Ángel Resa
Miércoles, 20 de enero 2016, 11:08
El partido duró dos minutos, el ínfimo período que necesitó Golden State para exponer sobre el parqué del Quicken Loans Arena su absoluta confianza y elevadísima autoestima colectiva, el fulgurante intervalo que apenas necesitó el dúo Stephen Curry-Klay Thompson para abatir la fortaleza de ... Cleveland, la muestra en frasco pequeño de una superioridad aplastante. Fue entonces (2-12) cuando David Blatt, el técnico de los Cavaliers, gastó el primer tiempo muerto para tratar de contener con diques de cartón la fuerza devastadora de un huracán demoledor. Realmente faltó el enfrentamiento anunciado, grande y previsto, si como tal se entiende la oposición de dos fuerzas en un combate de fuerzas más o menos parejas. El conjunto californiano arrasó el martes como solo él es capaz de hacerlo, con la sutileza, la estética y la belleza que el rival sufre y admira mientras va sepultándose debajo de los escombros. El 71-114 del minuto 38 no alcanzó el rango de estrago mayor por el maquillaje final (98-132) que siempre acompaña a las relajaciones defensivas y se traduce en un benévolo intercambio de canastas para el púgil tumbado sobre la lona.
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La pelea concluyó desde el principio, valga el contrasentido, con el resultado de K.O. por flagrante inferioridad. Los veinte mil espectadores dentro del pabellón y los millones de seguidores que la NBA tiene repartidos por el mundo entero creyeron asistir a un diálogo y se toparon con el soliloquio hermoso y bien rimado que podría programar en julio el festival de teatro clásico de Almagro. Cleveland aportó el escenario y nada más. Del resto, el libreto, los actores y el decorado se encargaron los Warriors en una representación memorable e imperecedera. Frente a, nada menos, su partenaire en la última disputa por el título. Ante, y ahí queda, eso, el equipo que alinea a LeBron James, el tenaz acumulador de finales que no falta a la madre de todas las guerras desde 2011. Los Cavaliers presentan un plantillón cegador y forman un grupo arrogante que oposita a todo. Pero tras el paso de un ciclón deben andar con la moral cosida a mordiscos. De pronto, en esos dos minutos que sirvieron de prólogo para todo un tratado de destrucción masiva, el presunto bloque de Ohio pareció un equipo acomplejado, impotente y menor.
Cruce de estilos
El cartel anunciaba un cruce de estilos. Cleveland quería reeditar la batalla terrestre que tampoco le sirvió en Oakland (89-83), conducir el partido al barro, percutir en el cuerpo a cuerpo. Pero Golden State se presentó con el ejército de aviación, optó por la velocidad, la fluidez eléctrica que alumbra a toda la bahía de San Francisco y la altura de miras. Y las consecuencias trascendieron el mero golpe en la mesa, se manifestaron como el derribo ¿controlado o incontrolable? de un castillo con torreones. Uno de esos enfrentamientos que por la entidad de los contendientes y la memoria aún fresca de la última final deja secuelas muy difíciles de reparar.
Todo cuanto ocurrió lo dictó el claustro catedrático de los Warriors. De Golden State se destaca siempre la naturalidad de un ataque profundamente hermoso. Elijan entre goce, placer y privilegio para definir el bienestar que proporciona ver en acción a la orquesta sinfónica de Oakland. Verdaderamente es maravilloso observar el movimiento de sus músicos sin balón, la actividad permanente, los cortes hacia canasta, la mente preclara de sus pasadores (Draymond Green y Curry a la cabeza), las transiciones supersónicas, los tiros muy lejanos de su monumental base y las resoluciones en seis segundos que significan aprovechar la primera ventaja, no un modo descabellado de entender el juego. Stephen -ya una leyenda del baloncesto- es un trilero, un hipnotizador que pregunta a su par dónde está la bolita mientras la cruza en su cara o la esconde tras la espalda. De San Antonio ha adoptado la ocupación exquisita y letal de las esquinas, de tal manera que el hombre con el balón siempre encuentra soluciones allá donde los futbolistas sacan los córners o en la cabecera mediante ese pase que casi nunca está de más.
Pero, ¿y lo muy bien que defienden los Warriors? Ay, amigos, qué sincronización bajo el mando supremo del mariscal Green (uno de los tipos más completos del campeonato, un cuatro o lo que quiera multiusos), qué manera de negar los caminos hacia el aro, qué compromiso de hombres conscientes de que sin contención no hay paraíso. Que el grupo de Oakland reciba 102 puntos cada noche se debe al insoportable voltaje que enchufa a los partidos y, por lo tanto, a su propuesta de elevar el número de posesiones. Nunca a una dejadez en las tareas de intendencia.
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A los americanos les encanta reducir los enfrentamientos colectivos a choques individuales. O de grupos. Va con su modo de interpretar la vida, partiendo siempre desde la iniciativa privada. Pues su admitimos de vez en cuando su fórmula habremos de convenir que en la pugna de los Big Three (tres grandes) hallamos también explicaciones a la tunda inclemente del Quicken Loans Arena. Curry se cenó a Kyrie Irving en la jornada de tributo a Martin Luther King y lo mismo hizo Green con el desaparecido Kevin Love. La pareja de Golden State junto a Klay Thompson anotó 66 puntos, mientras que el dúo de los Cavaliers más el Rey LeBron se quedó en unos míseros 27. Es una forma simplista de analizar la paliza. El equipo en mayúsculas de los Warriors aplastó a su adversario en el examen colectivo y también los suplentes, liderados por André Iguodala, se merendaron al banquillo de un grupo deshilachado.
San Antonio
El calendario de la NBA depara exquisiteces en nada de tiempo. Cuatro días antes de que los Warriors dinamitaran el fortín de Ohio, los Cavaliers saldaron también con derrota su viaje a San Antoni. Fue, desde luego, un duelo muchísimo más nivelado (99-95), pero avalador de que este torneo triangular de Golden State, Spurs y Cleveland por el título (con relativo permiso de Oklahoma City y Clippers) deja a las huestes de James con el ánimo tocado. Ojo al grupo compacto, una vez más, de Gregg Popovich, autor de un baloncesto celestial en la campaña de 2014 que culminó con el anillo. Mientras el mundo entero se rinde a la armonía de Curry y sus compañeros, ahí permanece el bloque de Parker, Ginobili, Leonard y Duncan con solo dos derrotas más. Lástima que la final de julio no junte a los dos últimos campeones. Sería el combate del siglo, un paseo por las nubes.
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