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Fermín Apezteguia
Jueves, 14 de julio 2016, 01:36
Los deportistas suelen ser tipos con un corazón muy grande y eso no siempre es una ventaja, al menos desde el punto de vista meramente físico. El ejercicio intenso, como es el que practican profesionales como el pelotari navarro Juan Martínez de Irujo, provoca -como ... se sabe- un mayor desarrollo de la musculatura. El corazón no deja de ser un músculo más, que crece con esa mayor actividad física. El mayor tamaño, lejos de ser una ventaja, somete al órgano a un mayor trabajo, lo que implica un mayor riesgo y, además, dificulta el diagnóstico de las enfermedades que le son propias.
Cardiopatías hay muchas y muy variadas, pero generalmente suele hablarse de dos tipos de enfermedad, según explicó ayer a EL CORREO el cardiólogo Zigor Madaria, que participó hace sólo unos días en el reconocimiento médico anual a los jugadores del Athletic. Las patologías de tipo hereditario suelen darse por lo general, entre los más jóvenes, hasta los 30 o 35 años, como consecuencia del ejercicio intenso, que acelera su aparición. Son las clásicas entre los deportistas y las que más preocupan a los especialistas médicos, porque suponen el principal desencadenante del fenómeno de muerte súbita, que se anuncia con una pérdida repentina del conocimiento.
40.000 muertes súbitas
Los clubes profesionales de España están obligados a realizar controles cardiovasculares a sus jugadores desde agosto de 2007, cuando el futbolista del Sevilla Antonio Puerta falleció a causa de la parada cardiorrespiratoria que siguió a un primer desmayo. «Desde entonces, no hay reconocimiento médico anual en los grandes clubes que no incluya la presencia de un cardiólogo», explica el especialista del IMQ. La muerte súbita se lleva cada año en España la vida de unas 40.000 personas que practican habitualmente alguna actividad deportiva, más de la mitad de ellas a causa de arritmias. El corazón se debilita, se dispara el ritmo cardíaco y, a partir de ese momento, la persona queda expuesta a sufrir cualquier tipo de accidente cardiovascular. Puede ser un ictus, un infarto, una angina de pecho... lo que sea.
A partir de la década de los 30, la situación cambia. Más allá de lo que pueda influir la predisposición genética, son otros factores los que más influyen en una evolución más rápida o más lenta de la enfermedad. La hipertensión, el consumo de tabaco, un colesterol elevado, la obesidad, malos hábitos alimentarios y el sedentarismo son los factores, unos con otros, que fundamentalmente influyen en el estado de las arterias, que son la columna vertebral de la enfermedad. Unas arterias débiles y estrechas resultan más proclives a taponarse con una placa de grasa suelta (ateroma) y provocar un infarto o un ictus.
¿En cuál de las dos situaciones se enmarca la enfermedad de Juan Martínez de Irujo? Lo lógico, según razona Zigor Madaria, sería pensar que la suya fuese una enfermedad ligada a factores hereditarios. Pero no es fácil saberlo, porque el pelotari navarro tiene la edad perfecta, 34 años, como para que su cuerpo haya respondido a cualquiera de las dos posibilidades. «No me atrevo a decirlo, es una lotería», razona.
Carácter apasionado
Su carácter, posiblemente, también contribuya a debilitar su corazón, aunque éste es un aspecto de difícil concreción. Se sabe que sufren más las arterias coronarias de las personas impetuosas, que viven la vida con pasión y desbordantes demostraciones de alegría y tristeza, que las que abordan la realidad con una mayor racionalidad. Demostrar este extremo en el caso concreto de una persona resulta, en cambio, mucho más complejo. «Sólo un 1% de los casos terminan en muerte súbita, pero nuestra obligación es detectar a tiempo los deportistas con mayor riesgo», explica.
Las pruebas que se practican consisten en elaborar, en primer lugar, una historia clínica del paciente para determinar su riesgo familiar; y analizar después los síntomas que pueden anunciar una complicación cardíaca. Los especialistas buscan dolores repentinos que aparecen en el pecho ante la realización de algún esfuerzo, fatiga, palpitaciones, mareos. El examen se completa con una prueba de esfuerzo, que determina la capacidad de respuesta del corazón y sus arterias, y un electrocardiograma, que permite ver el ritmo y los movimientos del corazón. «Podemos prevenir la enfermedad, pero saber si genera un problema grave es una cuestión diferente», confiesa el experto.
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