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Garrido y Garmendia han animado muchas infancias con su música. E. C.
Dibujos animados en salsa vizcaína
Bilbaínos con diptongo

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Domingo, 22 de septiembre 2024

Creía saberlo todo sobre aquel gigante de metal y de su piloto Koji Kabuto. Incluso he ganado apuestas ante quienes aseguraban que Afrodita A decía «pechos fuera», en lugar de «fuego de pecho». Lo mismo me pasó con el niño que acompañado de su mono atravesaba el Atlántico en busca de una madre que se movía más que los precios. No me olvido de la suiza que servía en Alemania, ni de la abeja más preguntona de la colmena. Porque forman parte del ayer empantallado.

Es un pecado no haber hablado antes de Alfredo Garrido. El hombre que estaba detrás de las bandas sonoras de nuestra infancia. Desde 'Mazinger Z' a 'Vickie el vikingo', pasando por, 'Marco' o la 'Abeja Maya'. Por no hablar de su oda al riau-riau que aún sigue llenando pistas. Falleció la primera semana de septiembre y, tras los obituarios, llega el momento de hablar con alguien que le conoció bien. Otro paisano, Guillermo Garmendia. Al fin y al cabo, él también nos cantaba desde la tele.

Todavía habla en presente de su amigo. Cuenta que Alfredo, nacido hace 91 años en Bilbao, pasó penurias en la posguerra. Esa necesidad de llenar el estómago le llevó a Francia, donde se ganó los francos cantando por las calles. De ahí pasó a Holanda. A veces se conformaba con comida y cama. Hasta que un cazatalentos se lo lleva de gira por Europa y África. Tras ahorrar algo de dinero llega a Madrid y monta un grupo musical. Quedan para los anales de la historia el mencionado disco de Alfredo y sus amigos que es, más allá de un homenaje a Sanfermines, el disco oficial de la juerga popular. Aquel éxito le permitió asentarse en la casa de discos. Cuando Guillermo llegó a PolyGram Alfredo ya era director artístico. Dice que era muy serio en el estudio y que trabajó con todos los grandes, incluidos Nino Bravo, Paco de Lucía o Plácido Domingo, para quien compuso el tema del Mundial 82.

Pero hay algo que no hemos mencionado aún. Su parte botxera. Fue uno de los legendarios Chimberos. Su amor no se limitó a las bilbainadas. Siempre que podía recorría los 380 kilómetros para pisar la baldosa de Bilbao y ver a su Athletic. Rara vez se perdía un partido. Y eso que el trabajo le dejaba poco espacio. La discográfica, conocedora de su olfato, le permitía gastar una partida extra en nuevos talentos.

Así descubrió a Niña Pastori o a Los Chichos. Y, entre una cosa y otra, creó las letras de las series infantiles. Entre ellas hay una que Guillermo recuerda con cariño, la de Tarzán. Si en el caso de Mazinger la voz cantante era la de Alfredo, en la del rey de los monos fue la suya. Y nosotros sin saber que un portugalujo y un bilbaíno de Rekalde ponían música a nuestras sobremesas y meriendas. O que, años después, nos regalaran momentos emotivos como el disco dedicado a poemas de Blas de Otero.

Una puerta en el tiempo

Hubo más y con otras voces. De hecho, Alfredo siguió apostando por las bilbainadas. Lo sabe bien su familia. Empezando por su mujer. Margarita Navas, bailarina clásica que también podíamos ver en TVE. Tuvieron dos hijas y un hijo: Celia, Arantxa y Alfredo.

Pero esa es solo una parte de su familia. Hay otra. La componen los niños y niñas que cantábamos sus letras a la espera de que empezara un nuevo capítulo. Ha querido el destino que su adiós cayera en sábado. El día en que emitían por la tele la mayoría de sus trabajos. Me da que no ha sido casual. Es cosa de Alfredo. Quiere recordarnos que la infancia no es solo una patria. Es una puerta en el tiempo. La que abrimos cada vez que escuchamos las melodías de cierto genio llamado Alfredo.

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