
Un domingo en una batida de jabalíes: «Mucha gente no conoce la verdad de la caza»
Fin de temporada. ·
Acompañamos a una cuadrilla de Carranza en una de sus últimas salidas: «Me gusta entrar en acción, la adrenalina»Secciones
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Acompañamos a una cuadrilla de Carranza en una de sus últimas salidas: «Me gusta entrar en acción, la adrenalina»El jabalí es de costumbres nocturnas y quienes lo cazan, casi también. Son las siete y media de la mañana, justo empieza a clarear, y ... los miembros de la Cuadrilla de Jabalí 82 se reúnen detrás de la estación de tren de Carranza, junto al Urbieta, un bar cerrado que les sigue sirviendo de punto de encuentro. Es domingo, uno de los últimos días de batida de la temporada, que empezó en septiembre, y el pronóstico meteorológico augura una buena jornada, no como la semana anterior, cuando rompió a llover, se echó la niebla y hubo que abortar la operación a media mañana. Dicen los cazadores que, en días como hoy, sus perros amanecen ya nerviosos, excitados, como si supiesen lo que toca. También los seres humanos van llegando bien despiertos, sin acusar el madrugón.
«Nunca se sabe cuántos vamos a estar, pero unos veinte nos juntamos siempre», explica Isaac Ruiz, el jefe de la cuadrilla. El equipo se completa con una veintena de perros, todos ellos sabuesos o cruces de sabueso y grifón. Este rato de charla antes de salir al monte tiene una finalidad práctica: los cazadores deciden a qué zona van a acudir, en función de los avistamientos y los rastros que han ido detectando durante la semana. Todos habrán mamado esto en casa, ¿verdad? «Yo, sin ir más lejos, no –corrige Isaac–. Mi padre no era cazador. Sí era un poco trampero: pillaban algún zorro y a lo mejor vendían la piel por cuatro o cinco mil pesetas, más por necesidad que otra cosa. También ahora cazar el jabalí es una necesidad. Hace 35 años, en toda la temporada cada cuadrilla mataba quince o veinte. Ahora, entre las dos cuadrillas de Carranza, son 160 o 180. Este valle, con doscientos jabalíes más, ¿qué sería en dos o tres años? ¡Mira cuántos accidentes de carretera hay por animales salvajes!».
La mayoría de los miembros de la cuadrilla, todos ellos del propio Carranza o descendientes, son ya veteranos. Y casi todos son hombres. Pero hay excepciones a ambos rasgos, como la treintañera Begoña Rodríguez, una de las tres chicas del grupo: «Yo voy con los perros, con los monteros, me gusta estar en el lío: entrar en acción, la adrenalina... La perrada es una cosa muy bonita de ver y de escuchar. Mi pareja también es cazador, pero en Cantabria: aquí siempre cazamos más, le envío el icono del jabalí cuando cae el primero para hacerle rabiar», sonríe. Como tantos vecinos del valle, ya se ha acostumbrado a las visitas de estos vecinos hambrientos: «Donde yo vivo, en Santecilla, he tenido el jabalí donde pongo las cebollas. Hace dos noches, estuvo en la huerta de mis padres, y mi hermano está desbrozando y pasa el jabalí tranquilamente. ¡Son muy descarados!». El patriarca del grupo es Antonio Palenque, que ya ha ordeñado sus ovejas antes de venir al Urbieta. «Empecé a cazar con 23 años y el mes que viene cumplo 83. He cazado zorro, liebre, sorda..., aunque era mal tirador y no le daba a una sorda ni queriendo. Pero lo que más me gusta es el jabalí. Todos los días me doy una vuelta a ver por dónde andan. Prefiero no comer y estar cazando», dice, y todos los presentes reaccionan ante esa última frase: «¡Buuuu, mentira total!».
