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Ángel Resa
Miércoles, 12 de abril 2017, 11:03
A falta de una sola noche que defina absolutamente cinco meses y medio de campeonato llega el tiempo del balance en la NBA. Como cada año por primavera dieciséis equipos de la NBA -un ramillete con opciones y otros como meros animadores- perseguirán un anillo ... que encontrará el dedo adecuado en el mes de junio y catorce se tomarán las vacaciones del maestro multiplicadas por dos. Nada menos que seis meses para el avistamiento de la próxima temporada sin el cosquilleo de la competición. Desde finales de octubre y hasta ahora hay franquicias que han cumplido los pronósticos y otras que han defraudado donde se dirime la verdad, sobre la cancha.
Recurriendo a la terminología sacramental a las puertas de la Semana Santa quedan confirmaciones (Boston, Cleveland, Toronto, Washington, Golden State, San Antonio y Clippers), conversiones a la fe (Milwaukee, Houston y Utah), pecadores que han de ganarse el perdón a través de la penitencia (Detroit, New Orleans y Minnesota) y carnes arrojadas a las llamas del infierno (Brooklyn, New York y Lakers). Está visto que la decadencia del baloncesto profesional anida en la capital del mundo que acoge a los desesperantes Knicks y en el Hollywood de los fuegos artificiales y las carcasas huecas desde el último título angelino con Kobe Bryant, Pau Gasol y Lamar Odom. Las gerencias deportivas de ambos clubes, incluyendo el penoso e irrelevante papel del intocable Phil Jackson en Manhattan, parecen enfrascadas en una carreta para determinar cuál de ambas obra peor.
La Conferencia Oeste ha llegado a la víspera de cerrar la fase regular sin sitio para las adivinanzas. Los cuatro cruces están servidos, todos los parroquianos de la taberna conocen quiénes irrumpirán en el saloon a través de las puertas batientes. Al margen del enorme favoritismo californiano en el duelo Warriors-Portland, las otras tres eliminatorias sirven salsa picante. Nada menos que un duelo entre los hermanos Gasol en primera ronda con pronóstico favorable a San Antonio que habrá de sudar frente al rigor perenne de Memphis. El líder de la segunda unidad texana, Pau, ante el liderazgo indiscutible de Marc. En Houston arrancará otro enfrentamiento apasionante y vertiginoso. Mientras el jurado decide si otorga el MVP a James Harden o a Russell Westbrook, la lanzadera de cohetes espaciales de los Rockets buscará su hueco en la semifinal del Oeste para perjuicio de unos Thunder en manos del monarca del triple-doble. Y queda un compromiso de vaticinio abierto, el que franqueará el paso a esa potencia siempre a medio activar (Clippers) o a al grupo físicamente más defensivo de la Liga (Utah).
Al otro lado de un país de tamaño continental hay dos emparejamientos decididos. Toronto, de nuevo en la parte cabecera de la conferencia, recibe con ventaja de campo a los jóvenes con futuro que alinea Milwaukee. Y los Wizards del muy notable quinteto inicial miden la consistencia a la baja de Atlanta, aquella réplica oriental de los Spurs que ha perdido veneno con el traspaso de cuatro de sus cinco titulares. Boston, sorprendentemente, depende de sí mismo para liderar el Este por delante de Cleveland. Unos Cavaliers, sin embargo, que infunden temor en los play off con su batería de tiradores a las órdenes del mariscal LeBron James. Indiana, los decepcionantes Bulls y el meritorio Miami se disputan las dos plazas vacantes que convertirán a los afortunados en las víctimas previstas de Celtics y Cavs en primera ronda.
Durante los próximos días se irán conociendo las identidades del mejor jugador, el sexto hombre más destacado, los quintetos primordiales, el baloncestista de mayor progresión y el defensor de la temporada. Pero también el del técnico con mayores méritos a la hora de conducir a su grupo desde el banquillo. Sé que las quinielas apuestan por Mike DAntoni, quien ha implantado en Houston su estilo de correr y tirar. Pero permitan -como firmante de esta columna- que mis preferencias apunten a Brad Stevens, autor intelectual de la mejora continuada de Boston, y a Quin Snyder, responsable de la seriedad que ha devuelto parte del protagonismo pretérito a los Jazz. Siempre que ambos reciban, claro está, la bendición apostólica de Gregg Popovich, el sumo pontífice del rotulador y la pizarra.
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