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José Luis Galende
Miércoles, 2 de diciembre 2015, 11:09
Es el signo de los tiempos y la consecuencia de fenómenos demográficos de la segunda mitad del siglo pasado. El envejecimiento de la población vasca, que lleva consigo de forma inseparable el de los trabajadores, ha impulsado más de tres años la edad media de ... estos durante la última década. En concreto, según una estimación conservadora realizada con datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), las personas con trabajo en el tercer trimestre de este año tenían una media de al menos 44 años, cuando en el mismo periodo de 2005 esa cifra era de 40,6. La situación vasca no es una excepción; en el conjunto de España esa misma cifra ha pasado de 39,1 a 42,7 años en el mismo periodo de tiempo.
Los estudios demográficos ya vienen advirtiendo desde hace tiempo de que el nivel de envejecimiento de la población vasca es superior al del conjunto de España, y ese hecho se pone de relieve también en el mercado laboral, en el que los trabajadores superan en 1,3 años a los del resto del país.
El aumento de edad de la población laboral es uno de los problemas más serios que tiene planteados la sociedad y la economía vascas de cara al futuro. Ese declive demográfico incide en la propia evolución de la población activa -la suma de personas ocupadas y paradas-, que ha caído en 22.400 personas en los diez últimos años, hasta situarse en 1.015.500.
No es un gran descenso, pero para que la cosas marchasen económicamente con normalidad esa cifra debería estar subiendo, máxime cuando año tras año crece la esperanza de vida y la población que ya no está en edad de trabajar. La edad media de las personas activas vascas, según la citada encuesta del INE, es de 43,3 años, algo inferior a los 44 años de las que están ocupadas, por la influencia de la población de más edad, que tiene la tasa de paro más baja en la comunidad autónoma en los grupos de edad analizados.
Agravamiento
Las consecuencias sociales y económicas del envejecimiento de la población ocupada son numerosas y añaden importantes puntos de incertidumbre al futuro de la sociedad vasca. Además, no es previsible una reversión del problema, sino más bien un agravamiento, porque el retraso de la edad de jubilación -65 años y 3 meses en este momento, 67 años en 2027- para una gran parte de los trabajadores seguirá impulsando la edad media de las personas con trabajo. Tampoco cabe esperar una mayor incorporación de jóvenes a largo plazo, porque cada vez su periodo formativo es más largo, de tal forma que ya casi no existe población activa por debajo de los 20 años, segmento que ahora solo suma 5.600 personas, frente a las 14.000 de 2005. De hecho, el retraso de la entrada en el mercado laboral de los jóvenes es un elemento nada despreciable del envejecimiento global de la población ocupada.
Los expertos alertan de diferentes efectos del envejecimiento de la población laboral. Uno de ellos es el consiguiente aumento de los pensionistas, hasta el punto de que va a dinamitar en poco tiempo el delicado equilibrio que durante años ha mantenido el sistema público de pensiones español entre cotizantes y beneficiarios. Al tratarse de un sistema de reparto, los más jóvenes cotizan para que los jubilados cobren su prestación. Este riesgo, común a toda Europa, hace ya años que viene forzando cambios importantes en los sistemas públicos de pensiones, entre los que el más reseñable es el aumento generalizado de la edad de retiro.
Otro elemento a tener en cuenta es la propia productividad de los trabajadores. Dependiendo en buena medida del tipo de actividad, por lo general un trabajador de edad avanzada suele ser menos productivo que uno más joven. Hay tareas como las de la construcción, el transporte o las agrarias, por citar solo algunas de las más penosas físicamente, que no encajan bien con el perfil físico de trabajadores próximos a la tercera edad. Y ni que decir tiene que en las tareas más intelectuales también se deja sentir con fuerza el paso de los años.
Por otro lado, otro factor a tener en cuenta es la salud física del trabajador, que por norma general empeora con la edad, lo que condiciona no solo el rendimiento en su trabajo, sino la propia asistencia al mismo. Pese a todo, en la última década ha caído el absentismo laboral, como consecuencia, según coinciden los expertos y denuncian los sindicatos, del temor a que la ausencia del trabajo por motivos de salud pueda influir en un posible despido.
Sin jóvenes trabajadores
Una ojeada a los individuos por los grupos edad que utiliza la EPA -de diez años desde los 25 de edad, además de los de 16 a 19 y de 20 a 24- revela que las cohortes laborales más numerosas se encuentran entre los 35 y 44 años (275.700 personas) cuando hace diez años esa categoría la ocupaban los de 25 a 34 años. Ya se ha hablado de la caída entre los menores de 20 años, pero es que también ha sido drástica la del colectivo que tiene de 20 a 24, que ha bajado desde las 61.800 personas ocupadas a las 26.600, aunque aquí juega un papel importante el paro. De hecho, la población activa ha bajado solo de 76.100 a 44.000 personas en la última década en ese grupo.
Y es muy revelador lo que sucede en el otro extremo, ya que los trabajadores que tienen más de 55 años han pasado de 111.300 a 155.500, un incremento que es aún más acusado en la población activa, que ha subido de 113.900 personas a 169.000. Y también puede citarse lo que ha sucedido con otro segmento de edad que puede considerarse joven, el de 25 a 34 años, que ha bajado de 277.100 personas a 160.700.
Desde otra perspectiva, el cambio sufrido en el mercado laboral parece aún más drástico. En los diez últimos los trabajadores mayores de 45 años casi se han duplicado (desde 334.600 a 625.500), pese a la destrucción de empleo). Como contrapunto, los ocupados menores de esa edad han bajado desde los 625.500 del primer trimestre de 2005 a los 409.900 de diez años después.
¿Y qué soluciones pueden adoptarse para poner remedio a un problema que amenaza la integridad del sistema de pensiones, por la caída de la productividad que conlleva, y a servicios básicos como la salud, la educación o la dependencia, por el mismo motivo? Pues pocos, y la mayoría preocupantes, según apuntan los expertos. Por el momento ya se ha recurrido a reformar las pensiones, que a medida que transcurra el tiempo serán más bajas con respecto al último salario.
También se puede aplicar una política potente de aumento de la natalidad, que consista en ayudas directas e indirectas, como las facilidades para el cuidado de los hijos de padres que trabajan, entre las cuales avanzan a buen ritmo las medidas relacionadas con la conciliación de vida laboral y familiar. A este respecto, el consejero de Empleo del Gobierno vasco, Ángel Toña, propugnaba la pasada semana en un artículo publicado en EL CORREO actuaciones públicas para aumentar la natalidad.
Y de continuar así las cosas -nadie ve un cambio de tendencia en la natalidad a corto plazo- y si la economía marcha bien, quedará como último recurso la inmigración para tomar el relevo. Ya ayudó a equilibrar la natalidad y el mercado laboral en los años de la burbuja anteriores a esta crisis y puede hacerlo en el futuro, pero asumir un elevado número de trabajadores extranjeros puede también provocar algunos problemas sociales; aunque esa es otra historia. Por el momento, los inmigrantes están colaborando no solo en el mercado laboral sino también en la regeneración demográfica con una natalidad por encima de la media nacional. En territorios como el de Álava aportan, por ejemplo, uno de cada cinco nacimientos.
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