Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
J. Gómez Peña
Sábado, 19 de diciembre 2015, 22:44
Ahora que el ciclismo de ruta hiberna y las bicicletas se ha metido en el barro del ciclocross, los tubulares dentados extraen recuerdos de circuitos de tierra como el de Gravelle, cerca de París, donde se celebró el primer campeonato del mundo de ciclocross, en ... 1950. Y lo ganó Jean Robic, el menudo, irascible, bravucón y genial 'diablillo de plomo'. 'Diablillo' por su escasa talla (1,61 metros) y su lengua de cianuro. Y 'de plomo' por su picardía, por coger en la cima del Tourmalet un botellín de ese metal para, con el peso extra, bajar más rápido que sus rivales. Le sobraron los motes: 'Siete vidas' (por sus caídas), 'Cabeza de cuero' (por su casco), 'Cabeza de madera' (por testarudo), 'Cabeza de cristal' (por los muchos huesos que se rompió en tantas caídas), 'Robiquet'... Hijo de un carpintero que montó un taller de bicicletas en Bretaña, Robic fue el primer campeón del mundo de ciclocross y el vencedor en 1947 del primer Tour tras la II Guerra Mundial y la ocupación alemana. El Tour de la liberación. Tenía que ser alguien como él, que nació insumiso.
Al llegar a París como vencedor del Tour de 1939 tras 4.225 terribles kilómetros, el belga Sylvere Maes juró que no volvería a aquel «calvario». No quería y no pudo. Un mes después, Francia se movilizó para la II Guerra Mundial. El Tour quedó sepultado en las trincheras hasta 1947. Durante la ocupación alemana hubo algunas carreras ciclistas y algún tibio intento de reflotar la Grande Boucle. Sin éxito. En agosto de 1944, el diario 'L'Auto', organizador del Tour, fue cerrado como otros periódicos tachados de colaboracionistas con los nazis. ¿Supondría eso el final de la ronda? Jacques Goddet, que había sido el director de 'L'Auto', convenció a varios dirigentes de la resistencia para montar 'L'Equipe'. Así, con el apoyo de esos héroes nacionales, sorteó las reticencias de los comunistas, que veían al viejo Tour como un producto de la Francia traidora. Ya en tiempos de paz, en 1946, Goddet dio un paso más y organizó una prueba por etapas entre Mónaco y París: 'La Carrera del Tour de Francia'. El nombre era un guiño, una declaración de intenciones frente a las miradas de reojo de los comunistas. Para colmo, dos ciclistas simpatizantes de la izquierda, Lazarides y Vietto, brillaron en esa ronda. Goddet había ganado. El 24 de junio de 1947, como recogió el propio 'L'Equipe', el gran intelectual del Partido Comunista Francés, Louis Aragon, lo admitía: «El Tour es la fiesta del verano. Es también la fiesta de nuestro país. Es una pasión singularmente francesa. Tanto peor para los que no sepan compartir las emociones, la locuras, las esperanzas...». Ese Tour del renacimiento lleva el nombre de Jean Robic. El campeón perfecto para un momento así. El insolente, vanidoso, rebelde y corajudo Robic: «Si engancho un remolque a mi bici y subo en él a mi suegra, seguro que llego el primero a la cima», le soltó a Louison Bobet, su antítesis. Bobet era el francés elegante, educado, comedido y también frágil de moral. El envés de 'Robiquet'.