Isaac tenía pensado hacer la batida por la zona de Sopeña. Palenque, como le llaman todos, está de acuerdo. Es un paraje elevado, dentro del parque de Armañón, que en su cresta más elevada ofrece una panorámica sobrecogedora del valle, a un lado, y de la costa cantábrica, al otro. A eso de las nueve, los tiradores se van en sus cuatro por cuatro hacia sus puestos, que rodean por arriba la mancha de caza, acotada por señales de 'Atención, batida', mientras los perreros parten desde abajo con sus jaurías de cuatro o cinco animales. Se trata de dos tareas prácticamente opuestas. A unos les aguarda una larga espera, apostados en silencio, con la mirada clavada al frente y el rifle preparado. Los otros emprenden, en cambio, una caminata de kilómetros en busca de los encames de jabalí, atentos al momento en que los perros cantan, es decir, ladran al percibir un rastro reciente. ¿Cuándo es bueno un perro de caza? «Hay varios factores. Es bueno cuando lo llevas 'de trilla', con una cuerda de entre tres y cinco metros, y no se le pasa un rastro. Cuando es limpio, es decir, no se va detrás de un corzo, que resultan muy golosos para ellos. El perro tiene que distinguir el rastro caliente, el de encame, del frío: va fogoso, encendido, y canta», desarrolla Isaac. Su animal más preciado es Lenzo, viejito ya, uno de esos compañeros de caza que han alcanzado estatura mítica en la cuadrilla, como Hori o Metxa. «A Lenzo se le ha dado bien todo. Ha tenido mil aventuras, las tripas fuera dos o tres veces, una pata rota... Ahora le cuidamos mucho».
2.134
ejemplares se cazaron en Bizkaia a lo largo de la anterior temporada de batidas, según los datos de la Diputación.
Hoy el jefe de cuadrilla renuncia a esa emoción de peinar encinares y pinares junto a sus perros y se queda a acompañar a los dos periodistas y explicarles este mundo que les resulta tan ajeno. Desde un mirador que permite dominar toda la zona, la batida tiene algo de operación militar, con Isaac como mariscal de campo. Los cazadores comparten una geografía propia que no aparece en los mapas, manejan referencias precisas y chocantes: por los 'walkies' citan hitos como el Tractor Quemado (»ardió un tractor y lo llamamos así»), la Casa de los Bidones, los praos de Quinito y de Nacho, lo de Salva... A lo lejos se divisa el punto reluciente y estático del chaleco de algún tirador, como una mota anaranjada, pero lo fundamental es el oído: de vez en cuando brota un coro de ladridos de algún lugar del paisaje, que el profano es incapaz de ubicar pero los cazadores localizan al momento. «Son los de Epi», dicen. «Son los de Jesús».
Por la emisora se van cruzando mensajes que unas veces avivan y otras aplacan la tensión. «Ya están meneando». «La Metxa no canta... ¡malo!». «¡Veo un txon, va para el paso canadiense!». «¡Atento, Pepe, que te va uno!». A las diez y veintiséis suena el primer disparo, que tarda en disolverse en los ecos del valle. Ha fallado. A las diez y media, cuando el mismo jabalí pasa en su huida por el siguiente puesto, se oye el segundo tiro, más certero. «¡Cayó!», confirma el 'walkie'.
Es una hembra de unos cuarenta kilos y ha sido abatida cerca del dolmen Galupa IV. Veinte minutos después, a Ángel López aún se le ve agitado, con los nervios sacudidos por esa tensión acumulada que se ha liberado al disparar el rifle. «Lo he matado yo, pero sin esta gente de los perros me podría tirar todo el día sentado aquí arriba», se quita importancia. ¿Cómo ha sido? «Esta subía suave. Otros van muy ligeros cuesta arriba, ¡estos no fuman!», relata el tirador, que muestra en el móvil los colmillos (las navajas, dicen ellos) de las mejores piezas que ha cazado. Los perros Kina y Kimbo, con aparatoso vaivén de orejas y la antena del localizador GPS apuntando hacia el cielo, olisquean el animal caído. Y, arriba, unos majestuosos buitres también parecen pendientes de la caza: «El otro día maté un jabalí y tenía como quince buitres encima, hacían hasta ruido», se asombra el tirador del siguiente puesto, Javier Agirreburualde.
1.000
cazadores, aproximadamente, han tomado parte en la temporada que concluye hoy en Bizkaia, organizados en 32 cuadrillas.
La batida se prolonga hasta las cinco y media de la tarde y la cuadrilla se cobra en total cinco jabalíes: el más grande, un macho de unos 80 kilos con navajas notables. Es la hora de recoger los perros, una tarea que la tecnología ha simplificado. «Antes les ponías una chapa con el número de teléfono y los tenías que buscar, ahora sabes siempre dónde están. Todo ha cambiado: la ropa, las botas de goretex, las armas, las miras... Cazar se ha vuelto más fácil», comenta Isaac. También ha cambiado la forma en la que parte de la sociedad mira la actividad cinegética, y los cazadores lo saben: «No hay relevo, cada vez menos. Mucha gente no conoce la verdad de la caza y no entiende que hay que quitar animales: el que viene a pasear por aquí lo ve muy bonito, pero esto lo mantiene la gente que vive y trabaja aquí».
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