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BEA GarnaNDEZ
Viernes, 15 de abril 2022, 09:01
La música inunda la plaza de Santa Ana de Durango mientras el juego de luces comienza y traslada al público más de 2.000 años atrás hasta Jerusalén. La ambientación es exquisita y el público disfruta de la Pasión tras dos años de parón. Comienza ... el espectáculo con la distingida voz de Constantino Romero y empiezan a aparecer hasta 130 personajes ataviados con ropa de otra época, charlando entre ellos. Una mujer compra una barra de pan en el mercado, dos hombres charlan ajenos a todos los ojos que están puestos sobre ellos. La escena se repetirá esta noche como clausura a las tres representaciones que desde el miércoles se llevan a cabo a partir de las nueve de la noche y se prolonga hasta cerca de la medianoche.
De pronto, todo el pueblo, que prácticamente llena la plaza de Santa Ana, se paraliza para escuchar a Jesús, interpretado por un magnífico y joven Markel Ganboa que en todo momento se mimetiza con su personaje. Los discípulos le acompañan y proclaman ante la muchedumbre su palabra. Poco después se rememora el momento en el que Jesús devuelve la vista a un hombre ciego, figura encarnada por Antón Trinidad.
El viaje continúa, por un lado con el deseo de Caifás, a quien da vida Aitor San Antón, de condenar a muerte a Jesús por blasfemo al denominarse a sí mismo como 'el Mesías'. Por otro lado, con Jesús, sabedor ya de que uno de sus apóstoles le va a traicionar. La representación de la última cena es ya conocida por todos, y aquellas palabras que dijo Jesús a uno de sus apóstoles: «Te digo de verdad que esta noche, antes de que cante el gallo, me negarás tres veces». Se empiezan a palpar sentimientos de tensión, conscientes de lo que va a pasar.
Llega la traición de Judas, nunca un beso había tenido un final tan fatídico, y la entrega de Jesús a los soldados. Todo esto representado de una forma tan real que inunda al público con un sentimiento de angustia y desesperación. Y la negación de aquel apóstol tres veces antes del sonido del gallo. Los pasos de Jesús son lentos, descompasados, mientras el Caifás ordena llevarlo ante Poncio Pilato, interpretado por Fernan Atutxa, para que redacte su sentencia de muerte. Y la aparición de Herodes, al que da vida Xabier Arana, le entregó la túnica morada a Jesús.
Con el paso del tiempo, cada vez es más difícil levantar la mirada de lo que ocurre en la plaza de Santa Ana, que dista mucho de la imagen que los durangarras tienen de este emblemático espacio. Las palabras de Poncio Pilato, la risa de Herodes y el deseo de los sanedrines de condenar a muerte a Jesús, todo ello con el pueblo gritando 'Fuera, fuera'.
Las luces, el entorno y la gran puesta en escena de los actores hacen al público cada vez más partícipe de la historia, con ese gusanillo en el estómago de que se acerca el final, tras dos horas y media que pasan rápidamente. Llega uno de los momentos más duros y realistas de la representación, la flagelación. Los soldados comienzan a azotar a Jesús con los látigos, ante las caras de angustia del público. Un golpe tras otro acompañado de un juego de luces perfecto.
Aparece el arrepentimiento de Judas, interpretado por Mikel Ceide, y que levantó los aplausos del público tras su monólogo antes de colgarse del olivo. Una actuación magistral del joven durangarra, que representa de una forma majestuosa el sentimiento de culpa y la avaricia por el dinero. Tras ello, aparece Jesús arrastrando la cruz y, quizás este sea uno de los momentos más emotivos de toda la representación, el momento en el que una María desconsolada, corre a abrazar a su hijo que casi no se mantiene en pie. La ternura que demuestra Sheila Ceide en el papel de María supera a la realidad y emociona a los que están allí.
Por un momento parece que el tiempo se detiene, que somos espectadores de lo que se vivió en aquella época, todo el mundo permanece atento, las luces hacen presagiar el dolor y el sufrimiento que le espera a Jesús. La crucifixión y la resurrección ponen fin a una interpretación magistral, que se lleva la ovación del público. Un espectáculo de esos que, al menos, hay que ver una vez en la vida.
La Pasión que organiza la asociación Juan de Iciar sorprende al público cada año que pasa. Ya van veintisiete. En esta edición los jóvenes han tomado el timón de la representación, bajo la dirección del jocen Marcos Echarte. A sus tan solo 23 años ha sido capaz de volver a poner en marcha un arduo trabajo tras dos años de parón. Susana Alarcón, presidenta del colectivo, se muestra orgullosa de la puesta en escena que incluye varias novedades. Las mujeres toman peso en los puestos que hasta ahora solo desempeñaban los hombres, se modifican varias escenas y introducen nuevas piezas en la banda sonora.
El tiempo está acompañando y las gradas, que este año incorporan un espacio para personas con movilidad reducida, están registrando una ocupación media.
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