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Viernes, 24 de junio 2016, 10:16
La inversión socialmente responsable tiene una relevancia cada vez más notable entre los inversores. Si bien, en un principio, se concibió como una lista de compañías excluidas por razones morales, el concepto ha evolucionado mucho hasta el punto de que ya se ha construido toda ... una metodología que engloba tanto métricas como índices bursátiles que los tienen en cuenta. Aunque no existe todavía una relación biunívoca entre término y concepto, nosotros identificamos la inversión socialmente responsable con la rúbrica ESG, que hace referencia a entorno, sociedad y gobernanza, ya que las tres letras son las siglas de los vocablos ingleses «Environment, Social and Governance».
Los teóricos encuadran la ESG dentro de otro concepto más amplio denominado responsabilidad social corporativa (CSR, Corporate Social Responsibility). Como decíamos antes, la ESG tiene ya toda una metodología detrás que desarrolla el concepto. Por ejemplo, bajo la E, el entorno, se suelen analizar las emisiones del CO2, la eliminación de residuos o las energías renovables. En la S, sociedad, los indicadores apuntan a la discriminación, diversidad, derechos humanos o relación con la comunidad. Por último, la G, la gobernanza, se analizan la existencia de consejeros independientes, defensa frente a OPAs o la remuneración de los directivos.
Los principales proveedores de índices bursátiles y de renta fija han desarrollado ya unos específicos, que tienen en cuenta las métricas ESGs para la inclusión y ponderación de las compañías dentro de los mismos. Desde el punto de vista de inversión no es una mera formulación de buenas intenciones, sino que tiene una trascendencia tangible en el binomio rentabilidad/ riesgo. El primer impacto de la ESG es que las compañías que no ajustan su actuación a la misma, suelen estar expuestas a ciertos eventos con impactos drásticos que dañan la rentabilidad e incluso el valor de la compañía. Recordemos casos como los de Enron o Parmalat en lo que a gobernanza se refiere, pero esto puede ocurrir en cualquiera de las otras dos áreas, el entorno o en el ámbito social.
Una buena puntuación en las métricas ESG suele significar un menor riesgo idiosincrático de una compañía. Recordemos desde el punto de vista teórico, el riesgo de una compañía puede escindirse en I) riesgo de mercado, también llamado sistemático o no diversificable, y ii) riesgo idiosincrático, también llamado diversificable. Según la teoría financiera, el inversor solo percibe rentabilidad por el riesgo de mercado, no así por el idiosincrático, ya que este puede ser mitigado por medio de la diversificación -y de ahí su nombre-. Pero además de lo anterior, tengamos en cuenta que si algo hemos evidenciado en los últimos tiempos es que las expectativas sociales cambian y que lo que hoy es una práctica inadecuada, aunque socialmente aceptada, puede dejar de serlo y constituir una fuente de riesgo en el medio plazo.
Por lo tanto, el inversor debe estar alerta de las métricas ESG para poder calibrar mejor el riesgo en el que está incurriendo. Pero las métricas ESG no se limitan al ámbito del riesgo, que ya de por sí sería suficiente para tenerlas en cuenta desde el ámbito financiero, sino que se transmiten al campo de la rentabilidad. El análisis empírico pone de manifiesto que las compañías que tienen una mayor puntuación en la métrica ESG tienen un coste de capital más bajo, lo cual se puede predicar tanto para sus acciones como para sus bonos, y que tienen un resultado operativo superior. Nuestra recomendación es que el inversor esté cada vez más involucrado con las métricas ESG ya que estas tienen ya un impacto en su binomio rentabilidad/riesgo, pero el día de mañana este será muy superior.
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