La renuncia de César Alierta a su puesto de presidente de Telefónica ha sido una sorpresa dentro y fuera de la empresa. Como suele suceder, las razones «personales» aducidas se prestan a diversas interpretaciones, incluida la que hayan sido motivos personales los que le han ... movido a cesar voluntariamente en el cargo. Tiene edad suficiente para ello, mucha tralla a sus espaldas, la empresa está en un momento importante (es decir, lo cotidiano), y el entorno se muestra excesivamente fluido. Una empresa del tamaño y de la importancia de Telefónica no puede, ni debe, abstraerse de él.
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Su mandato presenta grandes claroscuros. No cabe duda de que tras la presidencia-espectáculo de su antecesor, Juan Villalonga, Alierta ha traído calma societaria, reposo estratégico y rentabilidad adecuada a los tiempos, es decir cambiante con ellos. Telefónica es hoy una empresa bandera que opera en posición destacada en algunos de los mercados más duros, comercialmente, y competitivos, tecnológicamente, del mundo. Nadie hubiese pensado hace 25 años que una compañía española, situada en un sector tan sensible como son las telecomunicaciones, iba a tener un comportamiento como el que ha tenido Telefónica.
Una cosa que llama la atención es la cercanía en el tiempo de esta dimisión de la última junta general, que le aprobó con holgura todas sus propuestas y en la que prometió al accionista, sin estar obligado a ello, unas rentabilidades futuras muy apreciables. Por eso, una de las primeras actuaciones del nuevo presidente debería ser la confirmación de esas promesas, en base a las cuales habrá habido, supongo, muchas operaciones de compra de títulos por parte de los más diversos inversores. Y otra acción prioritaria debería ser el cierre definitivo del cementerio de puertas giratorias que Alierta montó en Telefónica al servicio del poder político.
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Alvarez-Pallete no encontrará problemas para ser elegido por el consejo, pues se presenta con un historial muy adecuado para el cargo. Conoce en profundidad todos los entresijos y ha demostrado su capacidad en los puestos ocupados. Ahora tiene un reto exigente. Cuando, hace 16 años, Alierta llegó a la presidencia, la acción valía 10¤. Hoy, cuando se marcha, no llega a ese valor. Por el camino ha habido dividendos y diluciones pero, si la Bolsa es el juez supremo del valor de las empresas, Álvarez-Pallete tiene que esmerarse para mejorar tan magro registro.
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