holanda, Marine Le Pen en Francia, y algunos más. A diferencia de aquellos, los cabecillas de estos países contemplan a Donald J. Trump como un ejecutor realista, capaz de llevar a cabo determinadas acciones que no por radicales dejan de ser las estrictamente necesarias.
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Después del estallido americano no va ya de populismos incipientes o minoritarios. El porcentaje de votos adjudicados a partidos populistas, solamente en Europa ronda el 13%, cuando solo era del 5% en 1960. En el mismo periodo el porcentaje de parlamentarios populistas se ha triplicado del 4% al 13%.
Las líneas que siguen aspiran a señalar qué tienen de común los populismos todos, los populismos radicales de derechas y los populismos radicales de izquierdas. Cuáles son, en esencia, sus rasgos definitorios y más coincidentes. Veamos.
El primer elemento familiar de los populismos se halla en la revuelta contra la complacencia de las élites, de la 'casta', de las estructuras del 'establishment', de la inoperancia de la sabiduría y de la política convencional. A la casta se opone el 'pueblo', con la sutil restricción mental de que por 'pueblo' solamente se entiende a 'los míos'. Todo ello implica el rechazo de la democracia representativa y la postulación de la democracia participativa. El paraíso populista se traduce en un mundo de referéndums permanentes. No porque sea más transparente, sino porque como ya comprobaron los políticos de la antigua Grecia, es un vehículo permeable a las demagogias bien articuladas. Ernesto Laclau, uno de los inspiradores de Podemos, lo resume del siguiente modo: «El populismo es una manera de construir la política. Juega la base contra la cumbre, el pueblo contra las élites, las masas movilizadas contra las instituciones oficiales fijadas».
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El populismo revela el despecho hacia la democracia y la exaltación de la autocracia. Como ha señalado Pierre Rosanvallon, asistimos a la pandemia de una «patología democrática». El populismo siempre ronda la democracia y si puede la suplanta. Ralf Dahrendorf afirma que el populismo devalúa voluntariamente el protagonismo de los parlamentos y subraya su debilidad. En consecuencia, la alter democracia de los populistas se construiría sobre los escombros de la democracia tradicional.
El segundo trazo usual a los populismos reside en el trueque de la racionalidad por la rotundidad, y seguidamente en el trueque de la rotundidad por las ambigüedades, las medias verdades e incluso la mentira. Los programas populistas no se esfuerzan en cuantificar sus medidas, porque están más interesados en la demolición del sistema que en el cuadre de las cifras. Ya se verá luego cuanto cuesta y quien pagará. Han trascendido los portales de seguimiento que han censado en un 70% la falsedad de los mensajes de Trump en su campaña. El nuevo presidente americano es hijo de una estrategia indigna pero exitosa: volcar su marketing en las redes sociales, sabedor de que el 60% de los americanos no accede a otras fuentes más respetables y rigurosas de información. La estrategia de la quimera es siempre exitosa: Mientras haya personas que quieran oír promesas idílicas para sentirse bien, habrá políticos que se las hagan, aun a sabiendas de que lo que están prometiendo no lo van a poder cumplir.
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El tercer rasgo común deriva de las consecuencias negativas que ha deparado el desigual reparto de la globalización. Globalización y liberalismo económico son conceptos sinónimos. De modo que la generalidad de los populismos abjura de ambos conceptos y se repliega a los cuarteles del nacionalismo proteccionista. Se olvida fácilmente que la globalización ha sacado de la pobreza en los países emergentes a 1.000 millones de personas y que la desigualdad entre naciones se ha reducido profundamente en los últimos 30 años. Por el contrario, las rentas medias occidentales se han estancado. El progreso mundial no es mi progreso, se protesta, y la ganancia global no es mi ganancia. ¡América para los americanos! Y así, portazo a los acuerdos comerciales, vallas a la inmigración, aumentos de aranceles, fustigamiento de las instituciones globales de defensa, y, en los modelos más cerriles, barra libre a la emisión de gases antropogénicos. Neonacionalismo proteccionista por neoliberalismo.
El sutil mesianismo de los líderes populistas predica erosionar la credibilidad de las instituciones, cuando la pujanza de una sociedad reside justamente en el número y vigor de las mismas. Frente a la 'patología democrática' del populismo se impone la responsable humildad de considerarnos aprendices de demócratas, discípulos permanentes de la única democracia que hay que preservar.
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