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Ángel Resa
Martes, 13 de junio 2017, 11:39
Golden State domina el baloncesto mundial por la fuerza de los números, como reza la pancarta que despliegan sus aficionados cuando los encuentros del Oracle Arena enfilan la recta de tribuna. Dos anillos con este en los tres últimos años, récord histórico de triunfos ... en una campaña regular (73-9 la anterior) y balance de 16-1 en las eliminatorias de la actual temporada por el título. Nada arriesga el pronosticador cuando asegura que se trata de números imbatibles por más que se siga jugando a canastas de aquí a la eternidad. Pero los Warriors, además, muestran una jerarquía irrebatible desde las sensaciones que genera su baloncesto hermoso, coral, eficaz y contundente. Ayer, no obstante, aseguraron el campeonato sin mostrar apenas la partitura que toca cada noche su orquesta sinfónica. Recurrieron más al talento individual que a la armonía colectiva en el juego de las dobles figuras. El soberbio enfrentamiento Curry-Durant frente a Irving-James, digno de admiración y difícilmente repetible con otros actores en el futuro, se resolvió con el triunfo incontestable del elegantísimo alero local, mejor hombre de la serie por cifras exageradas (35 puntos de promedio), puntería de francotirador (58% en tiros de campo) y talento inabarcable.
El equipo de Oakland, que prepara las maletas para cruzar la bahía en su retorno a San Francisco décadas después, sí viene de mostrar en la quinta y última entrega (129-120) su asombrosa facilidad natural para esprintar según nota el primer aliento adversario en el cogote. El de unos Cavaliers orgullosos e inferiores, liderados por la figura mayestática de un LeBron rendido a su pesar por el exceso de minutos y un superávit de responsabilidad. En el intervalo que va del minuto 14 (33-41) al 20 (54-43), Golden State firmó un parcial demoledor a base de impulsos eléctricos de sus dos estrellones (21-2) para la resistencia conmovedora de un adversario valiente, que tuvo en su modelo de perfección técnica (Kyrie Irving) la metáfora de la fundición física. Demasiado solos pese a la enorme ayuda del irregular JR Smith con los triples y los puntos inesperados del pívot Tristan Thompson. Enfrente, la pareja formada por el genio de la lámpara maravillosa (Curry) y el junco más estético (Durant) se sentía mejor arropada con André Iguodala en la punta de la lanza.
Podrían escribirse tratados enteros que explicasen el nuevo triunfo de los Warriors (4-1) dos junios después. Pero puestos a la tarea de condensar se le ocurren a uno tres momentos determinantes: el fichaje de KD el pasado verano al entender el alero su incapacidad para romper el techo de cristal en Oklahoma City, los tres últimos minutos del tercer compromiso y primero en Cleveland (0-11 de parcial visitante) y el arreón previo al descanso hace unas horas que apuntó el boceto del desenlace. Es decir, la efervescencia californiana contra el fatalismo del cuadro de Ohio pese a la gallardía con la que compitieron los Cavaliers hasta la extenuación. Siempre flotaron en la atmósfera las impresiones de que Cleveland debía obtener matrícula de honor cada noche para abatir a un rival que para ganar sólo precisa el notable alto.
El hecho de que por primera vez en la historia los mismos contendientes disputen tres temporadas consecutivas la final acerca el altavoz a ciertas voces críticas. El comisionado, Adam Silver, desvía las censuras forzando a que los seguidores resalten la excelencia de los protagonistas. Cierto, memorables los cruces entre ambas franquicias. Especialmente el de hace un año, cuando Irving resolvió el título con un triple en el minuto final de una serie eterna. Pero uno de los múltiples motivos por los que la NBA infla el pecho alude a dos factores correctores que tratan de democratizar la competición y ofrecer oportunidades a todos los clubes. Por un lado, el draft con el que se eligen a jugadores universitarios e internacionales; de otra parte, el límite salarial con el fin de distribuir a los mejores. Pero el fichaje de Durant para reforzar a unos ya excelsos Warriors y la tasa de lujo que paga Cleveland con el ánimo de arropar a LeBron abren cuñas en el casco de un transatlántico. Eso sí, míster Silver, soberbio el juego de las dobles figuras que comanda alguien que debería jugar vestido de frac y con zapatos de charol.
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