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Javier Ortiz de Lazcano
Sábado, 22 de abril 2017, 02:41
«Mi abuela me dijo que era sólo para un fin de semana, pero me quedé allí diez años». Al extremo del Eibar Tiago Manuel Dias Correia, 'Bebé', no le cuesta hablar de su vida en la lisboeta Casa de Gaiao, un centro de acogida ... de menores regentado por la iglesia. Al contrario, evoca detalles con gusto. Está convencido que la experiencia marcó positivamente su vida. «Mis valores los aprendí en el orfanato», dice tras el entrenamiento de ayer en Atxabalpe (Arrasate).
En la euforia del triunfo como jugador sonríe al recordar lo que aprendió allí, la humildad, que la vida es dura y que hay que sonreír ante la adversidad. «Me eduqué en ese centro. Aprendí a distinguir entre lo bueno y lo malo. Todo lo que sé en la vida lo aprendí en el orfanato. Sé lo que son las dificultades. Hay que disfrutar. No puedes ponerte triste por cosas pequeñas».
El divorcio de sus padres cambió su vida. Su padre desapareció. «Sólo lo he vuelto a ver una vez». Para su madre era difícil compaginar su trabajo y su vida con el cuidado de una amplia prole de seis hermanos de los que Bebé era el más pequeño.
Quedaron al cargo de su abuela. A los diez años lo llevó a Gaiao. «Era mucha responsabilidad para ella. Trabajaba para mantenernos y éramos muchos». La depresión duró poco. «Cuando llegué me sentí triste las primeras semanas, pero enseguida me di cuenta de que era lo mejor que podía haber hecho mi abuela». Sus relaciones son excelentes. «Es la persona más importante de mi vida. Hablamos cada día».
La mujer no quería que siguiera el camino de dos de sus hermanos. «Hoy están fuera y tienen trabajo, pero entonces se encontraban en la cárcel. Por eso mi abuela me metió ahí. Gente que estaba conmigo en el centro hoy es policía y otros están en prisión. En la vida cada uno elige su camino», sentencia.
No era un centro dirigido por gentes severas. Había que mantener el orden, pero siempre de una manera civilizada. «Éramos muchos, unos 150. Cada día se nos asignaba una tarea. Por eso sé hacer caso de todo. Plancho, coso, sé lavar la ropa. Lo único que no sé hacer es cocinar».
Sus primeros pasos en el fútbol fueron en la calle. No era un apasionado del juego. «Jugaba por estar con los amigos, no por placer», dice.
Torneo de gentes sin hogar
Aún así, ya había entrado en la cantera del Estela de Amadora, el club de una ciudad del distrito de Lisboa. Su vida cambió cuando en edad juvenil fue reclutado para un Campeonato de Europa de gentes sin hogar que se disputó en Bosnia. «Fui por hacer algo divertido, no porque quisiera aprovecharlo como trampolín. No me lo tomé muy en serio. De hecho, algunas veces me quedé dormido en el banquillo». Aún así, su juego agresivo y veloz se impuso. Anotó 40 goles en seis partidos.
El torneo tuvo eco en su país. Su nombre comenzó a correr de boca en boca. El Estela lo subió de inmediato al primer equipo, caído a Segunda B por deudas. Le trataron como una figura, pero la crisis seguía instalada en el club. Tras problemas de cobro, decidió rescindir.
En esa etapa se acentuó un rasgo que ha mantenido, el gran sentido de fidelidad que sentía por el orfanato en el que se crió. Estaba tan feliz allí que ni siquiera lo abandonó mientras jugaba en Segunda B a cambio de 1.300 euros al mes.
Al final de la campaña, el Vitoria de Guimaraes, uno de los equipos en el segundo escalón del fútbol luso tras Oporto, Sporting y Benfica, le llamó. 3.000 euros al mes. Una fortuna para un chico que vivía en un orfanato. Sin embargo, dio una respuesta inesperada. No. ¿El motivo? Debía dejar Lisboa para irse al norte del país. «No quería ir por no dejar el orfanato. Estaba muy a gusto allí». Sus hermanos y el padre Arsenio, que trabajaba en el centro de menores, lucharon por convencerle. Dos meses después de recibir la oferta, dijo que sí. «Fui a regañadientes».
Llega al United
Hizo una pretemporada descomunal. «Es un jugador de clase mundial», dijo su técnico, Manuel Machado. Y en una operación inesperada, el Manchester United paga 10 millones y se lo lleva sin que haya jugado un sólo partido oficial con el Vitoria.
Carlos Queiroz, segundo de Alex Ferguson, fue quien recomendó la operación. Bebé tenía como agente a Jorge Mendes, que mueve todos los hilos del fútbol portugués. El vicepresidente del Vitoria le llevó un día a la casa del agente, en donde se encontró con tres emisarios del United. «Pensaba que era una broma».
Pero el balance fue pobre. Apenas dos partidos. Era muy complicado jugar en un equipo repleto de figuras mundiales. El alivio lo encontró con su participación en el equipo de filiales y en sus regreso a Lisboa. «Iba cuando tenía unos pocos días de fiesta. Visitaba el orfanato y algunos días dormía allí», recuerda.
Fue cedido al final de la campaña. Se fue el Besiktas, pero una grave lesión de rodilla le hizo perder la campaña. De vuelta a Portugal, jugó en el Río Ave y Paços de Ferreira. Sus 14 dianas en el último equipo le valieron para volver a captar la atención de un grande, el Benfica.
Las cosas tampoco fueron bien y se vio con nuevas cesiones, al Córdoba y Rayo, la pasada campaña. Al concluirla sabía que debía dar un nuevo rumbo a su vida. «No quería una nueva cesión». El Eibar le ofreció cuatro años y ahora vive feliz en la calle más céntrica de la ciudad, Dos de Mayo. «Estoy encantado. Mi mejor amigo está conmigo. Lo conocí en el orfanato. Me hace las cosas de casa».
Bebé es un símbolo para los chicos de la Casa de Gaiao. No olvida sus orígenes. En Navidades les visitó. «Pregunté a un padre que necesitaban. Me dijo que estufas. Recuerdo que en las habitaciones hacía frío». Les regaló unas 16.
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