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Ángel Resa
Miércoles, 24 de febrero 2016, 11:24
Hay movimientos de ajedrez en la historia del baloncesto que modifican la forma de entenderlo, que un día vienen para quedarse años. Para que esos cambios surjan efecto y perduren hace falta que los protagonicen equipos de primerísimo nivel y aspirantes a todo. Como estos ... Warriors fabulosos que han mamado la cultura del pase de las ubres de San Antonio hasta elevar el deporte de la canasta a una dimensión superior. Hace ocho meses y medio Golden State caía (1-2) en la final de la NBA frente a unos Cavaliers conmovedores, levantados en armas ante la adversidad de las lesiones. Casi todos pensábamos que, aun así, el título regresaría cuatro décadas después a la bahía de San Francisco. Pero Steve Kerr hubo de sacrificar una torre y meter en el tablero otro alfil para sellar oficialmente el pronóstico. Retiró del quinteto titular al grandote pívot australiano Andrew Bogut, un intimidador defensivo al servicio de una sinfonía celestial, e introdujo en el mismo a André Iguodala, alero fuerte de 1,98 que acabó levantando el trofeo de MVP. De este modo, el conjunto de Oakland retó a su adversario con un falso cinco de dos metros (Draymond Green), el rey del triple-doble, la navaja multiusos capaz de contener, rebotear y asistir, el hombre clave para abrir la cancha y activar el espléndido juego sin balón que caracteriza a los Warriors.
Si Golden State actúa a su nivel no existe antídoto todavía que contrarreste su veneno. Cuenta con el ilusionista más capacitado para sacar puntos de la nada (Stephen Curry), un tirador de estirpe (Klay Thompson) y ese tipo completo (Green) de aspecto fofo al que solo le falta encargarse de la intendencia en el pabellón. Pero, por encima de todo, el cuadro californiano abraza una filosofía solidaria que se emparenta tanto con el baloncesto como con la vida. La clave del dinamismo que convierte cada partido de los Warriors en una fiesta sensorial debe buscarse en el movimiento de los hombres sin la pelota. De poco sirve la generosidad teórica si a la hora de las entregas no hay compañeros que se ofrezcan. De ahí las paredes futbolísticas, las triangulaciones, las puertas atrás que terminan en mates o bandejas bajo el aro. Claro que ese modo de concebir el juego requiere jugadores polivalentes, como el propio Green y hombres que parten desde el banquillo. Son los casos de Shawn Livingston, el base longitudinal de dos metros que lleva a su par hasta el poste bajo para anotar desde allí o nutrir a colegas que cortan la zona, o Iguodala, pura ascendencia en la plantilla y tipo de compromisos importantes al que solo le falta mejor puntería exterior.
Alto voltaje
El balón fluye cuando juega Golden State. Su célebre small ball (quinteto de pequeños) se basa en un ritmo de altísimo voltaje, la sobrevigilancia de las líneas de pase, la mirilla telescópica desde las lejanías del aro adversario, los contraataques y las transiciones. Un no parar que obliga a los rivales a un esfuerzo físico descomunal y los aturde por la ausencia de un referente fijo interior. Ello les obliga, demasiadas veces, a aceptar el reto de suprimir piezas interiores y plantear una batalla perdida a campo abierto. Cleveland ya disputa buenos pasajes de sus partidos con LeBron James como ala-pívot porque su fortaleza hercúlea hunde a los pares en la zona y los Clippers recurren al veterano Paul Pierce en el puesto de cuatro. Es cierto que los Warriors sufren a veces para cerrar el rebote defensivo, pero contrarrestan tal debilidad con esa ultradinámica filosofía del juego insoportable para casi todos.
Ahora mismo, cumplido el 70% del calendario regular, la NBA ratifica las previsiones sobre favoritos que elaborábamos a finales de octubre. Pese a la igualdad del Este, y bien que se agradece, resulta difícil entrever otro delegado de esa conferencia en la final que no sea Cleveland. Al otro lado del mapa, y en orden decreciente, figuran a la vanguardia Golden State y San Antonio. Oklahoma City y Clippers, un par de pasos por detrás. Y claro, cada uno compite con sus estilos, muy diferentes unos de otros. Warriors y Spurs mantienen la primacía del pase sobre el bote, la inteligencia como valor irrenunciable, la ocupación de las esquinas y el carácter solidario. Los Cavaliers se encomiendan a la jerarquía absoluta de LeBron, el gran líder rodeado por un coro de especialistas. Y los Thunder manejan una barca descompensada. El peso de Russell Westbrook y el elegantísimo Kevin Durant en el equipo es tal que el resto sale despedido a babor, estribor, proa o popa. Al enérgico Oklahoma City que vive de la velocidad de la luz le faltan las cualidades que hacen de los Warriors un conjunto histórico y singular. El equipo que sacrifica la torre por el alfil, propone un small ball que desquicia a los adversarios y declara el jaque mate con la sonrisa infantil de Stephen Curry.
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