Ángel Resa
Miércoles, 30 de noviembre 2016, 11:59
A Mike DAntoni hay poco que agradecerle como entrenador en la NBA. Muy atrás queda su era gloriosa en Phoenix. Aquel estilo efervescente que consistía en correr y tirar en los siete primeros segundos de cada posesión sirvió para divertir mucho y ganar menos. El ... técnico italo-americano lo fiaba todo a la puntería en ataque porque su repudio por la defensa sobrepasa todos los límites razonables. Y si aquellos Suns entretenían tanto al personal era gracias a la batuta sabia y divertida de Steve Nash, un creador de baloncesto desde la nada acompañado por francotiradores en esquinas y tejados. Asomarse de verdad a las puertas del título requiere una seriedad atrás incompatible con la filosofía lúdica y hueca de DAntoni. Pero ahora, como responsable de Houston, conviene reconocerle cierta cordura.
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Los Rockets son el equipo de James Harden, la barba espesa, larga y zaína más famosa del campeonato, el líder incontestable de un grupo que empieza y termina en él. Hasta esta temporada, el hombre-orquesta que tocaba viento, cuerda y percusión con la sutileza que sólo se encuentra al alcance de los muy buenos ejercía de falso base. Era un compulsivo anotador desde el puesto de escolta, pero realmente subía la pelota, buscaba la pared futbolística y metía canastas por penetración o desde la lejanía. Muy pocos como él utilizan mejor el cuerpo para protegerse en las zonas minadas de los gigantes. Desde hace cinco semanas, coincidiendo con el inicio del torneo, su entrenador y él se han dejado de disimulos: Harden ya ejerce oficialmente de uno. Y en su nuevo puesto aspira con argumentos sobrados al premio de mejor jugador, galardón muy caro por las actuaciones estelares cada noche de tipos como la bestia física Russell Westbrook (Oklahoma City) y el formidable pívot Anthony Davis, piedra angular de los perdedores Pelicans.
Excompañeros en los Thunder
Las historias de Westbrook y Harden se entrelazan y bifurcan. Ambos compartieron vestuario en los Thunder durante tres temporadas, en las que el barbudo de estética hipster vivió a la sombra de las tres vigas maestras (el base, Kevin Durant y Serge Ibaka) que sostenían el andamiaje de un grupo llamado a todo. Un conjunto contundente y vertical que avistó la cumbre sin superar el último campo de altura. James ya apuntaba síntomas inequívocos de su talento porque no hay traje capaz de constreñir una calidad que revienta las costuras. Y como Oklahoma City apostó por su terna primordial, Harden se llevó su excelencia en 2012 a otra parte. Concretamente a Texas, donde le discutió nada menos que al sobrenatural Stephen Curry el título de MVP. Pero mientras el mejor tirador de la historia conducía al anillo a un equipo formidable (Warriors), el escolta amasaba elogios individuales sin un éxito colectivo que llevarse al dedo.
Ahora, las trayectorias de la bestia (Westbrook) y la barba vuelven a coincidir pese a la distancia. Ambos se postulan como baloncestistas más destacados de la NBA con obras superlativas y estadísticas amedrentadoras. El timonel de los Thunder ya es el monarca absoluto de un equipo nuevo tras las salidas de Durant (Golden State) e Ibaka (Orlando). Ejerce de mariscal supremo y amenaza con firmar un tiple doble al término de la temporada. De momento promedia 31 puntos, 10 rebotes y 11 asistencias, números que escapan del control humano. Rusell es el portento físico más alucinante desde LeBron James. Nadie parece capaz de pararlo a campo abierto cuando arranca la moto de la máxima cilindrada. Ni siquiera una jauría de perros salvajes quebraría su determinación camino del aro. Encarna esa fórmula de potencia más velocidad para la que nadie ha hallado el antídoto.
Pero Harden no se rezaga. Firma medias de 29 puntos, 8 rebotes y 12 asistencias como rey del último pase desde un concepto diferente. Mientras Westbrook es ese boxeador tipo Tyson que sale a reventar al adversario desde el primer tañido de la campana, la barba más célebre de la Liga se parece al púgil bailarín que va marcando golpes hasta que el rival adquiere conciencia de su derrota por flagrante inferioridad. Maneja la pelota a zurdas con el desdén de quienes se sienten superiores y lo mismo acribilla el aro desde lejos que tras un eslalon maravilloso, grácil y aparentemente lento que deja cadáveres deportivos en la cuneta. Dos maneras de entender el baloncesto y hasta el esfuerzo porque Russell defiende y James, no. La barba y la bestia.
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