Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Ángel Resa
Jueves, 14 de abril 2016, 12:38
El grupo Coz proclamaba delante del micrófono a principios de los ochenta que las chicas son guerreras. Treinta y cinco años después, y cambiando de sexo, el universo entero de la canasta piensa que los chicos de Golden State son, precisamente, Warriors (guerreros). Sólo que ... ellos se toman el campo de batalla como un lienzo de blanco satén donde demostrar esa dudosa capacidad que alguien acuñó hace tiempo sobre el arte de las hazañas bélicas. El equipo californiano, que desde el sábado defenderá el título cincelado en 2015 mediante un baloncesto sobrenatural, acaba de irrumpir en la historia con una aleación entre la contundencia y el tacto sutil de las telas caras. El dato (73-9) resulta demoledor, superando en un triunfo la marca 'intocable' de aquellos Bulls del 96 que capitaneaba el divino Michael Jordan. Las sensaciones, en cambio, apuntan a la levedad propia de las obras hermosas, las que quedan como consecuencia de la delicadeza y el buen gusto. Así es el juego al otro lado de San Francisco, aunque Golde State demostró el sábado en San Antonio que acepta luchas guerreras con la cintura manchada de barro.
Esa visita a los Spurs que los Warriors tradujeron en una ardua victoria confirmó que el formidable bloque de Steve Kerr batiría el récord inaudito de aquel Chicago legendario. Memphis, a estas alturas de la campaña, no parecía disponer de la enorme fuerza que se requiere para aguar la fiesta a un conjunto extraterrestre. Y así ha sido. El grupo de Oakland viene de someter a los Grizzlies (125-104) con 46 puntos, cómo no, del hombre que ha transformado una modalidad deportiva ya en pleno desarrollo evolutivo. Stephen Curry, monarca absoluto de la temporada, eleva el listón de los triples a un lugar tan alto que nadie lo puede tocar, como cantaba Bunbury. 402 metidos en 82 encuentros de campaña regular. Bueno, extraordinariamente ordinaria para él. El base de cara infantil que se divierte cada noche como hacen los niños ha modificado la concepción de este juego, igual que el equipo entero escribe un capítulo nuevo de un deporte en permanente transformación.
Monstruo con rostro humano
El baloncesto de Curry es tan poliédrico como el del grupo que lidera. Las aptitudes fantásticas de este monstruo con rostro humano no pueden ceñirse a su capacidad asombrosa para anotar desde la nada, a través de tiros ultralejanos que en su muñeca parecen bandejas. Una inteligencia superior formuló la teoría de la relatividad y él la aplica al concepto del espacio mediante una burla permanente de las distancias. Pero Stephen, además, posee un manejo mágico de la pelota, dibuja escorzos imposibles en las penetraciones, pasa a una mano tras bote como nadie y domina la cancha con su visión panorámica. Un diamante pulido que cabe aplicar a todo el equipo. Golden State representa mejor que ningún otro conjunto la tendencia moderna del 'small ball' (el juego con pequeños) que confunde a adversarios perdidos sin una referencia interior a la que vigilar. Alinea a un 'cuatro', Draymond Green, que encabeza el número de asistencias, y fundamenta su juego colectivo en el movimiento continuo de los hombres sin balón. Para célebres, sus puertas atrás apoyadas en bloqueos ciegos. Los Warriors forman un ejército de aire que no duda en aceptar las escaramuzas terrestres. Tal es el grado de confianza de cada uno en sí mismo y en el resto de los compañeros.
Los Warriors perderían gran parte del veneno sin la aportación mayúscula de su trío estelar, el que forman el propio Curry, Klay Thompson y Green. Pero es que todos, suplentes incluidos, parecen mejores jugadores dentro de ese líquido amniótico de lo que serían fuera de la placenta comunitaria. Cómo olvidar al fino Harrison Barnes y a la mole defensiva Andrew Bogut, pero igual de injusto quedaría obviar las aportaciones de Shawn Livingston, Leandro Barbosa, el muro André Iguodala y esa fábrica de manufacturar puntos en poco tiempo que se llama Marreese Speights. Todos ellos dirigidos desde la banda por un tipo jovial, Steve Kerr, que acaba de tirar abajo la puerta de la historia. Como escudero de Jordan participó en el 72-10 que se tornaba inalcanzable. Ahora, de entrenador en California, viene de alterar ese marcador marciano. El mundo entero habla de la maravillosa fluidez ofensiva de los Warriors, pero ha llegado la hora hace tiempo en realidad de ponderar la excelente defensa que acredita a los equipos verdaderamente legendarios.
Hasta siempre, Kobe
El ego de Kobe Bryant no cabe en un mausoleo. Quizá por él hemos salido ganando los aficionados, conscientes de haber disfrutado con un jugador grandioso. El escolta de los Lakers, toda una vida vestido de púrpura y oro, ha disputado esta madrugada su último partido como ultraprofesional. Sí, era la noche de la marca estratosférica de Golden State, pero se negó -como en toda su excelsa carrera- a que Curry y los suyos eclipsaran su despedida. Kobe acaba de meter 60 puntos a Utah en la noche del adiós, mejor tomarla como un hasta siempre. Eso sí, para ello lanzó cincuenta veces a canasta, mientras el resto del deshilachado grupo angelino tiró en 35 ocasiones. Bryant, jugador que agota los adjetivos, fiel a sí mismo hasta el final.
Se va la réplica más aproximada a Michael Jordan, el baloncestista más grande de todos los tiempos con cuya obsesión ha labrado Bryant su carrera. El emblema de unos Lakers en descomposición se retira con cinco anillos, a uno del hombre que le ha servido como reto perenne, y una sucesión de imágenes que parecen fotocopias compulsadas de los movimientos que acreditó el 'bull' más famoso de la historia. Sin este esclavo del método y la superación, puro talento puesto a trabajar, el otrora 'único' club de Los Ángeles no habría firmado cinco campeonatos en sendas tandas de tres y dos. Quizá ni hubiese alcanzado esas finales, pero para ganarlas Kobe necesitó la cooperación imprescindible de Shaquille ONeal (2000, 2001 y 2002) y de Pau Gasol (2009 y 2010). Lo cierto es que se va un jugador enorme, querido y odiado a partes proporcionales, un baloncestista sublime que -como suele ocurrir en la vida- ha ido recogiendo adhesiones y tributos cuando los rivales conocieron de manera fehaciente que su carrera también estaba sellada con la fecha de la caducidad.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.