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Julián Méndez
Sábado, 9 de abril 2016, 01:55
Los pelotaris, esos bailarines de frontón, acostumbran a estar cortados por un patrón preciso. Estos tipos flexibles y taciturnos, dotados de un instinto homicida que convierte la pelota en una bala de cañón, suelen provenir de entornos rurales, de reservas naturales donde el eco de ... las dos paredes y el repicar de la pelota en el suelo conforma una sinfonía vital. Hombre, siempre puede haber un bala perdida, uno de esos tipos que se forra a gin-tónics y se pone hasta arriba de algo prohibido para escándalo de aficionados y apostadores, pero, en estos tiempos, el sistema no tolera ya sujetos con antecedentes semejantes.
Antes de un partido como el que hoy se celebra en Miribilla, la vida de estos acróbatas del aire que se agarran al suelo con la potencia de los robles centenarios y memoriosos sigue el pausar metódico y previsible de los relojes de cuarzo. Los cuatro protagonistas de la final del Parejas, Aimar Olaizola, Mikel Urrutikoetxea, Juan Martínez de Irujo y Beñat Rezusta han accedido a contarnos las pequeñas rutinas con que llenan las horas previas a un partido a mano armada llamado a hacer historia.
Mikel Urrutikoetxea - Zaguero
«Trato de desconectar, pero siempre pienso cosas que pasan en el partido»
Mikel Urrutikoetxea Azkueta (Zaratamo, 1989) deslumbra por su madurez incontestable, una fortaleza mental que se manifiesta en cada gesto de este chavalote de 1,89 de estatura y rasgos morenos que te escruta con la impaciente insistencia de un azor. Urrutikoetxea, la gran esperanza vizcaína de la pelota, es un tipo sosegado. Sus hábitos en las horas previas a las grandes citas siguen ese patrón de reposo, concentración y relajo, común a los campeones, ese contacto con la Naturaleza que despeja dudas y horizontes y que enfrenta a los pelotaris con la evidencia de que, pese a que jueguen en pareja, el frontón es un deporte para hombres solos.
Mikel no usa despertador y deja que sea su conciencia la que vaya tomando posesión del día. A eso de las 9.30 abrirá los ojos, se aseará y se preparará un desayuno abundante, recuerdo de esa tarea de galeote que consistió en coger kilos para ser capaz de arrear mandobles certeros desde los cuadros altos, con el brazo convertido en catapulta flamígera. Tostadas con aceite y mermelada, un vaso de zumo de naranja, unas láminas de queso fresco y un tazón con leche, cacao y muesli conforman la colación, pura dinamita para los músculos. «Luego -confía- preparo los tacos».
Los tacos, ese armamento que transforma las manos de los pelotaris en artefactos dignos de Robocop. Los tacos, el escudo contra la agresión de piedra de la pelota, el bálsamo plástico para los clavos, el bazooka... Luego saldrá de casa de sus padres en Zaratamo y paseará a la búsqueda de tranquilidad. «Los días de partido no me puedo ir muy lejos. Busco desconectar, aunque siempre pienso cosas que pueden pasar en el partido», asegura.
Comerá pasta con unas pechugas de pavo a la plancha y conversará con Javi y Maite, sus padres. Al aita le gusta mucho hablar de pelota, él es quien le relata con minuciosidad de orfebre partidos agónicos con jugadores de leyenda, y le busca vídeos antiguos para que vea el pasado perfecto del juego de pelota. Aunque el día de la final, pocos comentarios... Mejor, silencio. Dos horas antes del partido cogerá el coche y, solo, llegará a Miribilla. Como un pistolero.
Aimar Olaizola - Delantero
«Al monte, al Jaizkibel, con Yenna y Yen, mis setters tricolores»
Con Aimar Olaizola Apezetxea (Goizueta, 1979) uno podría poner el reloj en hora. El delantero es un hombre metódico, poco dado a las sorpresas y a los cambios de última hora. Son muchos años de rutina, muchas mañanas de sábado templándose los nervios desde el desayuno para que la cita de hoy le pille despeinado o en fuera de juego. «Hoy haré lo de siempre», responde sin mover un músculo de la cara tras la sesión de selección de material.
Lo de siempre, esa rutina de granadero prusiano, pasa por levantarse a las 8 en punto y prepararse, acto seguido, un Cola Cao caliente con tostadas, pan y mantequilla que toma en la cocina de su casa de Hondarribia. Al rato, pasará a por sus perros, sentirá su aliento acezante y el tamborileo de sus rabos contentos en las pantorrillas. Acariciará lomos y cabezas y con la autoridad del amo de la rehala, escogerá a dos para que le acompañen en el paseo, sustitutos de la fielísima Ura que tantas alegrías le dio con las damas del bosque. «Yenna y Yen, dos de mis setters tricolores», dice este aficionado a cazar becadas.
Con la pareja de perros yendo y viniendo delante de él, Olaizola II se meterá entre el paisaje primaveral que estalla en el Jaizkibel, llenándose el alma y los pulmones de aire libre antes de encerrarse en esa mina de carbón al aire libre a que se asemejan los frontones de grafito de Miribilla. Luego, estirar, ducha, un rato con los críos y, a comer a eso de las doce y media. Espaguetis y pechuga de pollo. Frugal y monástico, hidratos y proteína sin concesiones al paladar. Gasolina pura para la cancha.
