La economía para ser armónica y equilibrada necesita de tres dimensiones: eficiencia, equidad y fraternidad, pero a día de hoy, lamentablemente, cada etapa histórica tiene sus propias restricciones, que limitan el potencial para crear las condiciones del bien común.

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En los libros de economía actuales ... aprendemos, fundamentalmente, la eficiencia. Conceptos como el surplus del consumidor y esquemas como la caja de Edgeworth nos explican, en modo claro, que el intercambio de mercado produce un aumento de la eficiencia generando en los contrayentes un nivel de satisfacción no inferior a aquel que sentían antes de llevar a cabo la transacción. Las elecciones de consumo de bienes por parte de los consumidores, de asunción de mano de obra por parte de la empresa y de asignación entre trabajo y tiempo libre por parte del individuo son considerados óptimos en base al principio de eficiencia, es decir la asignación óptima de los recursos escasos. En los mercados financieros las reglas se dirigen hacia la maximización de la eficiencia aumentando la liquidez y reduciendo los costes de transacción. Esta aproximación todavía soporta el impacto de un mundo donde el desafío principal es aumentar al máximo posible nuestra capacidad de producir bienes y servicios en ausencia de vínculos con los recursos naturales.

¿Y la equidad? Viene después. Una vez que hayan sido cubiertas las condiciones de eficiencia nos podemos preocupar de los que tienen más y de los que tienen menos y redistribuir parte de la riqueza. En cualquier caso la equidad es algo menos 'cool' y parece que se trata de la excusa que esgrimen los holgazanes para quitar 'algo' a las personas talentosas y meritocráticas que han creado riqueza, salvo por la particularidad de que los resultados dependen de las condiciones iniciales, que no son iguales para todos. Por ello el mérito de los meritocráticos no es todo merito suyo.

¿Y la fraternidad? Desaparecida del radar, lejos de la vista y confinada al ámbito más privado y al tiempo libre. Aunque también es cierto que a pesar de su invisibilidad, la fraternidad aparece como un elemento más 'cool' y menos demodé que la equidad. En el famoso ciclo de vida del magnate americano sucede habitualmente que después de haber creado riqueza no existe la voluntad de morir rebosante de dinero y por ello una fundación se convierte en el instrumento idóneo para restituir dinero a la comunidad.

Todas las veces que alguno de los tres lados (eficiencia, equidad y fraternidad) se queda corto el sistema se vuelve asfixiante.

Un mundo hecho solo con eficiencia se parece a ese modelo tantas veces promocionado por tantos colegas economistas, que casi sin darse cuenta se transforman en deshumanos sacerdotes de la diosa Eficiencia. Basta ocuparse de la eficiencia para producir, de modo óptimo, los recursos, y después, aun sin equidad y fraternidad, el sistema automáticamente hace que la riqueza gotee hacia abajo llegando por tanto a 'los últimos'. La teoría del 'trickle down' se convierte así en la extrema justificación de un mundo creado solo con la eficiencia, sin equidad y sin fraternidad.

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También la equidad sin eficiencia y fraternidad es deshumana. Las experiencias históricas a las que probablemente nos hemos acercado más han sido aquellas relativas al socialismo real. La igualdad en los resultados humilla el espíritu humano de emprendimiento. La equidad es fría y deshumana si no viene acompañada de la fraternidad y lleva al colapso económico si no presta suficiente atención al problema de la eficiencia.

Personalmente creo que como economistas deberíamos apoyar la fraternidad. Sin embargo hay que reconocer que un mundo hecho solo con fraternidad, sin eficiencia y sin equidad es falso, ficticio y abre la puerta a todos esos fenómenos de nepotismo, clientelismo, mafia... en los cuales los intereses de los miembros del grupo, al que la persona se encuentra ligado por vínculos fraternales, se persiguen a expensas del bienestar de terceros.

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Pero si prestamos atención a un mundo hecho solo de eficiencia y equidad, admirablemente sintetizado a través del concepto de la igualdad de oportunidades y que parece ser el horizonte al que pretenden encaminarse muchos de nuestros colegas socialmente sensibles, es limitante y asfixiante. Mercado para la eficiencia es 'welfare' para la equidad. Pero se trata, siempre y en todo caso, de un sistema en el que faltan reciprocidad, gratuidad e intercambio de dones que son el lubrificante fundamental para producir y poder disfrutar de unas relaciones sociales de calidad, que son el ingrediente esencial de la vida humana, y que a su vez alimentan ese capital social que es el adhesivo fundamental de cada sistema económico.

Trabajar en el aspecto que se enfatiza de menos (aquel que queda más cojo) es la elección óptima para cada etapa histórica y para cada modelo. El socialismo real necesitaba de mayor eficiencia y fraternidad, la economía medieval, por el contrario, adolecía de eficiencia y equidad y la economía moderna de mercado precisa de una mayor fraternidad. Trabajar el aspecto que queda más desprotegido no es solo una obligación atribuida a los políticos y científicos sino que se trata de un deber que ocupa también a los ciudadanos. A través de las decisiones de consumo, por ejemplo, los ciudadanos pueden conseguir que prevalezcan en el mercado las empresas que son líderes en la capacidad de llevarnos hacia una sociedad armónica, en grado de desarrollar una medida igual de las tres dimensiones y creando así un sistema económico más justo y más humano.

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