Ángel Resa
Miércoles, 27 de enero 2016, 11:47
No cabía imaginar otro duelo de mayor altura en el universo de la canasta. La NBA anunciaba el partido que mantendría pendiente del aro a los aficionados del mundo entero. Nada menos que el enfrentamiento de los dos últimos campeones, equipos que han elevado el ... baloncesto hasta el territorio aéreo donde habita lo trascendente. Un cruce de excelencias entre la fuerza del cambio (Golden State Warriors) y el prototipo de old school (vieja escuela) que enarbola orgulloso San Antonio Spurs. Nunca hasta la fecha y a estas alturas del campeonato, sobrepasada ya media Liga regular, habían coincidido sobre la misma cancha y a idéntica hora sendos grupos que sumaran diez derrotas conjuntas a cambio de setenta y ocho victorias. El mejor ataque jamás conocido, los 115 puntos por noche del club californiano, ante la defensa más granítica de la temporada, los 90 que recibe el representante del estado de Texas. Pues bien, el supremo combate de esgrima, elijamos una modalidad deportiva elegante y sutil, se lo apuntaron los Warriors (120-90) mediante un certero pinchazo de florete en el centro del corazón adversario.
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De no tener que cumplir el requisito legal de disputar el título allá por junio un embajador de cada conferencia, a nadie se le ocurriría una disputa definitiva más justa y atractiva que la novela por entregas con Golden State y San Antonio de replicantes. Pero el grupo de Steve Kerr, ya de vuelta al banquillo tras su operación quirúrgica, conserva intacto el empeño de entrar en la historia a través de la puerta grande que la franquea. Para ello recurre a un baloncesto tan bueno como hermoso y a la teoría física del encogimiento. El club de Oakland que ya prepara su mudanza a San Francisco por el puente de la bahía reduce los encuentros, los jibariza a su conveniencia si por enfrentamiento entendemos el choque de argumentos entre dos rivales para vencer. De momento, solo los Warriors llevan todas las de ganar. Mantuvo, incluso superó, sus números ante San Antonio mientras la tropa de Gregg Popovich padeció la avalancha con una impotencia que le resulta desconocida. El equipo de California se llevó por delante a los Spurs como había hecho una semana antes en su visita a Cleveland (98-132), la gran potencia del Este.
Primera canasta
La primera canasta de la madrugada de ayer resumió a modo de compendio la filosofía warrior. Asistencia del híbrido perfecto que encarna Draymond Green -hombre-orquesta desde el puesto de cuatro, quizá con Kawhi Leonard el ejemplo más evidente de jugador completo- a Klay Thompson debajo del aro. Al ala-pívot le pertenecen las llaves que abren las puertas atrás, un signo diferencial del baloncesto dinámico de Golden State, donde todos sus miembros comprenden que tan importante como moverse con la pelota es hacerlo sin ella. De ahí el elevadísimo número de asistencias que reparten los Warriors, 31 frente a San Antonio, y la calidad de las mismas. Pases a la europea, entregas a las inmediaciones del tablero que ponen las canastas en bandeja. Por no hablar del vivísimo ritmo de juego en el que ardieron las brasas de los Spurs o de lo sencilla que parece la vida cuando en tu grupo milita un tal Stephen Curry.
Sí. No queda otro remedio, y bendito sea, que hablar del hombre que combina como nadie en la historia el manejo de la pelota y la definición goleadora. Puede interpretarse como injusto condensar toda la armonía coral de Golden State en la figura cegadora de Curry. Hay mucho más: sentido colectivo, gusto por la carrera de cabezas bien amuebladas, coreografías de natación sincronizada, la ascendencia sobre el juego en ambos lados de la pista de Green o el engranaje de suplentes que enriquecen la obra. Tal es el caso de Shawn Livingston frente a los Spurs. Pero don Stephen simplifica lo difícil mientras regala pinceladas de arte cada noche, convierte las integrales de tercer grado en las cuentas de la carnicería. Regatea como Messi y define mejor que Falcao en su gloriosa etapa del Atlético de Madrid.
También San Antonio sufrió la manía de Curry por activar el modo malabar. Balón escondido detrás de la espalda, cruces trileros entre las piernas, cambios vertiginosos que quiebran cinturas y bote bajo para atacar el aro o regalar puntos a los compañeros. Además, por supuesto, de sus célebres lanzamientos que de puro lejanos llegan desde más allá de la órbita terrestre. Incontenible para cualquiera, también imposible de frenar ayer ante los ojos de Tony Parker, Patty Mills, Danny Green y hasta Kawhi Leonard. Su único problema cabe encontrarlo en la manía por evidenciar mediante gestos una superioridad que nadie en su sano juicio osa rebatirle. Va tan sobrado y así lo manifiesta que algún día, ojalá no, alguna víctima de sus embrujos puede encajarle de un codazo el protector dental con el que juega permanentemente.
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El ataque de Golden State recibe hipérboles proporcionadas en forma de elogios. Lógico, si resulta maravilloso ver su programación diaria de danza moderna. Pero muchos menos se ensalza, y es de justicia hacerlo, su contención excelente. La inteligencia para rebaja el veneno adversario bajo el mando supremo del ideólogo Draymond Green, el compromiso en el uno contra uno, la defensa en tres cuartos que ralentiza las distribuciones rivales, el recurso a colarse por delante del par con la confianza de que un socio llegará desde el lado débil para la ayuda, la actividad constante, la rapidez de manos Maneras de someter a prueba los nervios templados de un colectivo tan inteligente como el de San Antonio, ardido en la hoguera de la inferioridad. Los Spurs se mostraron torpones (seis pérdidas en los siete primeros minutos) y se sintieron hasta ridículos cuesta escribirlo de un equipo admirable en la sala de los espejos curvos que deforma las figuras. Desconocidos hasta lo insospechado, rotos por el atentado frontal a su filosofía de la fluidez y el pase por encima de todo. Malvivieron siquiera un rato con la anotación inicial de David West, el pundonor de Manu Ginobili y la categoría de Leonard, también comido por la impotencia.
Las canastas trabajadas de Kawhi mostraron las miserias de un conjunto rebozado tantos años de grandeza. El espléndido alero hubo de acudir al poste bajo y hace recular a su defensor a base de botes y saltos hacia atrás (fade away) para dejar dentro del aro balones huidizos. Nada se supo en toda la velada de Parker ni del náufrago LaMarcus Aldridge. San Antonio se redujo en el Oracle Arena a hilvanes sueltos y raídos de la hermosa tela colectiva que es. Todo por obra y gracia de un equipo celestial que lidera el profeta Curry y sostiene un montón de apóstoles ungidos para la gloria.
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