Luego Aimar se subirá al coche, a esa ranchera espaciosa y segura que, con la llegada de la familia, sustituyó al Audi superpreparado y deportivo, y, como cualquier otro padrazo, hará lo que pidan sus dos chiquillos (¡empadronados en Goizueta, que ser navarro es grande cosa...!) Así que nada de información deportiva ni previas. A estas horas de la película, tocará viaje con la Patrulla Canina o similar.
Eso sí, en el maletero, planchados como para una boda, sus pantalones blancos, los mismos que ha empleado durante todo el campeonato y que, una vez acabe la final del Parejas, jamás volverá a ponerse. Olaizola II es un hombre de principios.
Beñat Rezusta - Zaguero
«Busco estar solo, pero no me importa que me paren y me den consejos»
Beñat Rezusta Muguruza (Bergara, 1993) posee la mirada guasona y sorprendida del recién llegado, ese desparpajo de quien está descubriendo el mundo. Beñat contagia salud, alegría y esa íntima felicidad del que está cumpliendo su sueño con zancadas de gigante. Hace nada que este mocetón de 1,88 de altura y grandes ojos verdes andaba estudiando Mecanizado con idea de calzarse el buzo azul y emplearse en alguno de los talleres de su comarca, así que este revuelo de cámaras, entrevistas y aficionados le coloca siempre una media sonrisa en la cara.
Hoy habrá puesto el despertador a las 10, habrá abierto los ojos y se habrá asomado a la ventana para otear el barrio de Elosua, donde vive. En silencio, preparará el desayuno («no soy maniático»), un zumo, unas tostadas, alguna fruta como plátanos o manzanas... y algunas bromas con su hermano Aritz.
Luego, solo, arreará por las sendas del barrio, buscará caminos por los que no ande gente y paseará tranquilo, dejando que el reloj siga haciendo su trabajo inexorable, camino de la cita ineludible de esta tarde. «Busco estar tranquilo, pero tampoco me importa que la gente me pare, me salude y me dé consejos», dice. Eso, viene a decir, también forma parte del juego.
A la hora de comer girará la rueda de la costumbre. Beñat siempre almuerza lo mismo los días grandes. Unos macarrones alegrados con «un poco de salsa de tomate» y una tortilla de patatas «pequeña» preparada por la ama. De postre, una pieza de fruta. Ni café ni siesta. Mejor, un rato en el sofá, a ver la tele para que su mansa corriente le arrastre fuera del estrés durante algunos mintos. «Habrá más tensión, seguro. Por eso prefiero que se hable de otras cosas mejor que de pelota», asegura.
Beñat hará la bolsa como esos espadachines que afilan la daga con la piedra de amolar. «No me gusta que nadie me la prepare. Si se olvida algo, la culpa será mía », apunta. Rezusta dedicará su tiempo a mirar y remirar los tacos, sus compañeros inseparables. Y, como sus amigos y su hermano viajarán en autobús hasta Bilbao, Beñat lo hará solo, en su Audi A 3, con la radio puesta donde sonará Gaztea. Y, luego, el frontón, el santuario de los sueños para Beñat, ese zurdo total.
Juan Martínez de Irujo - Delantero
«Para almorzar antes de los partidos, solomillo de potro»
Tiene Juan Martínez de Irujo Goñi (Ibero, 1981) un actor de cabecera y no podía ser otro que Russell Crowe. Uno se imagina al pelotari navarro metido en la armadura del Hispano, el general romano que se enfrenta al mundo y que, antes de cada combate, toma un poco de tierra en su puño y la huele, aprestándose para la batalla. Irujo tiene mucho de ese gladiador porque también pelea a pecho descubierto, sin coraza.
Hoy tiene otra cita para sumar un título a ese palmarés incontestable, tan aristocrático y singular como el apellido que le emparenta desde el año 1600 con la Casa de Alba y con el mismísimo Cayetano Martínez de Irujo, jinete y galán.
Nuestro hombre, alguien que no perdona las ocho horas de sueño («si no no soy persona»), habrá abierto los ojos pasadas las 9.30 de la mañana al lado de Gemma, su esposa, en su casa de Mutilva. «En estos días no hace falta despertador», reconoce. Tostadas con aceite de Mendía, unas tajadas (chulas) de jamón y un zumo de melocotón serán su desayuno. «Zumo de melocotón, sí, sólo tengo que quitarle el tapón», se sonríe, socarrón, el delantero ante el gesto de asombro del reportero.
También es de paseo Irujo. Pero él es el único que le pone un punto de diferencia porque dice que se calza los cascos del iPod y se lanza al camino, para escuchar la radio con lo que salte, música o deportes, lo mismo le da, que eso depende del viento...
En casa le esperará luego un tumulto de chiquillas, de dos chiquillas, y la compañía de Gemma con la que pasará esas últimas horas antes del desafío. En la mesa, los hidratos de costumbre en forma de pasta y proteína. En su caso, solomillo de potro, carne sabrosa y poderosísima que compra en la carnicería de un vecino. Y poco más. Este hombre que no soporta los malos olores, que se pirra por el besugo, que unta el plato si está a gusto y que confiesa que mira para otro lado si le ofrecen una crema de calabacín, arrancará el coche y enfilará, piano piano, hacia Bilbao, hacia la arena del frontón donde se ventila el futuro.
Las niñas, en el asiento de atrás, entretenidas con un vídeo mientras la mente de su padre es recorrida por los fotogramas de una nueva batalla a pelotazos, rabia e ingenio.
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