Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Jon Agiriano
Viernes, 15 de abril 2016, 21:47
Recuerdo bien la última final del Manomanista. Y no me refiero sólo al partido sino a sus horas previas. El ambiente no era, precisamente, el de las grandes citas. No había manera de propagar esa emoción única. En los periódicos, más pendientes aquellos días ... del compromiso del Bilbao Athletic en Cádiz con el ascenso a Segunda en juego, informábamos de que la venta de entradas en el frontón de Miribilla se reducía a 2.000, dos tercios del aforo, algo insólito en el partido más esperado de la temporada. Aunque nadie se atreviera a decirlo muy alto para no parecer descortés con un posible campeón vizcaíno, lo cierto es que la final era vista como un simple trámite. Así lo reflejaban las apuestas, que iban a salir con un abrumador 100 a 40. Y es que nadie podía dudar de Aimar Olaizola, un campeón absolutamente fiable.
Las cosas como son: para la inmensa mayoría de los aficionados, aquel 28 de junio de 2015 Mikel Urrutikoetxea no pasaba de ser un buen sparring para el delantero de Goizueta. Al de Zarátamo, sencillamente, no le había llegado su hora. De hecho, se encontraba en la final de rebote, ocupando el puesto del lesionado Oinatz Bengoetxea, que un mes antes le había pulverizado en el Labrit (22-7) y cuya baja en la final habían lamentado todos los buenos pelotazales. Y es que el de Leitza estaba como un tiro.
Luego llegó la gran sorpresa, el batacazo supino de la cátedra y la perplejidad general suscitada por un partido en el que todo resultó equívoco. Olaizola estuvo mal desde el principio, afectado por la presión del favoritismo indiscutible. Al gran cirujano comenzó a temblarle la mano con la que maneja el bisturí. Sin nada que perder, disfrutando de su oportunidad, Urrutikoetxea no tardó en mostrar todo su arsenal, como un vendedor callejero que desplegara de repente toda su mercancía ante los ojos de los viandantes. Y en ese estado de excitación y confianza en sí mismo, puede ser demoledor.
Recuerdo la perplejidad general, flotando por las gradas del frontón Bizkaia como antaño lo hacía el humo del tabaco, cuando la final se puso 19-10 a favor de pelotari vizcaíno. Se produjo entonces la reacción de Olaizola, que consiguió empatar a 19. Urrutikoetxea parecía condenado. Los periodistas ya imaginábamos frases aludiendo al enorme peso de la presión que le había impedido cerrar el partido y alzarse con la txapela cuando ya la tenía en sus manos. La lógica, sin embargo, saltó de nuevo por los aires. El de Zarátamo volvió a la vida con un dos paredes milimétrico. Cambió de pelota y con dos tantos de saque, los primeros que hacía durante el partido, firmó el 22-19 definitivo. Bizkaia recuperaba la txapela del Manomanista 38 años después.
Me impresionó aquella reacción de Urrutikoetxea. Nunca es fácil cambiar una inercia letal y menos cuando ésta la produce, viniendo desde atrás, cada vez agigantado y feroz en su lucha por la remontada, un campeón como Olaizola II. Hay que ser un tipo con un cuajo muy especial para parar y templar a un miura así.
Hacerlo una vez, sin embargo, siempre puede achacarse a una casualidad. ¿Habría sido lo de 'Urruti' tan solo un golpe de suerte? Esa duda me acompañó durante cinco meses, justo hasta la final del Cuatro y Medio. Pocos la habrán olvidado. Como recordarán, el vizcaíno llegó a tener un pie en la tumba. Uno y la mitad del otro, podríamos decir. Irujo ganaba 20-10 y todo parecía decidido. Los corredores habían bajado la persiana. Sin embargo, poco a poco, soplando despacio cuando nadie daba un duro por él, el campeón manomamista logró avivar unas brasas que parecían extinguidas. Comenzó a hacer tantos y a observar cómo el vértigo se apoderaba lentamente de su rival. La frialdad de verdugo con la que Urrutikoetxea completó su remontada y logró que Irujo se consumiera en sus propios jugos hizo que esa tarde me quitara mi txapela imaginaria y brindara en su honor. Digamos que el chaval me conquistó.
El sábado me alegré de que conquistara la triple corona, aunque me hubiese gustado que fuese de otra manera. Me dolió la lesión de Juan Martínez de Irujo, un pelotari excepcional que, si no existiera, habría que inventarlo tal y como es. Ahora espero impaciente el Manomamista, donde 'Urruti', tras diez meses vertiginosos de éxito, tendrá que subir otro peldaño, el reservado a los más grandes: volver a ganar siendo el campeón vigente. Viéndole en la cancha, yo apostaría por él. Sus recursos son inmensos, como ha demostrado jugando de zaguero el campeonato de Parejas, y su saber estar, esa brutal firmeza de carácter que esconden a veces algunos tímidos, anuncian a un campeón de los grandes. Disfrutemos de él.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.