![La última gira de Kobe, el legendario](https://s3.ppllstatics.com/elcorreo/www/pre2017/multimedia/noticias/201603/09/media/cortadas/kobe-chicago-efe--490x578.jpg)
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Ángel Resa
Miércoles, 9 de marzo 2016, 12:49
Todo un océano separa los continentes de Europa y América. Y no solo es una verdad geográfica irrebatible. El Atlántico contiene agua de sobra para distinguir a lo ancho las maneras casi opuestas que tienen los aficionados de vivir el deporte profesional. Cuesta imaginar a Cristiano Ronaldo, valga el ejemplo que podría abarcar a otros fenómenos, anunciando su jubilación a comienzos de una campaña para recoger cada noche el tributo de la parroquia local pero, sobre todo, el de las gradas ajenas. Pues en ello está Kobe Bryant, protagonista voluntario de una gira de despedida propia de las grandes estrellas del rock. Dudo que la pasión inherente al fútbol aquí permitiera a CR7 recoger como visitante y en su última temporada algo mejor que un revuelto de insultos a alta temperatura. Una lástima porque su engreimiento personal tapa en parte unas aptitudes fabulosas y unos números demoledores. Además, la rabia del antimadridismo obra el resto. Y, sin embargo, a Kobe solo le falta la foto del podio con el ramo de flores y el beso de las azafatas en cada línea de meta.
Pues bien. El Bryant de rostro amable que ahora reparte consejos, palmea cariñosamente las espaldas de los compañeros, abraza a rivales también y pronuncia thank you en pabellones repletos de público ha caído regular a lo largo de su espléndida carrera baloncestística. Pertenece a la estirpe de los competidores feroces que empeñan el alma a cambio de la gloria individual difícil abarcar el ego del soberbio, en el amplio sentido del término, escolta angelino y colectiva, plasmada en tres títulos con Shaquille ONeal y otros dos junto a Pau Gasol. Kobe, la aproximación más perfecta que de Michael Jordan ha sido, lleva dos décadas poniendo cara a los Lakers, franquicia prototípica del glamour que suscita una legión de adhesiones inquebrantables y también suma abundantes detractores que reniegan del poder. Salvando las distancias entre continentes y deportes, el club rico de Los Ángeles que ahora camina muy por detrás de los Clippers guarda cierta relación con el Real Madrid de un Cristiano futbolísticamente temible a quien tanto cuesta querer.
Hombre de un club
Durante mucho tiempo, antes del advenimiento de un Messi hercúleo y menos sutil llamado LeBron, Bryant dominó la NBA con su espíritu indomable, Jordan como reto permanente, un juego sensacional y una evolución sobre la pista calcada hasta en los gestos a la de Michael. Del héroe absoluto de Chicago le diferencia un aspecto sustancial. Mientras el soberbio escolta de los Bulls banalizó un par de años con el béisbol y colgó las botas en Washington, Kobe responde a la muy complicada pero venerable etiqueta de one team man o one club man, hombre de su un solo equipo. Figura a la cabeza de esta prueba de la lealtad, con veinte campañas en el Staples Center. Por encima de Tim Duncan (San Antonio), Dirk Nowitzki (Dallas), los también spurs Tony Parker y Manu Ginobili o Dwayne Wade (Miami).
El idilio permanente de Bryant con la púrpura y el oro angelinos lleva, sin embargo, una tara en la relación. Pagado siempre a la altura de su enorme grandeza, nunca ha accedido a una rebaja del sueldo que permitiese meter mano a la necesaria reconstrucción de los Lakers. La franquicia malvive desde su último título (2010) con jóvenes (Russell, Clarkson o Randle) que comparten los focos atenuados con un exjugador en activo (Kobe), cuyo cuerpo clama por el descanso definitivo tras padecer dos lesiones de caballo en los últimos años. Así, el conjunto rico de LA prosigue su camino a ninguna parte, como un coro flamenco esta temporada que toca las palmas cuando la megafonía y los vídeos preparados para la ocasión (nadie supera en esto a la NBA) rinden homenaje al legado imponente del número 24.
El cariño de Pau
Especialmente emotivas fueron las presentaciones en Filadelfia, ciudad natal de un hombre que pasó años de infancia italianos, y en Chicago, donde lo ensalzó a través de marcador gigante Pau, comunicador emocional y sensato de primer nivel. Por cierto, aprovecho la morcilla teatral para recordar que, a sus 35 años, Gasol I viene de firmar su segundo triple-doble en nueve días. Rebotea como nunca, asiste más que en ninguna otra etapa de su pródiga capacidad para el pase y coloca dos tapones por partido. «No está mal para un mal defensor», ha dicho el mejor jugador europeo con esa ironía amable que distingue a la gente de clase natural. Lo siento. O lo escribía o reventaba.
Quizá para abrochar el círculo convenga el retorno al comienzo, el de los muy distintos modos de entender el deporte profesional a ambos lados del océano. De nuestra adherencia a los colores que altera la razón al concepto lúdico que allí supone echar la tarde en el macropabellón. Ese déficit de rivalidad, aun habiéndola, contribuye a aplaudir de buena gana y sin tensiones a la estrella del adversario que se va. Los aficionados de la NBA están viendo a un Kobe achacoso, incapaz físicamente de aguantar el brutal ritmo de esa Liga, con porcentaes del 35 y del 27 en tiros de campo y triples. Pero acuden al concierto de la gira final en la cancha de su equipo (cualquiera menos los Lakers) con la camiseta de Bryant y la sensación de despedir a un mito. Ninguna organización como la NBA vela por el producto y mima a sus protagonistas, sean intérpretes en ejercicio o actores legendarios. Pues en esa frontera se mueve el hombre del último baile, entre sus últimos lanzamientos y la certeza de que ocupa un sitio de honor en el altar sagrado del baloncesto universal. Su sucesor, Stephen Curry, le pidió la camiseta firmada durante en el All Star y en ese gesto del relevo se condensa el respeto reverencial que allí se tiene a quienes han alimentado el fuego eterno con los troncos de las esencias.
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