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Ángel Resa
Miércoles, 29 de marzo 2017, 11:31
La sociedad estadounidense sublima el individualismo y las manifestaciones que de ella derivan, también las deportivas, tienden a presentar las pugnas colectivas como combates entre dos púgiles de carnes fibrosas, huesos firmes y marcados músculos. El pasado fin de semana se enfrentaron conjuntos de Houston ... y Oklahoma City o, traducido al modo de entender allá la competición, la pelea sobre el parqué de los dos candidatos principales al título de mejor jugador de la temporada antes de los play off. En una esquina del cuadrilátero, bajo una barba tupida en la que cabe guardar todo, James Harden. Trazando la diagonal y con los brazos apoyados de manera retadora sobre las cuerdas, Russell Westbrook. El escolta reconvertido con éxito a base desde la llegada de Mike DAntoni frente a la bestia física en el puesto de uno que comanda a los Thunder tras la marcha de Kevin Durant. Los hombres que revientan la historia con su empeño por destrozar las estadísticas.
Cuentan que el MVP se reduce a un coto de dos, aunque servidor piensa que el baloncestista más completo de la NBA (Kawhi Leonard, San Antonio) debería contar en los pronósticos. Harden está sobradísimo para organizar ataques y culminarlos con un talento sobrenatural, pero atrás no para un taxi así anduviera solo un domingo por la mañana en la Gran Vía madrileña. Y falta por venir al mundo el tipo capaz de contener el vértigo vertical de Westbrook a campo abierto, una centella que mueve el pelo de los rivales cuando los deja atrás. Sin embargo, la absoluta dependencia ofensiva que Oklahoma tiene de él le incita a tomar ciertos reposos al otro lado de la cancha. En cambio, Leonard mejor defensor de la Liga dos veces seguidas suma y hasta multiplica en ambas mitades. Durante las dos décadas de Gregg Popovich al frente de los Spurs ningún otro de sus discípulos ni siquiera Tim Duncan absorbía tanto la pelota como el formidable alero hasta el punto de reducir el formidable estilo coral de San Antonio.
Dos semanas
Así está la situación a dos semanas de concluir la fase regular. James o Russell y los demás, incluso el mismísimo Kawhi, parecen figurantes en la película. Ambos compartieron vestuario hasta la primavera de 2012, cuando el proclamado sexto hombre del campeonato rehusó la renovación con los Thunder. Quería el protagonismo que le restaban el propio Westbrook, Durant y hasta Ibaka. Voló a Texas, allí ejerció de escolta anotador y esta campaña Mike DAntoni le ha ofrecido las llaves de un autobús donde viaja un ejército de tiradores empeñados en ganar metiendo un punto más que el adversario. Harden es catedrático en el uso del cuerpo para protegerse en las penetraciones, del baile arrimado al defensor que obtiene faltas en los triples, de las asistencias a zurdas, del pasito atrás para transformar una canasta de dos en una de tres y del cambio de dirección por delante que envía rivales al traumatólogo. Todo ello con la dejadez aparente de los privilegiados. Sus medias se fijan en 29 puntos, 8 rebotes y 11 asistencias.
Westbrook es el potro indómito al que sólo cabe detener por la vía penal. Sus penetraciones por la derecha terminan en mates salvajes que prueban la resistencia de los materiales y su eslalon recuerda el paso prieto por las puertas de los esquiadores avezados. Resulta imposible imaginar a un base superior a él en explosividad, a alguien que le discuta la supremacía (tal vez John Wall, Washington) en carrera. Al margen de su veta anotadora elevadísima suspensión sobre muelles para el tiro y escorzos inauditos en las entradas a canasta ha perfeccionado el arte de asistir a los compañeros y ninguno como él captura tantos rechaces desde el puesto de uno. Su obsesión de terminar la temporada regular promediando triple-doble parece un reto perfectamente factible con sus actuales números (31+10+10). Claro que ahí, y perdonen el atrevimiento ante cifras tan descomunales, hay algo de gato encerrado. Russell es el jugador de la NBA que más rebotes defensivos coge tras el tiro libre fallado por el rival y a menudo se hunde en su zona para tomar aquellos por los que nadie pelea. Pero dicho esto poco que objetar al combate entre el monstruo físico bien dotado técnicamente (Russell) y el desdén de un talento superlativo (James). Salvo que Kawhi levante la mano, tan discreto él, al fondo de la sala.
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