Ángel Resa
Miércoles, 2 de noviembre 2016, 11:57
La NBA viene de programar un partido para intelectuales. La cita enfrentaba a San Antonio con Utah, un cartel presuntamente desnivelado porque reunía a un figurón del toreo (Spurs) junto a un meritorio con ganas de entrar en todas las ferias (léase eliminatorias por ... el título). Ya se sabe que el admirable club texano reserva el derecho de admisión en sus locales. Sólo acepta a clientes de buena cabeza, estética impoluta y deseo por integrarse en un engranaje solidario. Su rival en el AT&T Center lleva años trabajando en la vía correcta, la que marca un muy buen entrenador como Quin Snyder, gentleman de aspecto juvenil en el banquillo. Las diferencias sustanciales entre ambos equipos, al margen de un baloncesto grupal más definido por el pentacampeón en las dos últimas décadas, se centran en la categoría de las plantillas. A los Jazz les falta añadir algún actor principal en el reparto y ampliar el fondo de armario. Pero sus hechuras bien merecen el insomnio en la madrugada. Acaban de ganar (91-106) sin Gordon Hayward, su mejor referencia ofensiva, en la guarida donde San Antonio sólo cedió un encuentro durante toda la temporada anterior.
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A Utah se le conoce como el reino de los mormones y nos llega con sordina el eco de su glorioso pasado deportivo en la década de los noventa. A aquel equipo que manejaba con puño férreo Jerry Sloan, técnico riguroso y exigente, sólo le sobró la firma definitiva del inigualable Michael Jordan para salir a hombros por la puerta grande. Era una metáfora idealizada de Estados Unidos, el blanco (Stockton) y el negro (Malone) unidos por una causa común. Un conjunto duro y ferozmente competitivo en busca del olimpo. Pasada aquella era en la que el cuadro de Salt Lake City infundía mucho respeto, la franquicia regresó al camarote donde se apilan los objetos secundarios. Un mercado televisivo pequeño, una comunidad bajo el yugo de la estricta moral religiosa y planteles insuficientes para competir al más alto nivel. A Utah le cuesta reclutar estrellas que quieran vivir en semejante hábitat, pero se empeña con denuedo en hacer bien las cosas. Su primer cuarto en San Antonio (38 puntos y casi un 70% de acierto) es toda una reivindicación. Ritmo, fluidez natural en ataque, pases, puntería y aprovechamiento sin locuras de las primeras opciones de tiro para desmadejar la habitual defensa sincronizada de los Spurs.
Dependencia de Leonard
San Antonio, que perseguía por primera vez el 5-0 en un arranque de campaña con Gregg Popovich como sumo pontífice, sufrió la excesiva dependencia de Kawhi Leonard -alero completísimo y firme candidato a MVP en una campaña con serias competencias- y LaMarcus Aldridge. Pese al aldabonazo con el que derribó la puerta de los Warriors en la primera jornada y sus legítimas aspiraciones a un título muy caro por el favoritismo de Golden State y Cleveland, el equipo texano aún enseña ciertas carencias. Cierta relajación defensiva frente a unos Jazz muy consistentes y necesidad de engrasar su excelente maquinaria colectiva, ahora mismo más fiada a los impulsos individuales de su dúo estelar. Una cadena de montaje en la que todavía ha de encajar Pau Gasol. El catalán parece ahora mismo esa pieza codiciada en los talleres automovilísticos que llegaba de Alemania y se hacía esperar.
El pívot de Sant Boi volvió a rubricar una actuación discretita, cuantificada en ocho puntos y otros tantos rebotes. Se le ve desubicado, tratando de hallar la llave que le permita integrarse en un modo de entender el baloncesto que le encaja como un traje a medida. Atrás se limita a defender como esos guardametas con riesgo de que el travesaño se les caiga encima. Siempre debajo del aro, consciente de que su intimidación se relaciona únicamente con envergadura para taponar ilusiones adversarias. Adelante ofreció los destellos propios de las luces parpadeantes que a ratos refulgen con más fuerza. Apuntó detalles ilusionantes en materias que domina, como el juego entre pívots con Aldridge pasando desde el poste alto o invirtiendo la pelota para los tiros liberados de los aleros. Pero tímido y sin el sitio preferente que corresponde a un comensal de su categoría. Así que entre carencias propias y virtudes ajenas, Utah ha profanado un templo. De la puntilla se encargó George Hill, pupilo de Popovich antaño. Ya cuentan que no hay peor cuña que la de la misma madera.
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