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manuela díaz
Domingo, 31 de marzo 2019
«El enemigo de la memoria no es el olvido, es el silencio». La frase que en su día pronunció el gudari ya fallecido Paco López la hizo suya ayer el lehendakari Iñigo Urkullu tras el acto de conmemoración del 82 aniversario del bombardeo de ... Durango. Urkullu ha reivindicado así la importancia de mantener vivo el recuerdo de aquel terrible día en el que perdieron la vida al menos 336 personas y que dejó un reguero de cientos de heridos y más 300 edificios reducidos a escombros.
El horror vivido el 31 de marzo de 1937 asomaba ayer en la mirada de los ya pocos testigos de aquel acto cruento. Miradas como la de Angeles Milikua, de 92 años, que ayer asistía por primera vez al acto pese a vivir en Durango tras regresar de Inglaterra como otros cientos de niños y niñas de la guerra. Apenas habla de aquel trágico día, salvo que se encontraba junto a sus ocho hermanos y sus padres en su casa del casco viejo, donde pasadas las 8.30 de la mañana cayeron buena parte de las 200 bombas arrojadas por la aviación italiana. «Corrimos a refugiarnos a un lavadero en el camino que sube al cementerio», recuerda.
El paso de los aviones, que según la alcaldesa Aitziber Irigoras, «desató el infierno en nuestras calles contra personas de todos los colores políticos», obligó a los Milikua a trasladarse una temporada al caserío de unos familiares en Garai. Luego llegó el exilio. Su madre y tres de sus hermanos embarcaron a Francia, y Ángeles, que entonces tenía 10 años, y los otros cinco a Inglaterra. «Fue la primera vez que veía una bañera y nos daban de desayunar zumo de naranja». Recuerda cómo trataban de enseñar a bailar danzas vascas a otras jóvenes exiliadas o como encontraron el apoyo de una religiosa a su llegada a Inglaterra.
Su exilio guarda cierto paralelismo con el de Benita Uribarrena, vecina fallecida hace 55 años, que da nombre al parque en el que se celebró ayer el 82 aniversario del bombardeo. Historias marcadas por el «horror que no debemos ni queremos olvidar», señaló la alcaldesa Aitziber Irigoras durante su intervención en el acto. «Tenemos derecho a saber quién ordenó los bombardeos y el nombre de todas las personas que murieron, que nuestros hijos e hijas conozcan la verdadera historia de su pueblo», dijo en alusión a la querella por delitos de crímenes de guerra y lesa humanidad que el Ayuntamiento, junto con varias asociaciones de la villa, han presentado contra los 46 aviadores italianos que participaron en los bombardeos y que se encuentra en fase de recurso.
El evento reunió a supervivientes, familiares y representantes institucionales en Durango. Además de Urkullu, asistieron el diputado general de Bizkaia, Unai Rementeria; la presidenta de las Juntas, Ana Otadui, la presidenta del PNV de Bizkaia, Itxaso Atutxa; y la presidenta del PSE-EE, Idoia Mendia, representantes de Gerediaga, corporativos y otras organizaciones. Todos ellos tomaron parte en la ofrenda floral tributada en memoria de los fallecidos hace 82 años. Junto a ellos, la escritora Leire Bilbao, leyó el cuento 'Gerrak ez du izenik' expresando con los ojos de una niña la vida cotidiana de la villa rota por el bombardeo y de cómo la vida sigue su curso, hacia adelante.
Urkullu recordó otros municipios como Otxandio o Elorrio que aquel trágico día recibieron el azote fascista. En este sentido, la elorriarra Ana Otadui recordaba a los siete fallecidos hace 82 años en su localidad. «Dicen que aquel día hubo viento sur y las bombas en lugar de caer en el núcleo cayeron detrás de las huertas y por eso el número de muertes fue pequeño», recuerda la jeltzale.
Emocionado, el superviviente encargado de hacer la ofrenda floral fue un año más Esteban Cuevas. Para el nonagenario durangués, la guerra dejó una herida que el paso del tiempo no ha podido cerrar. Su hermano, que realizaba labores de monaguillo en la iglesia de San José de los Jesuitas, fue uno de las 27 personas que perdieron la vida aquella mañana cuando asistían a misa.
«Verdad, justicia y reparación», demandaba la alcaldesa Itziar Irigoras (PNV), para quien «el bombardeo de la villa perseguía enterrar las esperanzas, sueños, vivencias, derechos, libertad y futuro de todo un pueblo». El horror, recordó, «dejó paso a 40 años oscuros de dictadura», donde el régimen «impuso una lectura basada en la mentira y la represión». La regidora pidió «solidaridad y humanidad» a la UE para acoger a los miles de refugiados que en la actualidad dejan sus hogares escapando de conflictos como el que hace 82 años asoló Durango. Tras ella, el coro Doinuzahar entonó la voz de todos aquellos que fueron silenciados.
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