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Ángel Resa
Miércoles, 26 de abril 2017, 11:56
Desde que Obama rellenaba -en público y cada año- el cuadro de los cruces universitarios, los aficionados al baloncesto nos sentimos casi obligados a vaticinar el resultado de las eliminatorias cuando la NBA deja atrás la maratoniana fase regular. Y prometo por mi conciencia y ... honor que había escrito 4-2 a favor de San Antonio en su pugna frente a Memphis. No se trata de golpear con el mazo el bombo propio y aún cabe la posibilidad de errar el pronóstico, pero el último triunfo texano (116-103) acerca el vaticinio a la realidad (3-2 a falta de que la serie regrese a Tennessee). Nada nuevo bajo el sol en este choque inédito entre hermanos a la altura de los play off. Más bien, confirmaciones a cuanto se preveía.
Primero. Que los Spurs portan al cuello la etiqueta de favoritos por el poso que concede la experiencia y la mayor amplitud de su plantel. Segundo. Que los Grizzlies ejercen de insecto perseverante y molesto del que tanto cuesta sacudirse el picor. Tercero. Que ya hace tiempo que los Gasol invirtieron sus jerarquías. Y cuarto. Que Gregg Popovich dispone -debate abierto, opinen ustedes- del jugador más completo de la Liga. Ya sé que un tal LeBron James aspira a disputar su séptima final consecutiva con las reales ordenanzas de la monarquía absoluta. Y tampoco ignoro que ese fenómeno de rostro infantil llamado Stephen Curry nos mantiene atónitos por su hipnótico manejo de la pelota y tiros paranormales. Pero, permítanme que insista, que diría Matías Prats. Cuesta un mundo encontrar a alguien que aporte más que Kawhi Leonard a ambos lados de la cancha. Podrá discutirse la concesión del MVP a James Harden o Russell Westbrook, pero tal vez ha llegado la hora de proclamar la supremacía del alero de San Antonio en la lista de los tipos determinantes. A sus dos títulos defensivos individuales suma un veneno letal en ataque y un liderazgo tan rotundo como silencioso.
Convalidaciones
Vuelvo al asunto de las convalidaciones. Mientras los Spurs -presuntos rivales de Golden State en la final del Oeste- muestran a Patty Mills, Manu Ginobili y el cada vez más secundario Pau desde el banquillo, Memphis se encomienda al espíritu indesmayable que comandan Marc y Mike Conley con la ayuda de Zach Randolph. Le faltan los lesionados Tony Allen, cancerbero defensivo, y el fiasco tirador de Chandler Parsons, así que el equipo va a muerte con lo puesto. En cuanto a los Gasol, las sensaciones resultan aún más contundentes que los números. Ya hace tiempo que Pau y Marc intercambiaron sus papeles. Quien era hermano de pasa a árbol que proyecta sombra. Ojo, con todo el respeto debido al mayor de la saga, el mejor baloncestista español de la historia con dos anillos sucesivos en Los Ángeles. Pero las últimas campañas en los desquiciados Lakers y el frustrante paso por Chicago han ido empequeñeciendo su figura. De escudero principal a actor de reparto que abrillanta la película. Mientras, el mediano manda en el vestuario de los Grizzlies, ordena en la cancha y tiene conquistado el corazón de unos aficionados que algún día aplaudirán el izado de su camiseta al techo del pabellón. Es un ídolo y se comporta de acuerdo a semejante responsabilidad.
La figura de Leonard alcanza tal dimensión que ha modificado el modo de entender el baloncesto que predica San Antonio durante las dos últimas décadas. El club texano, ejemplo de seriedad y rigor en el deporte profesional, viene configurando el equipo que lo representa a su imagen y semejanza. Allí se reserva el derecho de admisión a jugadores inteligentes y comprometidos, capaces de dejarse el ego en la taquilla para disponer sus talentos al servicio del grupo. De ahí el juego coral que alcanzó el cielo en la final ganada de 2014, una sinfonía hermosísima basada en el pase de más y el predominio del aire sobre la tierra. O sea, más pases que botes. Pero nadie como Gregg Popovich ha sabido interpretar las mudanzas del baloncesto. Aquellos Spurs hoscos derivaron en un conjunto fluido, el cuadro que aborrecía el triple comprendió que sin el fuego de artillería no se vencen batallas modernas. Y aquel sóviet colectivo que guardaba la terna Parker-Ginobili-Duncan descansa ahora en las manos enormes de Kawhi, receptor de las sagradas escrituras. Tal vez el único tipo al que su espléndido entrenador permite entonar arias.
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