El ciclismo era aún de Coppi y de Bartali. Y de Vietto en Francia. Bobet estaba por crecer. Y de Robic nadie sabía casi nada. Un bocazas bretón con cara de gárgola y su peculiar casco de cuero. Pero eso cambió en la etapa Luchón-Pau de aquel Tour de 1947, el primero de Robic. «En una pierna tengo un Bartali y en la otra, un Coppi», se jactaba. Atacó desde la salida en el Peyresourde y llegó vencedor a la meta. Empezaba a cumplir su promesa. Una semana antes del inicio de la carrera, se había casado con Raymonde, su novia de siempre: «Tu marido es pobre y sin dote -le dijo en la boda-. Te pido paciencia. Dentro de un mes (al acabar el Tour) serás la mujer de un campeón». Aunque le costó. Al inicio de la última etapa, Caen-París, llegó en la tercera posición, por detrás de los italianos Brambilla y Ronconi. Francia, recién salida de la carnicería de la guerra, veía cómo los suyos eran derrotados. Bobet ya causaba baja: retirado entre lágrimas impotentes. Solo quedaba Robic, el resistente, el feo frente al atractivo Bobet, el chaval que durante el conflicto bélico cambiaba a menudo de casa para evitar ser reclutado por los alemanes para trabajos forzados, el enano que se atrevía con los gigantes del ciclismo. Robic era eso: la rebeldía, el orgullo, el drama, la guerra, la bandera.
El 'diablillo' no se conformaba con subir al podio como tercero. «Me siento irresistible». A todo o nada. Atacó en una leve cota, Bonsecours, muy lejos de la meta de París. Le prometió a su acompañante en la fuga, Fachleitner, cien mil francos si le ayudaba, y llegó el primero a la capital francesa cuando ya parecía todo perdido. Sin haber vestido ni un día el maillot amarillo, se quedó con aquel primer Tour tras la ocupación. La 'revolución francesa de Robic'. No volvió a ganarlo. Se le vino encima la 'era Bobet', que venció en tres ediciones.
Las suyas fueron carreras paralelas. Robic y Bobet llegaron y se fueron al mismo tiempo, del Tour de 1947 al de 1959. Entre medias, no dejaron de atizarse. Durante la edición de 1953. Robic, enrolado en un equipo regional (Oeste), arremetió a diario contra la selección francesa, la de Bobet y Geminiani. Les ridiculizaba. Les insultaba. Bilis en la lengua: «El equipo nacional parece un geriátrico», menospreciaba. Corría solo para hacerles perder. Hasta que Geminiani se hartó y montó una tempestad que hundió a Robic y coronó a Bobet, ídolo nacional de la nueva Francia. Bobet ganó ese Tour y los dos siguientes.
Los dos ídolos franceses se fueron en la Grande Boucle de 1959. Compartían declive físico. Y se marcharon a su manera. Bobet escogió la altura, la mejor. Descolgado, subió hasta la cima del Iseran; vio allí a un espectador inesperado, Gino Bartali; se bajó y le entregó la bicicleta. Adiós al Tour. Desde arriba. La despedida de Robic fue más atropellada. Dos días después, tras otra de sus muchas caídas, llegó fuera de control a la meta. Lloró, protestó, pidió clemencia para que le repescaran. Y no. El Tour no le esperó ni a él.
Le quedó, eso sí, un consuelo. En cada carrera francesa los aficionados gritaron durante años 'Vamos Robic' cada vez que asistían al paso de los ciclistas. Con ese estribillo en los tímpanos tuvo que pedalear siempre Bobet, que luego montó un próspero negocio de talasoterapia. A Robic le fue peor: Raymonde se cansó de su mal genio y le dejó. Arruinado por el divorcio y su poco tino en las finanzas, el 'diablillo' encadenó trabajos en el bar de un antiguo gregario, de árbitro de lucha libre y de repartidor de periódicos en bicicleta por las calles de París. 'Vamos Robic', le saludaban los peatones. En octubre de 1980 le llamaron para una cena ciclista con viejos colegas. Bebió de más. Se enfadó como siempre. Y, con la esposa de otro corredor, se largó de la fiesta. Cuentan que al verle tan ebrio, sus amigos le escondieron las llaves del coche. Las encontró entre juramentos. Nadie pudo pararle. Insumiso vivió y murió. De vuelta a París -quizá se durmió al volante- se empotró contra un remolque. Ahora que el ciclismo es tan científico y matemático y parece imposible que un vencedor del Tour sea también campeón del mundo de ciclocross, vuelve del barro el recuerdo de Robic y lo desmiente. Rebelde 'Biquet'.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.