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Jon Agiriano
Sábado, 17 de diciembre 2016, 03:58
Lo que menos podía pensar que fuera a ocurrir en Bournemouth, debo reconocerlo antes que nada, es un milagro futbolístico. Y mucho menos uno de los grandes. En esas ciudades turísticas del sur de Inglaterra uno puede pasarlo bien, disfrutar de sus playas, de sus ... bosques cercanos, de un clima templado gracias a la corriente del Golfo y de una oferta hotelera, amplia y variopinta, que mejorará, sin duda, el día en que se levanten algunas alfombras. (Y no me refiero a que se destapen casos de corrupción. Lo digo en sentido literal. Creo que todo sería mucho mejor si algunos hoteles retiraran de sus habitaciones esas alfombras con toda la pinta de llevar allí desde la época de entreguerras). Bournemouth, en fin, puede ser un aceptable destino vacacional, pero de ahí a poder imaginar que se convierta en el escenario de una aventura extraordinaria protagonizada por el equipo de fútbol local, un club que, además, hace sólo ocho años estuvo a punto de recibir la extrema unción, hay un gran trecho. Pues bien, se ha producido. La aventura extraordinaria, me refiero.
Todo comenzó en diciembre de 2008. El Bournemouth, un club que se había movido históricamente entre la League One y la Two (la tercera y la cuarta división), estaba con el agua al cuello. Jugaba en la League Two y sus problemas económicos eran tan aparatosos que había sido sancionado con una penalización de 17 puntos y la prohibición de comprar jugadores durante una temporada. El entrenador, Jimmy Quinn, había sido despedido y su lugar lo había ocupado Eddie Howe, un exjugador del club que había tenido que abandonar el fútbol por lesión. Sólo tenía 31 años. Lo cierto es que fueron muchos los aficionados que, en ese momento, pensaron que los 'cherries' (las cerezas), apelativo de los jugadores del Bournemouth, estaban condenados. Es cierto que todos querían mucho a Howe, un buen chaval que ya había dirigido al equipo de reservas y había luchado a brazo partido -hasta pidiendo dinero por las calles- para que el club no desapareciese por deudas. Pero temían que una situación tan agónica sobrepasase a un novato como él.
Howe, sin embargo, logró que el equipo terminase la temporada en la zona tranquila de la tabla y empezó a ganarse el respeto de las gradas de Dean Court. En la temporada siguiente, la 2009-10, logró el ascenso a la League One. Su gran trabajo no pasó inadvertido en las secretarías técnicas del fútbol inglés y comenzó a recibir ofertas. Aunque descartó varias, acabó aceptando la que le hizo el Burnley, que entonces jugaba en la Championship. El joven técnico, sin embargo, no acabó de encajar en el club de Turf Moor y en octubre de 2012 volvió a casa. El Bournemouth seguía en la League One, pero acabó ascendiendo a la Championship a final de temporada. Howe comenzaba a ser uno de los entrenadores de moda en Inglaterra. Su progresión, sin embargo, parecía complicada salvo que diera el salto a un grande. Y es que la Championship se antojaba el techo de los cherries. De hecho, que el equipo mantuviera la categoría sin apuros -acabó décimo- fue interpretado como un verdadero éxito. Sólo los soñadores irreductibles aspiraban a más y pensaban en el paraíso de la Premier. Lo curioso es que, entre ellos, convertido en su paladín, se encontraba Eddie Howe.
Y entonces sucedió el milagro. El Bournemouth completó una temporada histórica, se proclamó campeón de la Championship con 90 puntos y ascendió a la Premier por primera vez en su historia en 2015. Casi de inmediato, Howe fue elegido manager de la década de la Football League (la organización que agrupa a la segunda, la tercera y la cuarta división inglesas). Lo mejor, pese a todo, estaba por llegar. En su primera campaña en la Premier, una Liga donde los técnicos ingleses están bajo sospecha y comienzan a ser una rareza, el técnico de Amersham dejó su sello a lo grande. Su equipo mantuvo la categoría con comodidad y brindó a su parroquia algunos partidos frenéticos y varias victorias inolvidables, ante el United o el Chelsea, por ejemplo. Y no sólo eso. Él, un hombre serio, discreto y valiente en su concepción del fútbol, demostró que su categoría iba más allá de sus resultados como entrenador. Tras ganar al United de Van Gaal, mientras las gradas de Dean Cour estallaban de júbilo, Howe no quiso mostrar mayor alegría. Prefirió irse directo a abrazar a su jugador Harry Arter, que esa semana había perdido a su hijo en el parto.
En la presente temporada, el Bournemouth continúa asombrando. Viaja confortablemente en mitad de la tabla y pocos dudan de que mantendrá la categoría. Un equipo que es capaz de remontarle un 1-3 al Liverpool de Klopp en un cuarto de hora es capaz de cualquier cosa. Eddie Howe ya suena como seleccionador de Inglaterra. ¿A alguien le extraña?
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