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Ángel Resa
Miércoles, 23 de marzo 2016, 12:33
De tanto recurrir a la hipérbole, el boxeo desgastó el significado exclusivo de 'combate del siglo'. Anunciaba cada pelea de mucho interés como la madre final de todas las batallas dirimidas en el ring y la sucesión ininterrumpida de grandilocuencias terminó por convertir en norma lo excepcional. Esa tendencia a exagerar invadió el terreno de otros deportes, empezando por el fútbol, y el baloncesto americano tampoco permaneció ajeno a la moda. Pero el fin de semana pasado la NBA programaba el duelo entre San Antonio y Golden State, o sea, realmente el mejor de la historia en temporada regular con los números a mano. Jamás a estas alturas de la temporada cruzaban guantes imaginarios dos equipos que hacen de la victoria un hábito. Los Warriors persiguen el récord inaudito de los Bulls de Michael Jordan (72-10) y defienden el título logrado con un baloncesto celestial. Los Spurs forman, sencillamente, la mejor dinastía de las cuatro grandes modalidades estadounidenses en las dos últimas décadas.
Pues bien. El combate (87-79) salió relativamente a contraestilo. No defraudó porque sobre la cancha se movieron dos equipazos que han elevado el baloncesto al rango de arte en movimiento, sobre todo de jugadores sin balón, pero sí enfrió el ánimo de quienes aguardaban una comedia divertidísima. La pelea recordó más a la categoría de los grandes pesos que al dinamismo hermoso de los púgiles ligeros. Digamos que San Antonio condujo el partido al lodo que más le convenía y propuso un encuentro de enorme termostato defensivo donde abrasar al mejor ataque de la competición. Y Golden State aceptó el reto, no le quedaba otra en una noche donde se diluyeron los espacios, porque volvió a demostrar que su prolífica capacidad anotadora descansa sobre un sistema de contención excelente. Se habla poco de él, pero ahí está, sujetando su lúdico entramado. Y es que ningún bloque sin defensa puede optar al título cuando una Liga tan física se asoma al territorio salvaje de los 'play off'.
Incómodo Curry
La pugna entre estos dos equipos formidables también desempolvó sentencias del refranero. Fue, en efecto, la reedición del perro del hortelano, ese cancerbero que antes de alimentarse prefiere dejar al enemigo sin comer. Ambos se sintieron incomodísimos toda la velada, especialmente Stephen Curry, el mejor tirador de la historia con capacidad para inventar puntos partiendo de la nada. Hasta cuatro vigías feroces le echó Gregg Popovich, con mención especial para el trabajo estremecedor de Danny Green. Del fenomenal base de los Warriors se encargó el escolta, pero también Tony Parker, Patty Mills y el extraordinario por completo Kawhi Leonard. (Valga aquí el inciso de que la cancha texana albergó a tres espléndidos representantes de la navaja multiusos. Además del mencionado, Klay Thompson y Draymond Green). Curry, jugador con cara de niño que se lo pasa pipa cada tarde, sufrió como nunca esta temporada. La mente de Popovich y el ardor de sus hombres le negaron los tiros y también las penetraciones, Danny Green taponó por primera vez esta temporada un intento triple del monstruo y la táctica colectiva obró el resto. Los soldados de San Antonio se relevaban para achicarle los espacios en los carretones por la línea de fondo y, gran aportación al tablero de ajedrez, el ala-pívot LaMarcus Aldridge saltaba rápidamente a la ayuda de sus compañeros exteriores con el fin de tapar la visión del aro a Curry, este tipo capaz de meter lanzamientos desde diez metros sin esfuerzo.
Sí, el partido deparó un espectáculo sudoroso a la vera de El Álamo, nombre apropiado para un fortín que ningún adversario ha descerrajado esta campaña. Las pegajosísimas defensas por conceptos colectivos y celos individuales, la atención extrema a las líneas de pase y el compromiso de todos para proteger sus canastas respectivas obraron varios milagros. Por ejemplo, que una renta de cuatro puntos pareciese un universo entero entre dos bloques, fundamentalmente Golden State, que conjugan con absoluta normalidad el verbo meter. Que los ataques no fluyeran, encerrada la pelota en el bote y la impotencia cuando acostumbra a fluir en sus viajes por el aire cuando juegan estos dos conjuntos adictos a la circulación y el pase. O que a los Spurs les costara anotar lo mismo que a una parturienta en un alumbramiento complicado. Aldridge rescató a San Antonio en ataque, con la puntería suficiente y la valentía de un líder pese a llevar meses en el bloque. Pero ya se sabe que a Popovich sólo le valen los jugadores solidarios e inteligentes. Es riguroso con el derecho de admisión y Boris Diaw, otro hombre que a falta de físico todo lo fía a la materia gris, volvió a encarnar el valor de esta premisa.
'Cuatros' sobresalientes
Fue un duelo de cuatros sobresalientes. El entrenador de los Spurs sacrificó al mejor de la historia en ese puesto, Tim Duncan, para adaptarse mejor al smal ball (juego con pequeños) de Steve Kerr. Y le brotaron los ingenios de Aldridge y Diaw frente a la soledad conmovedora del ala-pívot contrario, Draymond Green, el hombre que a punto estuvo de firmar otro triple-doble en una noche ingrata para sus compañeros Curry y Thompson, los Zipi y Zape de la NBA. De todos modos, los Warriors tienen motivos para abandonar el AT&T Center con el ánimo reforzado. Sólo cedieron a falta de minuto y medio para el final con porcentajes del 38 y el 25 en tiros de campo y de tres, sin los lesionados Iguodala, Ezely y Bogut y tras aceptar el reto de un duelo obtuso. Después de tal cúmulo de adversidades, Golden State es consciente de que muchos partidos al filo terminarán por caer de su lado. No todos los días fallará Curry once de doce triples, el técnico rival le echará cuatro cancerberos, uno de ellos se desangrará en esa tarea casi inhumana y, para rematar, el ala-pívot rival le levantará la mano en señal de stop a la altura de los ojos. Conclusiones a vuelapluma del partido del siglo.
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