Ángel Resa
Miércoles, 21 de diciembre 2016, 11:53
A veces los mayores éxitos sientan los cimientos sobre la base de una desgracia. Es lo que ocurrió con la historia gloriosa de San Antonio. La grave lesión de su pívot estelar David Robinson en la temporada 1996-1997 fue como la pieza caída ... que movió el resto del dominó hasta culminar en un milagro. La baja de El Almirante destrozó las aspiraciones del equipo texano y el entonces director deportivo Gregg Popovich, sumo pontífice de los entrenadores estadounidenses junto a Phil Jackson, decidió bajar de la planta noble del despacho hasta la silla desde la que dirige los partidos a pie de pista con la mente preclara que lo distingue. Sí, el gurú le echó jeta al asunto al justificar el despido de Bob Hill por el alud imparable de derrotas. Los Spurs, ya el zorro plateado a los mandos, se dejaron ir con el objetivo de seleccionar la ambrosía de la tarta. Se trataba de elegir en el primer puesto del draft a Tim Duncan, la apuesta segura, la opción infalible, la quiniela hípica a caballo ganador.
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El mejor cuatro de la historia, jugador excelso y prototipo de la fidelidad absoluta, se vistió la camiseta de la espuela en el pecho y cambió el rumbo entero de un club. De hecho, el dúo Popovich-Duncan y la terna compuesta por el propio ala-pívot con el base francés Tony Parker y el escolta argentino Manu Ginobili han convertido la franquicia texana en la más admirada de todas cuantas integran las cuatro grandes ligas profesionales de Estados Unidos. Si tomamos prestados pasajes de la Biblia cabría afirmar que Gregg representa la divinidad que reclutó a Duncan para edificar su iglesia sobre los hombros del exnadador de las Islas Vírgenes. Tim, a quien San Antonio elevó el domingo su número 21 al cielo del AT&T Center en una ceremonia made in Spurs sencilla y emotiva, sincera y cierta, ha liderado un modo de entender el baloncesto.
No sólo ha ganado cinco anillos (1999, 2001, 2003, 2007 y 2014) con un juego coral. También ha imbuido valores como el rigor, la seriedad, el compromiso y un carácter identitario. Una manera de concebir el deporte a imagen y semejanza de su formidable ala-pívot, un tipo tranquilo, discreto, sin estridencias y honrado. Uno de los pocos que completó todo el ciclo universitario (cuatro años en Wake Forest) y no ha querido conocer otro escudo que el de San Antonio, donde ha firmado diecinueve temporadas indelebles para el recuerdo. Los Spurs presumen de personalidad propia. Cuelgan de la puerta de su vestuario, en el sentido figurado, el cartel que reserva el derecho de admisión. Sólo acepta a hombres comprometidos con una causa, más partidarios de la química que de la física y capaces de anteponer el equipo en letras mayúsculas a los egos naturales de cualquier ser humano. Allí juegan los inteligentes y en esa cocina de la abuela, la del puchero a fuego lento, sobresalen individuos marcados por las espuelas de las botas texanas que se sienten extraños en otros conjuntos entregados a los fuegos artificiales.
1.392 partidos, dos títulos de mejor jugador de la campaña regular, tres de las finales de la NBA, quince presencias en el fin de semana lúdico de las estrellas. Reconocimientos justos que endiosarían a casi todos y él asumió siempre con la normalidad de las personas corrientes. Al baloncesto lega su intransferible tiro a tabla desde 45 grados, el baile de pies que caracteriza a los interiores eternos y la defensa concentrada de quien contiene al adversario sin camas elásticas con las que propulsarse para los saltos. Pero el líder de la franquicia en minutos, puntos, rebotes y tapones cede además y por si fuera poco su amor al juego, el respeto a los códigos que encierra y el homenaje perenne a un deporte maravilloso. En primavera se jubiló este hombre de una pieza, el mejor ala-pívot jamás conocido. Lo hizo sin un portazo, todo a media voz. El domingo San Antonio programó la ascensión de su camiseta al olimpo donde habitan los inolvidables. Y allí, en esa ceremonia íntima, un emocionado Popovich facturó una de sus sentencias. No Tim, no championships. (Sin él no hay campeonatos). Pero Gregg ladra como perro viejo. De momento sus Spurs marchan segundos de la NBA con un balance de 23-5, a la vera de los Warriors. La sombra de Duncan es alargada.
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