LeBron James
Análisis de la nba

La vida sigue igual

Vuelven a jugar la final de la NBA el equipo de LeBron James y unos Warriors que llegan con un cursillo insólito de sufrimiento

Ángel Resa

Miércoles, 1 de junio 2016, 00:50

Tantos vaticinios, análisis y cálculo de probabilidades a finales de octubre para concluir lo mismo ochos meses después. En junio disputan la final de la NBA el equipo de LeBron James (Cleveland, Miami o Cleveland en un retorno a su origen) y otro enviado ... por la Conferencia Oeste al combate definitivo. Acertar que los Cavaliers representarían el Este en la serie que decide el título no otorga, en modo alguno, el carné de adivinador profesional al apostante. De hecho, la franquicia de Ohio sólo se ha dejado un par de derrotas por el camino en sus eliminatorias triunfales. Ambos en Toronto, después de barrer de manera inmisericorde a Detroit y los presumiblemente poderosos Hawks. A la hora de la verdad, el rey LeBron acude a su cita anual (sexta consecutiva, séptima absoluta, dos anillos) con la disputa del trono tras sepultar a DeMarre Carroll, el cancerbero defensivo de los Raptors impotente ante el alud de un tipo que une a su físico descomunal una lectura del juego cada vez mejor. Anota y rebotea, pero además nutre desde el poste alto a Kyrie Irving y Richard Jefferson, quienes sólo tienen que rematar sus centros medidos a puerta vacía aprovechando los bloqueos ciegos de Matthew Dellavedova, ese competidor feroz y pendenciero.

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Remontada

Digo que celebran la final el conjunto de James y otro. En este caso cabe deducir que doce meses más tarde, la vida sigue igual. Porque ese otro es, de nuevo, Golden State. Sí, el bloque legendario que ha transformado el baloncesto, el del récord ajeno a este mundo en temporada regular (73-9), el vigente ganador del campeonato, uno de esos ejemplares escasos capaces de rehacerse tras sendos ataques de pánico por su alianza indisoluble con el talento. Los Warriors alcanzan su segunda final consecutivas tras levantar un 1-3 adverso, entrar siete puntos abajo a falta de cinco minutos del sexto partido y abrochar una serie apasionante recentándose analgésicos con los que paliar el dolor que también en la última entrega les han procurado los Thunder (33-45 al borde del descanso). Oklahoma City, que esta vez ha metido la nariz hasta oler la fragancia de la gloria, lamenta ya de vacaciones indeseables los tres match ball desperdiciados. Ya lo dijo Rudy Tomjanovich, el fallecido entrenador de Houston en los títulos de 1994 y 1995 aprovechando los devaneos de Michael Jordan con el béisbol. «Nunca subestimes el corazón de un campeón». La sentencia rima cuando se traduce al castellano, no en el inglés original.

Golden State es mucho más que el brillo cegador de sus hombres ilustres, comenzando por Stephen Curry y Klay Thompson, su formidable escudero. El cuadro californiano encarna un modo lúdico de entender la vida a través del baloncesto. Sin embargo, ningún adversario desde hace dos años como Oklahoma City le ha obligado a padecer los síntomas del sufrimiento. El equipo de Billy Donovan -técnico preclaro en los play off con su apuesta por dos pívots puros al unísono para abatir a San Antonio ha logrado lo que parece imposible, rebajar la diversión de los guerreros de Oakland, pacientes de un mal llamado angustia que creían ajeno. Desde luego, el defensor del título alcanza la orilla con un cursillo intensivo de tormento.

Algo que le vendrá bien, sin duda, para oponerse a unos Cavaliers que infunden miedo. Los Warriors se han sostenido durante la semifinal del Oeste con las convulsiones anotadores de Thompson (19 puntos en el tercer cuarto del sexto encuentro, once triples en ese partido), la defensa de André Iguodala tipo de compromisos grandes y momentos decisivos y la rúbrica celeste de Curry. El fenómeno paranormal por el que los chavales prefieren ahora la artillería ligera a colgarse del aro ha mostrado una presencia de ánimo sobresaliente para resolver un cruce que, por momentos, ha borrado la sonrisa perenne de su rostro infantil. El grupo de Steve Kerr ha sobrevivido con el tiro de tres y la mayor longitud de plantilla como armas para contrarrestar el potente rebote ofensivo y la defensa de unos Thunder reducidos con sus siete hombres a un plantel de balonmano. Ningún jugador como Steve Adams, el pívot neozelandés, representa mejor el progreso de Oklahoma City, un bloque que puede desintegrarse por abatimiento después de tantos ataques baldíos para hollar la cumbre.

Así pues, la NBA acude a la reposición. Pero esta vez, corregida y aumentada. O, si quieren, los aficionados asistimos a las horas previas de un cruce prepárense para ver los partidos empapados de sudor más parejo que hace un año por los signos lógicos de relativa debilidad que los Thunder han aflorado en los Warriors. Pero también por la plenitud de Cleveland, que llega entero y con la autoestima por las nubes. Los Cavaliers de 2015 libraron una batalla conmovedora contra Golden State sin dos de sus tres patas del trípode principal. LeBron sostuvo el orgullo de un grupo altivo y pendiente de la enfermería. Ahora llegan con el mejor Irving de la temporada, el príncipe de los fundamentos, y un Kevin Love al que los compañeros buscan para anotar triples en transición. Este grupo que arrancó la temporada a las órdenes, es un decir, de David Blatt y ahora maneja Tyronn Lue bajo la sombra alargada del rey, arroja lava por el cráter y es todo lo coral que puede serlo un equipo de ese portento físico casado con la final. Y nadie olvide que los Warriors hubieron de remotar hace doce meses un 1-2 con el recurso del small ball (alfil por torre). La vida sigue igual. O Iguodala, jugador determinante en el signo del último anillo.

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