Pau Gasol abraza a Kobe Bryant, estrella de la noche.

All Star 2016, el circo despide a Kobe

La pachanga de cada año rinde homenaje a un jugador grandioso en un 'All Star' que se recordará por el antológico concurso de mates

Ángel Resa

Lunes, 15 de febrero 2016, 12:31

Hay maneras muchos más nobles de despedir a uno de los, sin duda, mejores jugadores de la historia del baloncesto. Kobe Bryant disputó ayer en Toronto su último All Star, el baile de clausura de una estrella legendaria. A la reproducción más fiel del molde ... que cinceló Michael Jordan, el jugador grandioso por antonomasia, le quedan dos meses para retirarse y dejar el legado espléndido de una trayectoria formidable. La NBA podría haber organizado en su honor una cena de gala con todos los ilustres invitados vestidos de rigurosa etiqueta. Qué menos. Pero ya sabemos que en América impera el show business y allí se rinden tributos en la pista del circo. Porque en eso consiste el fin de semana que el calendario reserva a mediados de febrero. El marcador vale por mil imágenes y un millón de palabras. El Oeste se impuso (196-173) en la parodia de cada año. Elijan sinónimos entre bufonada, pantomima o sainete para definir un duelo de tensión nula. En realidad, el broche al despiporre. El fin de semana de las estrellas no solo programa concursos de habilidades, triples y mates. Los dos enfrentamientos, el de los jóvenes el viernes y el de los adultos en domingo, también lo son.

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Los fieles del espectáculo en cualquiera de sus múltiples modalidades aguardan el All Star para echarse unas risas mientras contemplan los rostros risueños de los protagonistas en su retorno a la adolescencia. Los verdaderos aficionados al baloncesto, quienes lo entienden como el modo de competir frente a la oposición del adversario, ven en este descalzaperros un atentado irreverente a las esencias del deporte que inventó el profesor Naismith. Todo cuanto se intuía empezó a confirmarse el viernes con la pachanga entre los novatos estadounidenses y los internacionales. Autopista hacia el cielo y circuito de carreras cerrado al tráfico de frente. Un nombre propio, Zach LaVine, resume el espíritu del cuento. A él, un chupón de campeonato, le concedieron el trofeo que distingue al mejor de la velada. Eso sí, al día siguiente, el falso base de los Timberwolves revalidó el título de los mates en un concurso memorable junto al ganador moral, Aaron Gordon (Orlando). Pero esto merece un párrafo aparte.

De momento volvamos al cuento. Sí, tanto el choque de los jóvenes como el de los mayores que despidió a Kobe, recuerdan muchísimo a las peleas del wrestling o pressing catch. Muecas feroces de mentira en las caras y el vino muy rebajado por el ambiente líquido de la ocasión. Al weekend de la NBA lo salvaron el buen concurso de triples, la fabulosa exhibición de matadores con muelles por piernas y la emotiva certeza de que Toronto despedía a un hombre que pertenece a la estirpe de los selectos. Bryant, cinco anillos, se merece todo el reconocimiento en el adiós. Desgraciadamente, la fiesta de esta noche demuestra que -tras sus dos graves lesiones de los últimos años- es un exjugador todavía en activo. Su reino pertenece a un pasado imborrable, ahora cuenta los días para ingresar al territorio de la jubilación forzosa. Le ha llegado el momento que otra gente, con muchos menos posibles, usa para dar de comer a las palomas. Anotó diez puntos con cuatro aciertos en once tiros de campo y aconsejo a los seguidores del baloncesto y de él mismo que olviden los achaques de geriátrico que mostró en el Air Canadá Center, su decadencia y ese gancho que envió con destino a ningún sitio.

Se trataba de homenajearle y allí estuvo Pau Gasol, el compañero imprescindible para que el protagonista de la velada ganase sus dos últimos títulos. El catalán defendió con su presencia el honor del mundo entero. Único jugador de raza blanca y foráneo en una noche de excesos individualistas de los que se siente ajeno. Casi tan pulpo de garaje como Kawhi Leonard, puro hombre made in San Antonio que mira sin comprender nada. El tipo más completo de la NBA, junto a Draymond Green, conserva la seriedad frente a las carcajadas huecas del resto y observa cómo mientras los demás van y vienen por el camino se entretienen. Tipos como Pau, el pupilo de Gregg Popovich, Paul Millsap o Al Horford (Atlanta también es un equipo serio) asistían vestidos de corto a un juego desconocido. Los postes, o sea el hábitat natural de los pívots, suenan en el All Star a los palos extraños que componen las porterías de fútbol. Allí, y en una noche tan señalada, todo se reduce a perseverar en los concursos del sábado: mates y, sobre todo, abundancia de triples. Nada menos que 139 lanzamientos de tres puntos sumaron los delegados de ambas conferencias en el holgado triunfo del Oeste. El MVP, otra vez, para Russell Westbrook (Oklahoma City).

Un lúdico fin de semana

Del lúdico finde conviene quedarse con los éxitos individuales de los jugadores de Minnesota, un club con más futuro que presente. Zach LaVine sobresalió en el partido juvenil y revalidó el título de destrozar el aro en un duelo magnífico que debió anotarse Aaron Gordon. Su compañero en los Timberwolves Karl-Anthony Towns logró el de habilidades que, vista la respuesta de algunos participantes, más pareció una apuesta de torpezas. Golden State, el equipo que maravilla al planeta completo, se reivindicó con la victoria del espléndido tirador Klay Thompson en el concurso de triples, donde batió a Stephen Curry, su hermano warrior y mejor mirilla telescópica de todos los tiempos. Pero, y sé que me reitero, no queda otro remedio que hablar del concurso de mates. Servidor admite que siempre prefiere el de los lanzadores lejanos, pero LaVine recuperó hace un año el prestigio de los voladores y acaba de sellar un torneo antológico junto a Aaron Gordon, autor de un mate para el que se acumulan las ideas y faltan las palabras.

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Pónganse en situación. Dos veinteañeros que baten como saltadores de altura, que piden permiso para despegar a la torre de control del aeropuerto, que inflan los carrillos, que colocan las piernas a la altura del segundo piso y sienten en la nuca el metal frío de un aro anaranjado. Extraordinarios los mates de LaVine, sobrado de tren inferior y potencia, que recordaron los despegues sin motor de aquel Michael Jordan levitante. Pero aún mejor uno de Gordon que, como póster, cubrirá a buen seguro las habitaciones de adolescentes repartidos por todo el universo. La mascota de los Magic sostiene la pelota sobre su inmensa cabeza, el jugador salta limpiamente el corpachón enorme del uñeco, la coge y la embute. Después de dos desempates, el jurado dictamina que el saltimbanqui de Minnesota revalida el cinturón de los grandes vuelos. Más que un combate nulo pareció la pelea del siglo. El representante de Orlando debería haberse impuesto a los puntos, pero No nos enfademos, que habíamos venido a festejar la herencia formidable de Kobe en la sexta participación de Pau Gasol. La parte emocional de un espectáculo de variedades donde priman las caricaturas.

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