LOS JUEGOS
Por cada orgulloso ganador hay miles de dignos perdedores que se retiran silenciosamente
Fernando Luis Chivite
Sábado, 20 de agosto 2016, 01:03
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Fernando Luis Chivite
Sábado, 20 de agosto 2016, 01:03
Estoy tirado en el sofá viendo por televisión los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. A media tarde. Me veo a mí mismo, sudoroso, mirando a esos jóvenes atletas y gimnastas y tengo pensamientos contradictorios. Hay algo que no veo del todo claro en esta ... clase de espectáculo, por lo demás fieramente humano. Por un lado están todos esos cuerpos fascinantes. Los hombres y las mujeres. Todos esos seres fabulosos e hipnóticos como prototipos de precisión diseñados con lujo y puestos a punto hasta el más mínimo detalle. Y encima sonríen. Flirtean con la cámara, saludan. A veces tensos y nerviosos, a veces hieráticos y ausentes. Les confieso que más que mirar la ejecución de los ejercicios y los tiempos y puntuaciones, me interesa observar sus caras y sus gestos, cómo se mueven: toda la coreografía organizativa que rodea a la mera competición. Está Usain Bolt, exhibiéndose, te quedarías horas mirándolo. Esta Phelps, el nadador de oro obteniendo todas las medallas como había anunciado. Está esa pequeña revelación llamada Simone Biles de 19 años y 1,45 m de estatura, volando como un ángel sobre la barra fija. Hasta la campeona de halterofilia, Rim Jong-Sim, coreana del norte, una muchachita sin duda encantadora, brilla ante la cámara como una diosa. Los campeones despiden una especie de luz, desde luego. Tienen aura. Les ves encaramarse al podio, alzar los brazos, escuchar el himno emocionados y entiendes la clase de gloria que hay ahí: la épica de la superación y el sueño hecho realidad. Pero por otro lado, en fin, nunca puedo evitar pensar en el reverso de todo eso. En lo que hay detrás de todas esas vidas. En el precio que pagan. Y sobre todo en el oscuro destino de los perdedores. Dejándose la vida en el gimnasio, como decía el comentarista Sergio Sauca. Años y años de dedicación y entrega absoluta desde la edad más temprana. Renuncia a una vida normal y sacrificios extremos en niños que ni siquiera entienden lo que han elegido: entrenamiento sistemático durante muchas horas diarias, dietas estrictas y férrea disciplina mental, para ser después relegados y olvidados en cuestión de segundos. Siempre me fijo en todo lo inflexible y hasta cruel que puede llegar a ser el mundo del deporte de élite, para lo fácil y lo rápido que luego resulta perder y quedarse sin nada. Entiendo el fútbol: es un negocio. La gente quiere verlo (por la razón que sea, no entremos en eso ahora), paga su entrada y los jugadores ganan una pasta. Es sencillo. Pero todos estos perdedores de los Juegos me hacen pensar. Por cada orgulloso ganador hay miles de dignos perdedores que se retiran silenciosamente. Claro que, la vida debe consistir en eso, supongo: en saber perder. Y en ir aceptando diariamente la derrota que nos aguarda a cada cual. La victoria solo es una fantasía pasajera.
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