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Ángel Resa
Miércoles, 3 de mayo 2017, 12:29
A modo de telegrama, y si hubiera que condensar las eliminatorias de la NBA hasta la fecha, brotarían del teclado un nombre propio (Isaiah Thomas) y un equipo (Houston Rockets). Como estamos zambullidos en la araña que teje redes sociales podríamos ampliar un ... poco más hasta completar los 140 caracteres. Bueno, y a superarlos, que aquí establece los límites el periódico. Añadir, por ejemplo, que el base de los Celtics -el tipo más bajito de la liga (1,75 metros)- es un fenómeno, un anotador compulsivo cuyos fundamentos técnicos (manejo, escorzos, absorción de impactos, penetraciones y tiro exterior) y alma superan con mucho la longitud escasa de su cuerpo. La víspera de comenzar la primera ronda de los play off le comunicaron el fallecimiento de su hermana (22 añitos) en accidente de tráfico al otro lado del enorme país. El hombre jugó con la garganta hecha un nudo y las lágrimas asomándose al precipicio que forma la cascada, pero el muy notable Boston depende mucho de él y acusó la tragedia familiar de su líder indiscutible. Chicago aprovechó la circunstancia fúnebre para anotarse los dos partidos como visitante. Pero el orgullo irlandés condujo la serie a una mesa de billar. Cuatro victorias de una tacada y a la semifinal del Este contra Washington.
Un día antes de inaugurar este cruce, Thomas volvió a cruzar Estados Unidos para asistir al funeral de su hermana. Regresó a tiempo para firmar el preámbulo de su fabulosa exhibición hace unas horas. Con ventaja ya en la eliminatoria, Boston acaba de subir el 2-0 al marcador con 53 puntos de Isaiah, 29 de ellos entre el último cuarto y la prórroga con porcentajes excelentes. El diminuto director con antebrazos de Popeye no se distingue por repartir asistencias a mansalva, pero marca el ritmo impetuoso que conviene a los Celtics, los conduce a base de canastones y encarna la vida de un conjunto valiente que a nada teme. Dice que actúa con el recuerdo perenne de ella, aún más ayer, cuando le correspondía festejar su vigésimo tercer cumpleaños. El cuadro de Massachusetts se aproxima a la final de su conferencia, donde por lógica le aguardaría Cleveland, sometedor implacable de Toronto en el duelo ya disputado bajo las ordenanzas castrenses de LeBron James. Boston es un grupo muy bien entrenado (Brad Stevens) con un mariscal de bolsillo, un perímetro ferozmente defensivo (Avery Bradley, Marcus Smart, Jae Crowder) y un ala-pívot de otro tiempo (Al Horford), tan justito atléticamente como sobrado de clase.
Y no queda otro remedio que hablar de Houston, el conjunto que con Mike DAntoni en el banquillo juega a la oca, saltándose casillas porque de puente a puente le lleva la corriente. El entrenador italo-americano traslada su propuesta lúdica de correr y tirar, siempre triples a la primera ocasión, cada vez que le toca cambiar de club. Triunfó en aquellos Suns de Steve Nash, fracasó estrepitosamente por su aversión a la defensa en Los Ángeles y Nueva York y se está luciendo con los Rockets con otro base formidable. Sí, el equipo rinde culto a su nombre (cohetes) mediante su eterna receta: transiciones supersónicas, puntería lejana y la idea de ganar anotando un punto más que el adversario. Pero es que la exhibición en el primer compromiso del duelo texano que le enfrenta a San Antonio ingresa ya en el territorio de lo paranormal. Houston, bajo la batuta sabia de quien hace creer en la sencillez del baloncesto por pura perfección técnica (James Harden), metió 22 triples. Ahí cuela misiles hasta el utilllero. No en vano se trata de un grupo entregado a la barba, a quien rodean francotiradores al margen de la estatura y cuyo pívot puro (el suizo Capela) parece internacional pese a sus dotes justitas.
Hacía años, lustros y hasta décadas que los Spurs no padecían el pesado manto de la humillación en un partido. Llegaron a perder por 39 puntos (80-119) en el último cuarto, comidos de impotencia frente a la notable y sorprendente contención de un colectivo adiestrado por DAntoni y su precisión ofensiva sideral. Cuesta imaginar otra debacle inmediata de San Antonio en su madriguera antes de viajar a la vecina Houston, aunque ya puede presionar las espuelas de su escudo ante un rival que transforma cada representación en un concurso de triples. Pero, ojo, con la seriedad que no mostraban las ediciones anteriores de un técnico peculiar.
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