
La dura vida de los transformistas vizcaínos
Buscan abrirse hueco en el mundo del espectáculo ·
Pero trabajan de camareros, maquilladores, peluqueros y pinchadiscos para salir adelanteSecciones
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Buscan abrirse hueco en el mundo del espectáculo ·
Pero trabajan de camareros, maquilladores, peluqueros y pinchadiscos para salir adelanteDe izquierda a derecha, los protagonistas de esta página aparecen vestidos de calle. Se llaman Egoitz Crespo, Anakoz Merikaetxebarria y Andoni Bozal. Son solo tres ... del cerca de medio centenar de artistas que intentan hacerse un hueco en el mundo del transformismo en Bizkaia, pero reflejan bien a las claras la dura realidad del gremio. Sobrados de ganas, no les queda otra que emplearse en todo tipo de trabajos para salir adelante. El transformismo no les da para vivir, así que sirven copas, trabajan de maquilladores y peluqueros en el Teatro Arriaga, de animadores socioculturales o... de lo que sea. «Necesito otros ingresos para pagar la hipoteca porque este oficio es muy inestable, tanto para mí como para la gente de mi alrededor», confiesa Bozal.
Sin embargo, el veneno del artisteo les puede. En la página de la derecha, de arriba abajo, se muestran cómo salen a los escenarios, con sus plumas, taconazos, estolas y pelucones. Casi todos actúan en los mismos lugares porque Bilbao da para lo que da. Evidentemente, la capital vizcaína no es Madrid ni Barcelona.
Suelen contratarles los dueños de bares como Manolita la Primera, Badulake, Pavoneo o el Key de Asier Bilbao, de ambiente gay frecuentados por todo tipo de espectadores. Protagonizan montajes «para el día y la noche. Se acabó lo de encuadrarnos únicamente en ambientes nocturnos», matizan. Lo mismo amenizan «despedidas de solteras» que se ganan los aplausos de menores, acompañados de sus padres, en cumpleaños infantiles. También actúan en clubes de jubilados. No hay oportunidad que perder.
Se engalanan con vestidos en los que se dejan un dineral. Nada de salir del paso con modelos «comprados en las tiendas de los chinos» ni repetir vestuario, pese a no disponer de grandes presupuestos. «A mí me sale cada vestido 600 euros y no me gusta dejarlos a otros compañeros. Son solo para mí», reconoce Bozal. Algunos artistas, lejos de replicar a grandes divas como Whitney Houston e Isabel Pantoja, se meten en la piel de personajes de ficción. «Hay mucha demanda, pero poca oferta», lamenta Anakoz, posiblemente el más conocido del sector. Hace unas semanas, precisamente, presentó su primer disco en la sala Bilborock, rodeado de «muchas de mis compañeras», entre las que figuran Crisher Kiss, Jampoleta, Brigitte Pzones, Lola Peloche, Chari Goldstar, Kini Kinientos...
«Aquí no hay locales ni programadores y luego, para acceder a un teatro, bien de dificultades que te ponen o tienes que pagar un dineral. Contar con el respaldo de una productora o representante que te lleve es un regalo», apostilla. «Generalmente, uno se autoproduce casi todo. Directamente. O te buscas tú los bolos y las fiestas o... Tienes que vender previamente tu proyecto, tu show... Cada una de nosotras - el empleo del género femenino está generalizado- tiene una manera de funcionar. Y, en muchas ocasiones, hay que adecuarse a las características del local o el tipo de fiestas en las que actuamos. Hay que adaptarse a lo que nos ofrecen», reconoce Bozal.
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A la falta de alternativas se suma, además, «la intrusión» contra la que tienen que competir. Sin pelos en la lengua, Merikaetxebarria asegura que antes se sabía «quién era un transformista, pero hoy en día hasta las típicas que se compran un vestido en una tienda de disfraces se consideran como tal. Hemos entrado en una dinámica del 'todo vale'», censura.
Tampoco es que cobren un dineral. Rara vez superan los 200 euros por sesión. Crisher Kiss, alias de Egoitz, en homenaje a su madre, asegura que «los cachés» dependen de la calidad de los espectáculos. «Yo, para salir a un escenario, requiero mucha producción detrás. Necesito maquillaje, vestidos y joyas, y todo eso cuesta un dinero. Si me compro unas bragas en el chino y una peluca en una tienda de disfraces, mi show puede costar 50 euros, pero con todo lo que llevo no puedo cobrar menos de 150 mínimo», detalla Crisher, que se estrenó en 2017 y cuyas performances suelen durar entre una y dos horas. «Depende de quién me contrate», reconoce. «Solamente el maquillaje me lleva dos horas y media de preparación», apunta Bozal.
Casi siempre actúan en playback, no por tenerlo más fácil, advierten, sino por mejorar la calidad del espectáculo. «Si la canción está grabada, para qué voy a hacer el esfuerzo de cantar», matiza Bozal, que asume haber roto numerosos prejuicios. «Al final, hasta que no lo ves, lo conoces y consumes, no te das cuenta de todo lo que hay detrás de nuestras sesiones. La gente disfruta mucho porque les ayudamos a vivir un momento de diversión, desconexión y despreocupación», relata Andoni, un navarro afincado en Donostia desde hace nueve años. «Tenemos el arte de poder quitarle a la gente los problemas de su cabeza», explica satisfecho de su «buena suerte» al actuar «la gran mayoría de los fines de semana». Crisher agradece que cada vez más hoteles, como el Barceló, se sumen a la organización de espectáculos de transformismo.
En una lucha sin cuartel, Anakoz lamenta el comportamiento de profesionales «de fuera» que aprovechan su paso por programas televisivos para «pedir un dineral y elevar sus cachés», perjudicando a los artistas locales. Crisher protesta por la actividad de bastantes locales que, a su juicio, se aprovechan de «nuestras ganas de trabajar», sobre todo en los inicios. «Es muy duro empezar en el 'mundo drag'. Igual te pasas trabajando toda la noche para solo cobrar 40 euros», reprocha.
Frente a estos «abusos», el colectivo plantea la conveniencia de regular «esta actividad y legislar una especie de convenio porque no todo el mundo nos pone en nómina», se queja Anakoz, que en ocasiones se traviste en el personaje de Tomasa, sin demasiado glamur. «Es una vizcaína que suele acercarse a Bilbao a visitar a su amiga Paquita. Funciona muy bien», añade. Egoitz jamás cambia y siempre hace de Crisher, «una mujer que suele ir cargada de joyas. Dependiendo del número musical que vaya a hacer, me puedo poner un poquito más rollo burlesque, hacer de niñata o ir en plan alfombra roja», desgrana. Les da igual. Lo importante es trabajar, pero en el escenario. Aunque se tengan que buscar la vida fuera de él.
Egoitz es camarero y Andoni, maquillador, además de animador sociocultural. Y Anakoz acaba de grabar un disco. Se les ve contentos. Los tres agradecen el apoyo de sus familiares, presentes muchas veces en sus espectáculos. Bozal suele alzarse sobre tacones «de 12 centímetros para arriba». Crisher, que empezó en 2017, se va hasta plataformas de 22 centímetros para sus números de «pole dance, o baile en barra», mientras disfruta distinguiendo a su madre entre los espectadores. «Lo bueno del público gay, si lo fidelizas, es que lo tienes para siempre», esgrime Anakoz.
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