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Ana Barandiaran
Martes, 21 de julio 2015, 00:14
Ahora que parece encarrilado un tercer rescate a Grecia por cerca de 86.000 millones de euros conviene echar la mirada atrás para observar cómo se utilizaron los 227.000 ya suministrados al país en los dos anteriores programas (el de 2010 y el de ... 2012). Es un análisis oportuno ya que ayuda a entender al menos en parte porque semejante lluvia de millones no ha servido para enderezar la economía griega ni para reducir su insostenible deuda.
El primer dato a destacar es que sólo un 11% de los fondos fue a parar a manos del Estado griego para afrontar sus gastos, según un riguroso informe de Macrópolis. En concreto, ese porcentaje equivale a 27.000 millones de euros. Hay que tener en cuenta que Grecia comenzó en 2009 con un déficit primario (ingresos menos gastos, pero antes de intereses) brutal de 36.000 millones, pero con las duras medidas de austeridad lo fue reduciendo hasta alcanzar superávit primario en 2014. O sea, que ese año era autosuficiente para pagar a pensionistas, maestros, médicos y policías.
Prácticamente la mitad se destinó al servicio de la deuda, intereses y amortizaciones, mientras que un segundo paquete, que se llevó un 16%, se usó para la reestructuración llevada a cabo en 2012. En virtud de este proceso, los acreedores privados asumieron una quita y trasladaron el riesgo a las instituciones oficiales, esto es, a los contribuyentes de la eurozona.
Quizás este es uno de los puntos más reprochables de la gestión de la troika. Aunque cuando se acordó el primer rescate estaba claro que la deuda griega era insostenible (alcanzaba ya el 130% del PIB), no se hizo una reestructuración pese a que así lo establecen los estatutos del FMI. Pero se temía por el contagio de los bancos alemanes y franceses, cargados de deuda griega. Para cuando por fin se abordó en 2012, muchas de estas entidades habían escapado.
La reestructuración de 2012 ha sido muy criticada. En virtud de ella, los acreedores privados (sobre todo bancos) pasaron a tener solo 35.000 millones de la deuda griega, un 13% de lo que tenían antes. "Creó un gran riesgo para los contribuyentes europeos y se dio un trato demasiado generoso a los tenedores de bonos", concluye un extenso informe del Peterson Institute for International Economics. De ahí salió la leyenda de que la Eurozona y el FMI habían salvado a los bancos alemanes y franceses y castigado a los griegos.
La operación de 2012 abrió, además un enorme boquete en los bancos griegos y en el fondo de pensiones del país, que perdió más de 25.000 millones de euros. Ambas instituciones estaban cargadas de deuda griega. Por eso sufrieron por la quita y hubo que usar un 19% del rescate para recapitalizar a las entidades financieras helenas. Así es más o menos cómo se gastó todo ese dinero: más del 85% se fue para los servicios de la deuda, su reestruturación y la recapitalización de la banca.
Drástica reestructuración
Lo más grave es que ya estamos en 2015 y se ve claramente que vuelve a ser necesaria una drástica reestructuración de la deuda. Prácticamente todas las partes lo han reconocido, con el FMI a la cabeza, que calló en 2010 pero ahora presiona a la Eurozona para adoptar medidas agresivas. Los europeos parecen dispuestos a hablar de nuevos aplazamientos, pero descartan totalmente una quita nominal. Cuando la operación de 2012, las instituciones también tomaron medidas para aliviar la carga y retrasaron los vencimientos, además de otorgar un periodo de gracia de 10 años (el FMI cree ahora necesario ampliarlo a 30 años)
Asimismo, entonces se acordó ir más allá en el alivio si se percibía la deuda como insostenible pero no se cumplió esa promesa en la última etapa de Samaras, en 2014. Un error del que ahora se lamenta Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo, ya que en su opinión esta falta de flexibilidad favoreció que Syriza ganara las elecciones. Cuando Tsipras asumió el poder, todo se complicó. Su polémico ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, podía tener razón en sus planteamientos, pero su chulería puso a todos en su contra y bloqueó cualquier avance. Todo se vino abajo con la convocatoria del referéndum.
No se entiende bien la estrategia de negociación de Varoufakis, que tensó la cuerda al máximo. Incluso, abogaba al final por romper las negociaciones, emitir una moneda paralela e independizar al Banco de Grecia del BCE. Pensaba que eso haría por fin doblegarse a la troika pero parece muy temerario teniendo en cuenta que los que más temían el Grexit eran los propios griegos. Muchos alemanes, con Schäuble a la cabeza, no solo no lo temían sino que lo querían para disciplinar a otros países y ahuyentar a los populismos. Pero tanto Tsipras como Merkel no hicieron caso a sus subordinados y apostaron por el acuerdo. Habrá que ver si esta vez funciona. Para ello hace falta una reestructuración creíble y un buen uso del dinero del tercer rescate.
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