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J. Gómez Peña
Martes, 5 de julio 2016, 02:07
En Limoges, meta hoy del Tour, ganó Lance Arsmtrong su primera etapa en el Tour. Corría en el Motorola. Era un tejano fuerte, con brazos y espaldas de nadador, y cuerpo para las clásicas. Aquel fue el último Tour victorioso de Miguel Induráin. Armstrong era ... uno más, salvo aquella tarde en Limoges. Tres días antes, su amigo y compañero de equipo Fabio Casartelli se había matado en una mala curva del descenso del Aspet. Tenía un título olímpico, 24 años, una esposa y un hijo al que no iba a conocer. Armstrong le dedicó la etapa de Limoges con los dedos al cielo. Lloró, como todo el Tour. Su primera y emocionante victoria. La última.
Es la única referencia al tejano que aparece en los libros de la Grande Boucle. Tachado. Cuando, tras batir al cáncer, regresó al Tour en 1999 y lo ganó siete veces seguidas, llevaba una maldición en la venas: dopaje sistemático. De eso se ha sabido luego. Es el agujero negro de la ronda gala. Nadie habla de Armstrong en el Tour. Olvidado. Ni le recuerdan vestido siete veces de amarillo en París y jurando en voz alta su honradez. Sepultado en su propia mentira. Sólo la meta de Limoges, que hoy puede asistir a otro sprint, tiene memoria del ciclista que ha dominado como nadie esta carrera. Aquí fue la primera y la última que vale. El resto son páginas arrancadas del libro de la ronda gala. Casartelli murió en 1995. Como Armstrong para el Tour.
A la lista de vencedores en Limoges se suma hoy otro nombre. Es un lugar para velocistas. Cavendish cargó ayer contra el Sky por meterse sin permiso en los sprints y llenarlos de peligro. Les acusa de codiciosos, de querer provocar cortes para alejar a los rivales de Froome, de competir azuzados por sus enormes sueldos. Ha encendido una mecha. Le responderán. Le recordarán su fama de suicida y la caídas que organizó por ganar viejos sprints. Otro tipo de codicia.
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