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Ángel Resa
Miércoles, 22 de marzo 2017, 12:24
Casi hay que remontarse cuatro décadas (1978) para fijar el único título del baloncesto profesional en Washington. Al equipo se le conocía con el apelativo de Bullets (balas), que cambió en 1997 el sobrenombre por el de Wizards (magos) para paliar la mala ... imagen que el alto índice de crímenes deparaba a la capital federal de Estados Unidos. Ya con su nueva denominación la franquicia ha intentado sacudirse con cierto desdén la etiqueta de intrascendente. En asuntos de la canasta, al Distrito de Columbia se le conoce por las visitas de los campeones de la NBA a la Casa Blanca, donde los recibía el buen aficionado Barack Obama. De las glorias deportivas, que dice el himno viejo del Real Madrid, nada por aquí y nada por allá. En los últimos diecinueve años, los Wizards se han ausentado trece veces de las eliminatorias y en las otras seis temporadas no superaron la primera ronda del Este, aritmética que define a un club perdedor.
Sin embargo, el grupo apunta síntomas de una rebeldía favorable, aunque discreta. Marcha tercero en su conferencia, trata de cazar a los indómitos Celtics y aún ha de protegerse de unos Raptors que le soplan el cogote. Su balance (42-28) es el séptimo de la Liga, una plaza meritoria y basada en la facilidad anotadora de su quinteto inicial. Lo de defender ya le suena a cosa más mundana, menos cómoda y heredera de la desidia con la que ha transitado tanto tiempo por esa tierra que a nadie pertenece. Sólo tres rivales meten más puntos que los Wizards (109), pero los 107 en contra siembran dudas sobre su capacidad para adentrarse más allá de las semifinales del Este.
La gerencia deportiva armó a lo largo del verano, en realidad durante las últimas campañas, un equipo descompensado con una alineación titular muy notable y unos reservas más propios de la Liga de Desarrollo. Así lo manifestó su pívot polaco, Marcin Gortat, a finales de octubre. «Tenemos el peor banquillo de la NBA». Cabe imaginar que los suplentes lo mirarían mal cuando uno de los cincos infravalorados del campeonato (11 puntos y 11 rebotes, un muro de hormigón levantando bloqueos) entrase al vestuario. Y el espléndido entrenador de Utah, Quin Snyder, insistió al ponderar la categoría del dúo John Wall-Bradley Beal como base-escolta de los capitalinos. «Es el mejor backcourt de la competición». Los periodistas agrandaron los ojos hasta simular que eran platos. «¿Por encima de Stephen Curry-Klay Thompson?» Y el técnico de los Jazz calló.
La parejita suma 46 puntos cada noche, a los que deben añadirse los del pívot europeo y los catorce por cabeza que suman Otto Porter y Markieff Morris. En total 85, por los que dejan veinticuatro migajas a los reservas, ese bloque filial del que se lamentaba Gortat. Pero Washington obró bien en el mercado de invierno. Trajo a Bojan Bogdanovic de Brooklyn, el club del prefijo des: destartalado, desorganizado, sin orden ni concierto, el peor y con avaricia de la NBA. El alero bosnio promedia catorce partiendo de un banquillo mejorado con el fichaje -desde los también desesperantes Knicks-, del base Brandon Jennings. Un tipo conflictivo y no ayuno de talento para procurar descansos al espléndido timonel Wall, uno de los selectos directores en el torneo de magníficos unos, soberbio generador de juego y extremadamente hábil con el único pero de su racheado tiro exterior. Junto a él, como escudero de alto rango, Beal, capaz de generar sus propios lanzamientos. Y el contratado Bogdanovic, fiable tirador que vive un idilio con el tablero en el que se apoya al culminar sus incursiones a zurdas por la zona.
De todo ello surge un bloque sobresaliente en campo abierto, peligroso triplista (líder Porter en porcentaje) y de notable juego estático. Pero también un grupo que necesita mejorar la contención del perímetro adversario y el balance defensivo. En términos futbolísticos, los Wizards forman un equipo tan volcado hacia adelante que desguarnecen la espalda de los centrales. Con sus ventajas e inconvenientes, una franquicia que en su condición de local se mueve como un bloque efervescente. Le da para pelear en los play-off, aunque el cielo debe esperar mientras no incluya más clase media-alta en el vestuario. Y por la gloria me refiero a los seis kilómetros que separan el Verizon Center de la Casa Blanca donde el anfitrión, lo dudo con Donald Trump, recibe a los campeones.
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