
Igor Barcia
Jueves, 20 de agosto 2015, 01:30
Vuelve el Mundial a la actividad tras el parón vacacional y lo hace en uno de los grandes escenarios de la Fórmula 1. Hablar de Spa-Francorchamps supone referirse a la esencia de este deporte, a hablar de todos los nombres míticos de la F1 desde su origen y a un circuito que pese al paso del tiempo y a las modificaciones por motivos de seguridad y necesidad de modernizarlo, mantiene todo su sabor. Como recordamos en su día con Mónaco o Monza, Spa es de los pocos circuitos que los aficionados al motor conocen con detalle sus entresijos y los nombres de sus curvas. La combinación Eau Rouge/Raidillon es el referente de este trazado belga situado en un bosque de la provincia de Lieja y que vio la primera prueba de F1 allá por 1925, y que desde entonces ha tenido actividad casi de forma permanente. De hecho, formó parte del primer Mundial de 1950, y tras ser sustituido en la década de los 70 por los trazados de Zolder y Nivelles-Baulers, regresó con fuerza tras ser modificado y reducido, puesto que pasó de sus 15 y 14 kilómetros del trazado clásico al actual de 7, el más largo de todo el campeonato.
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El hecho de ser un circuito donde han ganado prácticamente todos los nombres que forman el álbum de oro de la F1 hace complicado decantarse por pilotos o historias, pero este GP de Bélgica y su trazado de Spa nos permiten volver la vista a la 'prehistoria' del deporte, y fijarnos en aquellos pioneros como el primer ganador, Antonio Ascari, y su hijo Alberto, ambos triunfantes en Spa, leyendas del motor en Italia y marcados por un final trágico y muy similar.
Antonio fue piloto para Fiat y Alfa Romeo, con quienes logró sus mayores éxitos. Gracias a su popularidad y a los buenos resultados, Antonio Ascari participó en la categoría de Grandes Premios de 1925, un campeonato que contaba con 4 carreras: Bélgica, Francia, Italia y España, aunque sólo se puntuaba a las escuderías y no a los pilotos. Su triunfo en Spa fue incontestable, tanto que un rotativo explicaba a sus lectores que "Ascari pudiera haber llevado consigo lo necesario para afeitarse, varias postales para enviar a sus amigos, un fonógrafo y novelas para pasar el rato que hubiera ganado de la misma manera". Para hacernos una idea de cómo eran aquellos coches de competición, Antonio Ascari pilotaba aquella temporada un Alfa Romeo P2, que tenía un motor de 8 cilindros con una cilindrada de 1.997 centímetros cúbicos y una potencia de 140 CV a 5.500 revoluciones por minuto. El peso era de 750 kilogramos y podía alcanzar los 225 kilómetros por hora.
Dadas las medidas de seguridad inexistentes en 1925, es comprensible que un accidente en el siguiente GP, el de Francia, acabara con su vida a los 37 años, un 26 de julio de 1925.
Alberto tenía siete años cuando se quedó huérfano. Pero en la sangre ya llevaba el veneno del motor. Y eso que en sus inicios se decantó por las motos. Pero él ya sabía que acabaría en el mundo de los coches, y también siempre vaticinó que acabaría como su padre, sufriendo un accidente que acabaría con su vida, algo que sucedió en 1955... Los que recuerdan al piloto italiano lo describen como extremadamente supersticioso. Quizá influenciado por la muerte de su progenitor, tomó todo tipo de precauciones en su vida deportiva.
Quizá no sea muy conocido hoy en día, pero dicen de Alberto Ascari que era "un superclase", con varios récords todavía vigentes. Sigue siendo el piloto italiano más exitoso de la historia y el último en haber ganado un Mundial de F1 para el país, allá por 1953. Ganó 2 títulos mundiales, algo que sólo han conseguido otros 13 pilotos en toda la historia. Además, sigue en su poder el récord de victorias consecutivas en F1 (un total de 9). Ascari también es reconocido por otras cosas. Fue el único piloto capaz de frenar al gran Fangio en su racha de campeonatos, al superarle en 1952 y 1953, los mismos años en los que dominó en el Gran Premio de Bélgica celebrado en Spa y que le llevaron a compartir honor con su padre Antonio. Y esos fueron los dos primeros títulos mundiales de pilotos que logró Ferrari, escudería para la que trabajó Alberto antes de pasar a Maserati y Lancia, monoplaza con el que perdió la vida.
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Hablábamos de las supersticiones del italiano. Durante toda su trayectoria como piloto, siempre llevó camisa y casco azul celeste. De hecho, no dejaba que nadie tocara la maleta donde llevaba su equipo para competir. Y de hecho, utilizó siempre el mismo casco, que fue reparando según las necesidades y daños que tuviera. Por eso su muerte contribuyó a alimentar la leyenda de su infortunio. En el Gran Premio de Mónaco, Ascari acabó en el fondo del puerto tras una salida de pista, y pese a salir con vida y casi intacto, el médico le recomendó una semana de reposo.
Pero el 26 de mayo, tan sólo 4 días más tarde de su accidente, se enteró que sus amigos Castellotti y Villoresi se encuentran en Monza probando un Ferrari sport. Aburrido por la inactividad se acerca a Monza, y cuando Castellotti se baja del Ferrari, Ascari pide probarlo, porque tal y como relató, "lo mejor para quitarse el miedo de un accidente es pilotar cuanto antes". Un acto sorprendente, puesto que no llevaba consigo ni la camisa ni el casco azul, sino que se puso a pilotar con traje y corbata, y siendo un día 26, fecha del fallecimiento de su padre y cuando él siempre había dicho que no pilotaría nunca un día como ese...
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El caso es que la fatalidad se cruzó en su vida en la Variante Vialone, que ya desde entonces se llama Variante Ascari de Monza. Allí falleció un doble campeón del mundo, al igual que su progenitor a los 36 años y un día 26, y después de haber conquistado ambos el circuito de Spa.
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