Reivindicar la enseñanza de toda la vida. El colegio del barrio de Mendiola (Abadiño) cumple cien años y este sábado celebrarán este hito, organizando una exposición de fotos antiguas y la proyección de un documental, además de la comida popular y el baile del grupo de danza del citado barrio a partir de las once de la mañana.
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El curso 1923-24, en la época de la República, fue el origen del comienzo de la escuela. Por aquel entonces, la tasa de analfabetismo era muy grande y la Diputación aprobó años antes una moción para crear 50 escuelas en las barriadas rurales. Una de ellas era la de Mendiola.
El Ayuntamiento aprobó construir este edificio en 1920 y dos años después, compró los terrenos. «Además, varios concejales visitaron los caseríos para que se comprometieran a ayudar en las obras con lo que cada uno pudiera. Sabemos que dos vecinos fueron canteros y algunos fueron después los primeros alumnos», analiza la vecina Loli Agirre. Dicho y hecho, los vecinos se pusieron manos a la obra y cada uno ayudaba con lo que podía:picando la piedra, transportndo con burros el material de las canteras cercanas...
El ente foral se había comprometido a colocar el material de escuela y el personal. Las primeras profesoras fueron Feliciana Astorkia y Julene Azpeitia -que cuenta con un concurso literario en la actualidad- y contaron en ese primer año con 40 chicos y chicas en la misma clase, comprendidos entre los 5 y 14 años, que comenzaron a recibir la educación primaria en el centro escolar.
Es cierto que los profesores y maestras hicieron una petición al inspector provincial y alcalde de la localidad diciendo que había muchos chicos y chicas que no iban a clase, ya que se priorizaba el trabajo de caserío. Se da la curiosidad que en febrero de 1924 estuvo cerrado el colegio por la epidemia de la gripe.
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Junto a ella, Joxe Inazio Arrizabalaga (66 años) rememora aquellos recuerdos bonitos que tiene de los primeros años educativos. «Cuando se cumplieron 75 años de la escuela, también realizamos un libro y coincidimos con los primeros alumnos y maestros, siendo Doña Carmen la primera profesora de la escuela. Estudiaban conceptos como el a-e-i-o-u, entendían las frases y recibían explicaciones de aritmética y geografía», subraya.
Esa docente inicial explica que enseñaba ortografía y gramática. «Además, enseñaba las cuatro reglas básicas: sumar, restar, multiplicar y dividir y lo que más les costaba a los alumnos eran las definiciones y la redacción de textos», detalla. Arrizabalaga, por su parte, confiesa que escribían bastante mal, antes de apuntar que con 7-8 años tenían una enciclopedia que abarcaba la geografía, un pasaje de religión y problemas de aritmética.
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«Yo en cambio, tenía matemáticas, lengua, geografía e historia. Casi todos los profesores no hablaban el euskera y no dábamos clases de esta lengua, salvo el último año que nos impartieron dos docentes de Durango cuando teníamos 13-14 años. Cambiaban frecuentemente de maestros y la gran mayoría venían de Ortuella, Bilbao y Laudio», analiza Loli.
Tras terminar la enseñanza, continuaban los estudios en Durango. «Éramos muy inocentes y aunque fuéramos de distintas edades, jugábamos siempre juntos. Si nevaba, nos tirábamos por la campa en plástico, no teníamos ni reloj. Y los fines de semana, también hacíamos cosas en común», explica.
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«Hace un año, se nos ocurrió la idea de conmemorar el centenario con algún acto. Entre diez y doce personas, pensamos en la proyección audiovisual y en digitalizar las fotos antiguas -hemos reunido más de 200 aunque la exposición consta de una cincuentena- y documentos. Queríamos que el documental, realizado por Markel Onaindia- abarcase el espectro del barrio, incluyendo los testimonios de los maestros Joaquín Rueda y Mila Berrioarteortua», detallan ambos.
Joxe Inazio recalca que la escuela es el eje, pero en torno a esa asociación se han organizado las fiestas, cursos o actividades en el barrio. «Tengo unos recuerdos muy bonitos. Empecé con cinco años, fueron las primeras estampas de mi vida. El primer día de clase, los padres, estaban atando las vacas en el caserío para ir a la huerta y pasaron dos chicas del barrio. La madre había hablado con una de ellas para que me recogiera a mí y fuera a la escuela andando. A veces, me castigaban porque no sabía realizar los quebrados. Jugábamos un montón y hacíamos diabluras, éramos medio salvajes. Joaquín Rueda, el profe, tenía a los mayores como mentores de los más pequeños», detalla.
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En el último año que se impartieron clases, perteneciente al curso académico 1986-87, acudieron ocho o nueve estudiantes, acompañados de una maestra. Después, pasó a ser denominada como la sociedad vecinal y cultural Errekatxo para seguir manteniendo la actividad en el barrio, conservando la llama, organizando charlas, actividades y reunirse para reclamar cosas al Ayuntamiento. Por último, el historiador Iñaki Goiogana también estará presente en el acto.
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