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p. ríos
Jueves, 3 de septiembre 2015, 22:25
Qué se puede esperar de un hombre que, invitado a la casa de un amigo, tira al suelo de un empujón al nieto del anfitrión, de 14 años? ¿O de un entrenador que de tanto vociferar a un jugador se le sale disparada la dentadura ... postiza, la recoge del césped y prosigue con la bronca como si nada hubiese pasado? En la rocambolesca y esperpéntica historia del fichaje frustrado de David De Gea por el Real Madrid hay muchos malos interesados, algunos muy protegidos, pero nadie como Louis van Gaal (Ámsterdam, 64 años) para quedarse con ese papel. Su historial ya le culpabiliza antes de cualquier juicio. Y, además, no se puede defender porque está lejos. No en Manchester, donde entrena al United, sino en el Algarve, donde reside cuando tiene tiempo libre, como es el caso ahora por los compromisos de las selecciones nacionales.
Nadie sabe qué cara puso el holandés cuando el mundo del fútbol estallaba en carcajadas por la operación más torpe de la historia. Puede que ya se hubiera hecho a la idea de tener al portero costarricense Keylor Navas en sus filas y de que la reconciliación con De Gea era imposible Nadie puede asegurar que lo celebrara. Pero el personaje ya hace tiempo que vuela solo, más alto que su persona. Y se da por seguro que en compañía de Truus, su segunda mujer, allá en la costa portuguesa, descorchó una botella de un buen vino, pasión a la que se aficionó cuando vivía en Sitges, también en primera línea de mar, en sus tiempos de entrenador del Barça. El alcohol se le sube rápido a la cabeza, la nariz se le pone roja y suele soltar algún improperio (eso está demostrado en vídeos en YouTube). Puede que en el cielo del Atlántico retumbara algún mensaje dirigido al Real Madrid (eso es ciencia ficción, pero ya adjudicado el papel de malvado).
Cuenta la leyenda que cuando Van Gaal entrenaba al Barça -cuatro años en dos etapas, la primera entre 1997 y 2000 y la segunda en la 2002-03- los niños lloraban cuando le veían y escuchaban gritando en las ruedas de prensa. «¡Tú eres muy malo, siempre negativo, nunca positivo!», fue una de las frases que triunfaron en la época. De aquellos últimos años del siglo XX se despidió con otro mensaje célebre: «Amigos de la prensa. Yo me voy. ¡Felicidades!». Quedó claro que pese a sus éxitos (dos Ligas, una Copa y una Supercopa de Europa) no hizo muchos amigos en los medios de comunicación. Y en su plantilla se llevó siempre peor con los cracks que con los jóvenes de la cantera o con los jugadores de segunda fila. El motivo es que su sistema táctico y su disciplina estaban por encima de cualquier individualidad. Al brasileño Rivaldo lo aburrió en una banda. Al argentino Riquelme (temporada 2002-03) le recibió con vídeos para que aprendiera a defender cuando perdía el balón. Poco después, le destituyeron.
Van Gaal era, es y será autoritario. Lo sabe bien Víctor Valdés, a quien mandó a entrenar con el filial en 2002, provocando que el guardameta clave de las Copas de Europa del Barça en 2006, 2009 y 2011 se declarara en rebeldía. Se reconciliaron luego, pero el portero respiró más tranquilo sin esa presión. Curiosamente, en 2015 Valdés se ha encontrado en la misma situación en el Manchester United por uno de esos rasgos de la bipolaridad que se atribuye al entrenador holandés: le abrió su corazón en enero porque Víctor no tenía equipo tras coincidir su marcha del Barça con una grave lesión y, una vez firmado hasta junio de 2016, se lo cerró a principios de la presente temporada porque, supuestamente, se negó a jugar con el equipo reserva del United. La misma historia de hace 13 años. ¿Casualidad? Como sea venganza, que se prepare De Gea.
Educación férrea
Aunque en el Camp Nou fue el primero que apostó por los niños Xavi Hernández y Carles Puyol, dos elecciones que no eran fáciles en aquellos momentos. El primero vivió encorsetado durante un tiempo en la posición de 4 (medio defensivo) por aquellas órdenes de Van Gaal hasta que entre Frank Rijkaard, Luis Aragonés y Pep Guardiola le liberaron y pudo mostrar la magia de su fútbol. Se sospecha que Messi en sus manos hubiese sido lateral izquierdo
Gustos futbolísticos a un lado, Van Gaal es un entrenador de éxito que en el último Mundial llevó a la selección holandesa al tercer puesto en una competición que comenzó aplastando a la España de Del Bosque e Iker Casillas (1-5). Y su fútbol no es aburrido ni rácano, pero sí se le critica por dar muy poca libertad a sus jugadores. Que se lo pregunten a Di María, un espíritu libre fichado a golpe de talonario del Real Madrid y que ha volado de Old Trafford al PSG tras un año de dura convivencia.
A Van Gaal tampoco le dieron libertad en casa. Sin padre desde los 6 años, fue el menor de 9 hermanos en un hogar donde vivió una férrea disciplina. Otra muerte, la de su primera esposa, Fernanda, víctima en 1994 de un cáncer en la flor de la vida, le marcó trágicamente. Eran novios desde adolescentes.
Por cierto, la mayoría de los citados hablan muy bien de él. Riquelme valora que le dijera las cosas que no le gustaban a la cara, Xavi ha dicho que sin él no habría llegado al primer equipo del Barça, Khalid Sinouh, aquel portero del AZ holandés al que escupió la dentadura, asegura que es el mejor entrenador que ha tenido nunca. Hasta el niño de 14 años que acabó en el suelo reconoce que se lo merecía. Quería demostrar al técnico del Barça que un día podría jugar de central en el Camp Nou, pero Van Gaal le empujó y le dijo: «Eres muy flojo, no vales». El mocoso descarado se llamaba Gerard Piqué... Y el mensaje le valió.
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