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Se ha convertido en la cita más clásica de las que componen la agenda bilbaína del fin de semana, parte del mañaneo del domingo, una ... parada previa al paseo por el Casco Viejo y las rabas en la Plaza Nueva. Incluso cuando hace mal tiempo -que ayer no fue el caso-, cientos de personas pasan por el mercado de las flores, en el tinglado grande del Arenal, que desde 2021 se complementa con el de libros, discos, películas y numismática, trasladado desde la Plaza Nueva y reducido al tinglado pequeño. Al mediodía, ayer, ambos acumulaban una concurrencia notable y no era fácil moverse entre los puestos.
«Yo diría que la hora punta suele ser las 12.30», comenta Unai Ureta, del vivero Etxelore, «de Meñaka», precisa. El suyo es uno de la quincena de puestos que ocupan el tinglado grande. «Es un buen mercado, con mucho movimiento», considera. El hecho de que esté en una zona de paso hace que «haya dos tipos de público». Por un lado, están los asiduos, los que vienen siempre y «se dan su vuelta por todos los puestos». Hay un tipo de cliente además «que conoce las plantas, entiende del tema. Luego está la otra parte, el que va de paso por aquí y se para. Muchas familias vienen con los críos y a veces son ellos los que escogen algo».
También se detienen «mucho los turistas extranjeros, el problema es que claro, no pueden llevarse una planta. Sacan un montón de fotos, eso sí. Se llevan las plantas en fotos», ríe.
Maite Nebreda, que tiene la floristería Castroflor en Basauri, conoce bien la historia de este mercado, porque «llevo viniendo 35 años. Coincide en que los clientes habituales, «los que vienen cada semana, o una vez al mes», y los casuales van a partes iguales. Así que en algo en apariencia tan especializado como un mercado de flores «no hay un perfil. Por aquí pasa todo el mundo: mayores, jóvenes, chicos, chicas...». Tampoco hay un producto estrella. Por eso la impresionante variedad que muestran todos los puestos, que abruma un poco. «Y el colorido, que es importante. El color de las flores atrae».
En el tinglado de al lado lo que atraen son las cubiertas de los libros y de los viejos cómics, las monedas, los discos y las películas. «En esta revista publicaba un tío que hacía cómics pintándolos al óleo, ¿cómo se llamaba?», comenta un lector ya veterano. «¡Vicente Segrelles!», contesta su amigo. Se llevan un ejemplar de 'Cimoc' de los años 80 y salen camino de la Calle del Perro, «a tomar algo».
«Aquí también tenemos la misma mezcla de clientes fijos y casuales», explica uno de los libreros. Los primeros «han fichado ya un libro y vienen a por él, o hasta les tienes guardados los encargos», Con los segundos, «tira mucho la nostalgia, sobre todo en cómic». Eso sí, entre los libreros es fácil recoger opiniones críticas sobre el cambio de la Plaza Nueva a los tinglados: «Se redujeron los puestos de 40 a 17, y cuando llueve es un desastre para los libros. La Plaza Nueva estaba mejor para nosotros y para la gente».
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