Ángel Resa
Jueves, 8 de junio 2017, 12:07
Como ejemplo superlativo de los colmos suele decirse que éramos pocos y parió la abuela. Pues traducido al baloncesto norteamericano, los Warriors vivían en la urbanización de la excelencia y firmaron hace un año al hombre que ha decidido dar a luz en la ... final de la NBA. Sí, Golden State que flirtea con el título oficioso de mejor equipo de la historia (mirando un poquito por encima del hombro a los Lakers del showtime, los orgullosos Celtics de Bird, los Bulls de Jordan y la dinastía de San Antonio) se trajo el verano pasado desde Oklahoma a Kevin Durant. Un alero alto formidable, completo, anotador compulsivo y precioso de ver. Quizá uno de los juncos más elegantes y estéticos que se deslizan por los parqués de la NBA. La franquicia californiana tuvo que hacer hueco en el armario y desprenderse de piezas secundarias interesantes, pero es el precio que debe pagar por adquirir a un hombre decisivo. Emigraron algunos suplentes notables y Harrison Barnes dejó su espacio en el quinteto a KD, la pieza que completa le mejor obra de orfebrería jamás pensada.
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De ahí que la final prevista desde octubre entre los tiranos de ambas conferencias, los clubes de Oakland y Cleveland, marche 3-0, amenace con terminar de manera abrupta en la madrugada del sábado y cincele un récord imposible por los siglos venideros. Ningún club había firmado quince triunfos sin mácula durante la postemporada y quizá los Warriors concluyan los play off con una tarjeta sin mácula de 16-0 tras una campaña regular de 67-15. Cifras de frenopático, desde luego. El cuadro de Steve Kerr, el técnico de la espalda maltrecha, se había impuesto con una autoridad incontestable en su feudo del Oracle Arena (victorias por 22 y 19 puntos respectivamente). Claro que de ese modo marchaba la serie definitiva hace doce meses y los Cavaliers levantaron el 1-3 adverso. Pero el fichaje de Durántula es demasiado, una cordillera del Himalaya casi imposible de escalar. Ni siquiera para el rey LeBron y el espléndido Kyrie Irving, soberbios ambos en la tercera entrega de la serie. Un partido que controlaba a duras penas el conjunto de Ohio a tres minutos del final (113-107) y viró para desesperación (0-11 de parcial) de las fundidas estrellas locales.
Impotencia
Flotan en la atmósfera de Cleveland sensaciones de impotencia. James y su maravilloso escudero, un prodigio de perfección técnica, se exprimieron como limones hasta la pulpa y ni siquiera esa entrega absoluta les evitó acabar con caras de cítrico amargo. La tercera pata del banco, Kevin Love, ayuda. Pero la intrascendencia del pívot reboteador Tristan Thompson, superado por este baloncesto vertiginoso de ida y vuelta, y la escasa aportación del banquillo dejan a los jefes con el agua por el cuello antes de alcanzar la orilla. Lo ha manifestado el propio LeBron al término del tercer encuentro. «Nunca me había enfrentado a un equipo con tantos argumentos». Y así es. Al Golden State sinfónico de las finales anteriores se le ha unido KD, el factor diferencial por encima del tejado. Su alianza con Stephen Curry permite que Klay Thompson ceda protagonismo en ataque y saque su mano a pasear unos noches sí y otras no. Pero el escolta se emplea en una defensa modélica que capitanea el irascible Draymond Green, alma de un conjunto más fiero de la imagen angelical que ofrece.
A Golde State no le falta de nada. Le avalan los números y su baloncesto, una aleación de belleza, contundencia y eficacia. Frente a la fe individual de LeBron con su visión panorámica desde el puesto de auténtico base para asistir a tiradores de pólvora húmeda y el talento inabarcable de Irving en el uno contra uno, los Warriors oponen un catálogo de virtudes desplegable. Puntería exterior precedida de asistencias, innata facilidad para abrir simas en un suspiro, admirable ocupación de las esquinas y elevadores a la categoría de arte de la puerta atrás mediante fintas de recepción y bloqueos ciegos. Imparables en ataque y muy difíciles de abordar en el campo contrario, donde tejen una sutil tela de araña. Eran excelsos y parió Durant.
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