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J. Gómez Peña
Miércoles, 30 de marzo 2016, 21:50
En abril el ciclismo se sube a los adoquines, a las clásicas como el Tour de Flandes y la París-Roubaix que botan sobre el pavés. Templos de piedra para los devotos del 'infierno del norte', que así apodan a la París-Roubaix. A la ... entrada de uno de sus peores -es decir, mejores- tramos, el de Arenberg, levantaron en 2007 una estela que mira la larga recta empedrada por la que antes pasaban los mineros y ahora, un domingo de abril, pedalean los ciclistas. El monumento está dedicado a Jean Stablinski, campeón del mundo en 1962, vencedor de la Vuelta a España de 1958, gregario íntimo de Jacques Anquetil... Y guardián del 'infierno'.
Este camino de piedra empieza lejos del Norte francés, en Polonia, de donde vino a escarbar como minero Martin Stablinski en 1924. Entreguerras. Un polaco en las minas de zinc que había dejado en su país a su mujer y sus cuatro hijos. Al nacer el quinto, falleció la esposa. Martin buscó otra. La trajo a Francia y tuvo un hijo más, Jean, en 1932, demasiado joven para que le alistaran en la II Guerra Mundial (1939-1945). Pero Jean no se libró de ella. Martin, el padre, murió atropellado por un camión en un control del ejército alemán. Dos de sus hermanos acabaron presos; otro, integrante de la Resistencia, participó en la liberación de Alsacia. Todos eran mayores que él y Jean fue el único que permaneció con su madre tras el conflicto. Su destino era negro: la mina. Para eso había ido hasta allí los polacos.
'Germinal' es la novela de Emile Zola sobre la mina, la miseria, la injusticia, la derrota del minero y, también, sobre la semilla de libertad que plantaron sobre sudor y sangre millones de trabajadores a finales del siglo XIX. Cuando en 1993 el director de cine Claude Berri filmó la historia, convocó a Gerard Depardieu y al resto de los actores en Arenberg, la planicie surcada de adoquines que tapan las galerías. Arenberg es hoy historia del ciclismo. Eso es culpa de Jean Stablinski, que se hizo ciclista furtivo, sin el consentimiento de su madre. De chaval se ganaba unos francos con el acordeón. Así conoció en un festejo a Massera, un corredor local. Él le habló de las carreras, de esa aventura sobre ruedas. Al aire libre; nada que ver con la oscura mima. Con el premio de un concurso musical, se compró su primera bicicleta. Sin decir nada en casa comenzó a competir y a ganar. Hasta que su madre le descubrió. Le prohibió pedalear. Eso no daba de comer. El joven Jean le hizo cambiar de idea: una noche llegó borracho y con un cigarro en la boca. La madre comprendió: o eso o el ciclismo.
Pronto destacó. Y creció al lado del gran mito francés, Anquetil. Stablinski fue su mejor gregario, su jefe en carrera. Tras la II Guerra Mundial, Francia se reconstruyó. Comenzó a asfaltar aquellos viejos senderos empedrados por los que los mineros iban a las zanjas. El progreso, paradójicamente, puso contra las cuerdas a la París-Roubaix, que se fue quedando sin tramos adoquinados. La carrera se había debilitado, amansado. Demasiado fácil. En 1967, el patrón del Tour era ya Jacques Goddet, también director de la París-Roubaix. La clásica se había vuelto blanda. Apenas pespunteada con una veintena de kilómetros empedrados. Era un mero sprint. Goddet bramó: «Esta carrera está muerta. No queda pavés». Así que ordenó a uno de sus ayudantes, Albert Bouvet, que husmerara por el norte a la búsqueda de senderos adoquinados. Bouvet era amigo de Stablinski, el ciclista, el niño minero. Él le enseñó a Bouvet el camino. El descenso al infierno. Sacaron fotos de aquel barrizal de piedra y las enviaron a Goddet. Le asustaron. «¿Y si el día de la carrera no llega ningún ciclista a Roubaix?», dudó el patrón. Llegaron. El primero fue Eddy Merckx. Con él y con Arenberg brotó la nueva París-Roubaix. Resucitó el infierno.
Stablinski decía que rodar por esos tramos de pavés era como bajar a la mina. El negro carbón. El color del luto. «Nunca sabes si vas a salir», avisaba el viejo ciclista. El hijo de emigrantes polacos que ganó cuatro veces el Campeonato de Francia de ciclismo falleció en 2007, pero, efectivamente, no ha salido de allí. La estela con su nombre levantada frente a Arenberg lo recuerda. Justo en la puerta del 'infierno'.
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