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Ana Barandiaran
Miércoles, 2 de septiembre 2015, 02:47
En 2009, con EE UU y Europa hundidos tras la quiebra de Lehman Brothers, Brasil era un símbolo del poder de los emergentes, que estaban superando la crisis con rapidez y tirando de la economía mundial. Lo ilustraba una portada de la revista 'The ... Economist', que sacaba al Cristo Redentor de Río de Janeiro despegando como un cohete. Los datos de 2010 avalaron tanta euforia. Ese ejercicio registró un espectacular crecimiento del 7,5% que fascinó al mundo entero. Ahora, tras cuatro años de ralentización, el país latinoamericano ha entrado en una profunda recesión, su inflación y desempleo están aumentando a pasos agigantados y corre el riesgo de que las agencias de rating le retiren el grado de inversión. Se ha convertido en un símbolo del declive de los emergentes.
Detrás de esta evolución subyace en gran medida China. La demanda del gigante asiático ejerció de fuerza tractora para la economía brasileña, muy rica en mineral, hierro, soja y petróleo. El 'dragón rojo' llegó a suplantar a Estados Unidos como su principal socio comercial. Pero al igual que fue uno de los países más beneficiados por el 'boom' chino, ahora es uno de los más perjudicados por su ralentización, que ha motivado un desplome en el precio de las materias primas. La cotización del hierro, por ejemplo, ha descendido desde los 116 dólares hasta los 54 en un año.
"La dependencia de China es muy elevada porque Brasil ha sufrido una 'reprimarización' de su economía. Las materias primas ganaron peso en sus exportaciones, mientras se ha reducido la cuota de ventas industriales", explica Carlos Malamud, investigador principal de América Latina del Real Instituto Elcano. Se puede decir que Brasil ha sufrido la maldición de los países ricos en recursos; al aumentar las exportaciones de materias primas, la divisa se revaloriza y pierden competitividad los productos locales manufacturados, que se dejan de vender. El real brasileño ha estado muy caro en el pasado, aunque ahora está depreciándose a gran velocidad.
Demasiados despilfarros
Brasil, además, ha cometido errores como gastar por adelantado lo que pensaba ingresar de la venta del petróleo y el hierro. Su gasto público se ha disparado con subvenciones para la factura energética, créditos blandos para las grandes compañías ligadas al Estado y la construcción de estadios para el Mundial de Fútbol de 2014. Ahora está inmersa en los preparativos para acoger las Olimpiadas de 2016. Pero el ambiente en el que se desarrollan las obras no tiene nada que ver con la euforia que se respiraba cuando en octubre de 2009 Río de Janeiro salió elegida y el entonces presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, pronunció un emotivo discurso en el que aseguró que los Juegos serían un regalo para los pobres.
Lula, el exsindicalista que gobernó el país entre 2003 y 2010 con una agenda de marcado carácter social y que es un símbolo de la pujanza de Brasil, ha anunciado recientemente su regreso a la arena política para ayudar a la presidenta Dilma Rousseff, su sucesora y compañera del Partido de los Trabajadores (PT). La popularidad de Rousseff ha caído en picado y ya solo cuenta con un 8% de apoyo entre la población. En octubre del año pasado salió elegida para un segundo mandato, con un estrecho margen del 52%.
Se le acusa de mala gestión. "Antes de las elecciones disparó el gasto público. Pero luego fue peor. Su victoria fue tan apurada que quedó muy debilitada. Estuvo dos meses parada sin hacer nada", apunta Barclays en una nota. Ahora su Gobierno está subiendo impuestos y recortando gastos para ganar credibilidad, pero a la vez está agravando la recesión.
El escándalo de Petrobras
No obstante, lo que más tocada le ha dejado es la corrupción, y en concreto el caso Petrobras. El escándalo es histórico. Se trata de un cártel de grandes empresas constructoras que pagaron sobornos a jerarcas de la compañía durante 10 años a cambio de contratos. Se estima un coste de al menos 2.000 millones de dólares. Hay decenas de legisladores en funciones investigados por la justicia y el caso ha salpicado al gobernante Partido de los Trabajadores, con el envío a la cárcel del tesorero Joao Vaccari Neto.
Paradójicamente, Malamud cree que este escándalo constituye la única luz de esperanza porque la detención de políticos y empresarios está demostrando a los brasileños que la justicia funciona. "Es una base para la regeneración política y económica", afirma. Pero los bancos de inversión no parecen tan optimistas porque están venga revisar a la baja las perspectivas económicas de Brasil.
El hundimiento de su economía afectará a toda la región -Brasil supone un 56% del PIB del continente- y especialmente a Argentina, su principal socio en la zona. Pero ante todo supone la caída de un símbolo de los emergentes, la primera letra de los famosos BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica-, acrónimo con el que se conoce a las principales economías en desarrollo que tanto prometían.
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