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El curso escolar arrancó el pasado 5 de septiembre en el instituto Mimetiz de Zalla con las clásicas jornadas de presentación. El lunes siguiente comenzaron las clases de forma oficial. Pero dos pupitres de 1º de ESO permanecieron vacíos durante dos semanas.
Los huecos correspondían ... a los hijos de Verónica del Rey y Susana Lorenzo. La primera vive en el puerto de Las Muñecas, en Sopuerta, en una casa con unas vistas espectaculares al valle. La única forma de llegar al domicilio es por una sinuosa carretera, llena de curvas y quiebros. La segunda reside en el barrio de Arenao del mismo municipio, junto a la vía que lleva a Muskiz, justo al lado de un puente de madera que da la bienvenida a los visitantes. Ninguna de las carreteras tiene arcén ni acera. Tampoco iluminación.
Cuando el centro educativo de referencia (si es público) se encuentra a dos o más kilómetros de distancia del domicilio, el Departamento de Educación garantiza el transporte escolar. El instituto de Zalla está a 11 kilómetros de Sopuerta. No obstante, el autobús no pasa por las casas de estas familias y la parada más cercana está en el centro del pueblo, a entre 1,7 y 3,1 kilómetros, en función de dónde vive cada una. Es decir, que para coger el autobús los adolescentes deben caminar entre 20 y 40 minutos por una carretera sin acera o farolas.
Por alguna razón que desconocen, este curso Educación les ha denegado el servicio de taxi del que disponían hasta el año pasado. La situación de Urtzi, el hijo de Susana, es todavía más kafkiana. Su hermana, más pequeña, sí disfruta del vehículo, al igual que él lo hizo durante su etapa en Primaria. Ahora, al pasar a la ESO, y pese a que el centro educativo es el mismo para los dos, a ella la recoge un taxi en la puerta de casa pero él debe caminar casi media hora hasta la parada del autobús. «Es algo que no se entiende, hemos pedido explicaciones y hasta ahora nadie nos las ha dado, ni el colegio ni Educación», lamenta su madre.
Joana Ortiz también vive en Las Muñecas y su situación es muy similar. Hasta ahora, ella sí ha podido llevar todos los días a clase a su hijo Peru, que va al mismo curso que los otros dos chavales. «¿Pero por qué tengo que hacer de taxista?», se cuestiona. «No estamos hablando de extraescolares, es la educación obligatoria». Educación le ofrece pagarle el kilometraje al final de curso, pero no le convence. Es interina en la Administración pública y no tiene estabilidad, por lo que no sabe si estará siempre disponible. El instituto de Zalla, recuerda, es el que les toca por proximidad porque «Sopuerta no tiene centro pública, sólo uno concertado».
Caminar por la carretera es un auténtico peligro. Hay que ponerse en situación. En el tiempo que dura el encuentro con los periodistas, pasan del orden de 40 o 50 coches, un tráiler (dos veces), varios camiones y un autobús, amén de decenas de ciclistas. Se supone que los chavales deberían caminar por aquí a diario a las 07.00 horas, para llegar a la parada a las 07.50. En invierno, cuentan las mujeres, la niebla cubre por completo la carretera.
Durante la entrevista, a una de ellas se le para el corazón.
– ¡Cuidado, por Dios! Yo es que me pongo mala...
Acaba de pasar un camión a gran velocidad. Los tres menores están junto a la vía para la sesión de fotos, pero ningún coche hace siquiera el amago de aminorar. El límite es a 50, pero varios vehículos circulan claramente por encima de esa cifra.
Las mujeres, por supuesto, se niegan en redondo a que sus hijos se jueguen la vida, literalmente, para ir a clase. Y eso les obliga a hacer auténticos malabares. Durante las dos primeras semanas de curso, ni Urtzi ni Ametz (el hijo de Verónica) han podido ir a clase. Por circunstancias personales, las familias no pueden hacerse cargo del transporte con regularidad. Susana, por ejemplo, es interina en Osakidetza y, al igual que Joana, va saltando de contrato en contrato.
Con el tiempo han conseguido apañarse. Susana y Verónica se turnan para llevar a sus chavales a clase. Pero a veces hay imprevistos. Una vez, a la segunda se le estropeó el coche y la primera tuvo que llevar a toda prisa a su hijo al autobús mientras dejaba a su otra hija a cargo de una vecina. Luego regresó, peinó y terminó de preparar a la cría para que la recogiese el taxi escolar. Otro ejemplo: los jueves y viernes, los dos adolescentes salen a horas distintas. «El otro día, Susana podía llevar a mi hijo, pero como yo no podía ir a recogerlo, se quedó sin ir al instituto», cuenta Verónica.
Las tres familias están desesperadas. Pusieron la venda antes de la herida y ya en marzo, cuando tocaba hacer la matrícula, advirtieron al centro de las posibles complicaciones para que el autobús llegase hasta sus domicilios. «En mayo» sacaron fotos de la carretera, «para que tanto el colegio como Educación vieran lo peligroso que es andar por ahí», aseguran. Y, sin embargo, aún no tienen solución. Explican que otras tres familias de la zona con una problemática parecida sí han conseguido el servicio de autobús. Fuentes de Educación señalan que la consejería trabaja para solventar la situación y que pondrá un taxi a disposición de las familias afectadas lo antes posible. «El año que viene mi hija también pasa a la ESO. ¿Nos vamos a ver en las mismas?», se pregunta Joana.
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