
J. Gómez Peña
Martes, 16 de mayo 2017, 19:56
A Mikel Landa, que llegó tarde al ciclismo, le gusta repasar vídeos sobre carreras que no vio. En 1992 tenía tres años. La decimotercera etapa del Tour era brutal, 254 kilómetros entre Saint Gervais y la cima de Sestriere. Llena de puertos: Saissies, Roseland, Iseran, Mont Cenis Induráin, en plenitud, había aplastado la carrera en la contrarreloj de Luxemburgo. Solo uno se resistió a su dominio: el insumiso Chiapucci. Ese día se apuntó a un suicidio. Estuvo en fuga casi desde el inicio. Primero acompañado y luego en el Iseran ya solo. Su locura emocionó aquel verano. Induráin tuvo que llegar al límite para no perder allí aquel Tour. Por casi atrapar al italiano loco, casi se hunde en el último tramo de Sestriere. Para el navarro fue ese Tour y para Chiapucci, la etapa y un pedazo de eternidad.
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Antes de la contrarreloj de este martes, Landa repasó ese vídeo. «Después de verlo te dan más ganas de ir a tope, ja, ja», declaró. Vuelve a sonreír en este Giro que le ha mirado mal. Más que Induráin, Landa quiere ser Chiapucci. El dinamitador. Una bomba. Y cree que aún lo puede ser en esta edición de la corsa rosa en la que ya no podrá luchar por la clasificación general. Su meta ahora son la etapas de la semana final. Oropa, el Stelvio, el Mortirolo Ecos de Chiapucci, Pantani, Mayo, Lejarreta Sus ciclistas. Para pelear por esas cimas tiene que superar este miércoles una etapa difícil para su pierna conveleciente: 161 kilómetros entre Florencia y Bagno di Roma, con un puerto de segunda categoría de salida y otro en el tramo final.
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