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El aeropuerto de Loiu dejó este viernes de ser «frío», la palabra estrella, esa que repetían por la mañana tanto quienes viajaban como quienes les acompañaban o esperaban. Este viernes fue el primer día en el que pudieron acceder al aeropuerto familiares, amigos, aquellos que ... no iban a coger el vuelo, vetados por una normativa estatal desde julio de 2020. Hasta ahora las despedidas y reencuentros tenían que dejarse para la calle. O, en algún caso, para casa. Pero los abrazos han regresado. Y se respiraba en el ambiente.
En la zona de llegadas, la gente paseaba, nerviosos, aguardando a sus seres queridos. Mucho tiempo. Porque algunos, sobre todo los que han permanecido años separados, no podían esperar más. Sobre las 11.30, Mauricio Ettlin y Natalia Rodríguez, su mujer, recalaban, desde Vitoria, en 'La Paloma'. Un cartel amarillo enrollado que llevaban en la mano avisaba de que tenían ganas de recibir a Miguel, el padre de él, que vive en Uruguay y que estará con ellos un mes. «Llevamos dos años y medio sin vernos», contaba su hijo. El avión procedente de Madrid, donde había hecho escala, estaba previsto que aterrizara a las 12.55. «Hemos venido con demasiado tiempo, pero es que estamos ilusionados», explicaba la pareja. Cuando Miguel apareció, los abrazos se convirtieron en los protagonistas. Y es que algo así en la calle, reconocían, «no es lo mismo».
Si no se pudiera acceder al recinto, como hasta este viernes, Jurdana, por ejemplo, no podría haber salido corriendo y lanzarse a los brazos de su abuela, Mari Carmen Prieto. «La ha visto desde dentro y ha cruzado la puerta, pero como he visto que estaban juntas, me he quedado recogiendo la maleta», señalaba su madre, Maite Vadillo. Ellas residen en Bélgica; amama, en Basauri. Y sentía esa necesidad de esperar a su niña con los brazos abiertos, agachada, justo en la puerta.
Aurentino y Fátima, vecinos de la localidad guipuzcoana de Alsasua, más que contentos estaban tranquilos. Felices de verse -ella regresaba tras pasar 40 días en Brasil visitando a la familia-, y de que se haya levantado la restricción. «He podido entrar a recibirla, pero al venir a traerla me echaron», recordaba. Afortunadamente, le «invitaron a salir» cuando ya habían resuelto el problema con la PCR. «Me dijeron que no valía la que había presentado y me tuve que hacer otra aquí, en el aeropuerto», aseguraba Fátima, a lo que añadía que se puso «muy nerviosa» y, durante un rato, pudo contar con el apoyo de su marido. «¿Y si es una persona mayor?», se preguntaban.
Tampoco fue igual la llegada a Bilbao que Stefani tuvo el viernes anterior que la despedida que recibió este viernes. Vive en Boston, y la semana pasada, por primera vez, puso un pie en Europa. Vino a visitar a su tía, Eugenia Arteaga, a su tío y a sus primos. «Hacía diez años que no les veía», aseguraba antes de volver a Estados Unidos. Fue más complicado encontrarse por las restricciones de acceso, pero este viernes contaba con los cuatro familiares «más de dos horas antes». «En vez de estar dos horas sola está acompañada, le traemos la maleta, la merienda…», bromeaban sus primos, para quienes el reencuentro fue «más impersonal que la despedida».
En el aeropuerto, decían algunos trabajadores, había este viernes «algo más de movimiento», aunque creían que en los próximos días, cuando «la gente se entere de que puede venir», crecerá. De hecho, muchos de los que acudían a la terminal no sabían que podían entrar a ella. «¿Pero esto empieza hoy? ¡Qué casualidad!», coincidían Nora y Olga, dos hermanas que volaban a Medellín para visitar a su familia.
Jon Ander Carpintero daba los últimos abrazos en dos meses a ama, Elisabeth Peña. Él y su aita, José Antonio, permanecieron con ella hasta que se dispuso a cruzar el cordón de seguridad rumbo a República Dominicana, donde visitará a su familia. «No es lo mismo que estés en casa y digas 'bueno, ya te veré cuando vuelvas', que poder despedirte de ella al momento», diferenciada el joven. Emocionada, se hacía 'selfies' con su hijo, se abrazaba a su marido. «Ese abrazo, decirle cuídate mucho… La despedida duele menos, tanto para el que se queda como para el que se va», afirmaba.
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