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Ángel Resa
Miércoles, 18 de mayo 2016, 13:01
Oklahoma es uno de esos estados de los que se tienen escasas referencias. Algunas cómicas, otras trágicas y ahora también deportivas por el nervio incandescente de los Thunder. Los amanecistas confesos, entre los que me encuentro, recordamos frases exactas del brillante disparate que dirigió ... José Luis Cuerda. En una de sus primeras secuencias, el simpar Luis Ciges, sentado en el sidecar de la moto que conducía Antonio Resines, presentaba a su hijo como ilustre profesor universitario en aquel territorio del Medio Oeste. En 1995 el mundo se sobrecogió con el atentado terrorista en uno de sus rascacielos que ocasionó una matanza abominable. Luego, la ciudad acogió a aquellos Pelicans del exilio por los efectos devastadores del huracán Katrina en New Orleans. Y claro, el público ayuno de otros entretenimientos en ese sector estadounidense donde pasan pocas cosas abrazó con entusiasmo el baloncesto. Tanto que compró la franquicia de Seattle, cambió su nombre por la traducción al castellano de Trueno y colocó el equipo para lo que dispusiera Kevin Durant. Uno de los jugadores, dicho sea de paso y para que conste en acta, más elegantes que desfilan cada noche por las pasarelas de los pabellones estadounidenses.
Oklahoma City lleva temporadas amagando delirios de grandeza sin rematar la faena. Pero después de eliminar en la semifinal del Oeste a San Antonio, ha adelantado en la serie definitiva de la conferencia a los intratables Warriors de Stephen Curry, el genio de los tiros maravillosos. Y nada menos que en el Oracle Arena, cancha de la que tantos rivales salen escocidos, escaldados y con los signos del tormento en sus caras. El 102-108, aun reconociendo que quedan muchos asaltos por dirimir, significa que los Thunder van este año más en serio que nunca. Representan el vértigo, el carpe diem, la velocidad de la luz, la prisa, el gusto por anotarse los combates por la vía del cloroformo y el K.O. El equipo que entrena Billy Donovan no conoce los efectos benéficos que a veces depara la pausa. Para lograrlo, si es que quisieran y lo dudo, deberían cambiar de base. Pero los emergentes truenos que rasgan el aire y tanto ruido meten viven y mueren con Russell Westbrook, el hiperactivo timonel que bien podría colarse en la final olímpica de los 100 metros lisos. Cierto que falla muchos lanzamientos, las dos terceras partes en la visita a Oakland, pero es el jugador más imparable en carrera en una NBA plagada de velocistas. Encarna como nadie la fe, la valentía y la agresividad que distinguen a un cuadro abrasivo. Sobre sus diecinueve puntos en el tercer cuarto edificó Oklahoma City una remontada memorable frente a lo más parecido a la perfección hecha baloncesto.
Meditaciones científicas
Pero no todo cuanto los Thunder desarrollan sobre el parqué implica una enajenación mental transitoria. Hay meditaciones científicas en sus armónicos cambios defensivos al servicio de la intensidad permanente. Cierto que el dúo local Curry-Thompson se alió para anotar 51 puntos, tanto como que ambos padecieron los síntomas desagradables de la incomodidad durante un segundo tiempo que diluyó el poderío sutil del legendario Golden State. En la columna oklahomiana del haber se alinean virtudes incuestionables. Tiene un mérito enorme dejar a los Warriors en 42 míseros puntos tras el descanso, en secar el manantial hermoso y continuo de un grupo que anotó 60 durante los dos primeros cuartos. Vamos, lo normal de otra jornada en la oficina. Resulta admirable que el cuadro de Donovan se apunte el primer punto de la eliminatoria pese al 33% en tiros de campo de su pareja estelar Westbrook-Durant. Y elogios se merece la variante táctica que expuso su técnico mediado el cruce anterior contra los Spurs. En esta época del small ball o juego con pequeños, Oklahoma elige la natación a contraestilo. Al pujante Steven Adams, pívot duro, grande y guerrillero que progresa notablemente junta durante muchos minutos sobre la cancha al cinco turco Enes Kanter, gran reboteador ofensivo y repleto de talento para sumar bajo los aros. De ahí el dominio de los Thunder en el tablero adversario que proporciona al equipo segundas y hasta terceras opciones. Sin duda, un signo de cordura opuesto a la moda imperante, un modo de detenerse a pensar siquiera un momento entre tantas carreras de ida y vuelta.
Hay veces que las estadísticas revalidan verdades como puños y otras que esconden realidades. Sin embargo, conviene atender a las del triunfo visitante en el Oracle Arena. Los diez rechaces en ataque de Oklahoma City y los quince tiros libres lanzados de más con respecto a su adversario explican bien la agresividad de un conjunto dispuesto a matar o perder a mordiscos. Mucha hambre acumulada en el estómago de tipos, especialmente Westbrook, que se toman cada duelo como si el mundo y el baloncesto fuesen a terminar ya. Se recomienda a los espectadores atender cada compromiso de los Thunder con una toalla a mano para secar el sudor de la frente. Los aficionados acaban cada representación exhaustos ante semejante caudal de adrenalina. Si ya pensábamos divertirnos en esta final del Oeste ahora sabemos, además, que la eliminatoria procurará emociones fuertes. Me cuesta imaginar que Oklahoma City levante el pie del acelerador, pero también que Golden State no despliegue la próxima madrugada el catálogo hermoso de postales que nos han cincelado la mueca del asombro durante toda la campaña.
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